miércoles, octubre 25, 2006

LA VERDAD Y LOS PREJUICIOS


Si quisiera escribir un libro, debería estar seguro de que lo que voy a escribir debe ser válido y verdadero. En estos días esta exigencia se transforma, a los ojos de nuestras sociedades, en una dificultad casi infranqueable, en una quimera. Afortunadamente puedo decir a mi favor, que no es por el hecho de que no esté seguro de lo que pienso, digo o escribo, sino por la posibilidad de que esa tesis en poco tiempo sea superada. De lo anterior, nace la necesidad de continuamente tener que estar justificando los nuevos postulados, pensamientos y premisas. Caería sin duda en dificultades de las cuales podría salir airoso, pero luego de un buen cúmulo de palabras y explicaciones. Esto que juzgo óptimo, sucede por el hecho que mi pensamiento está en constante cambio, reformulación y como diría K. Popper, falsación. Y esto es así por causa de que siempre busco la verdad. He ahí mi norte.

A mi modo de ver, someter al pensamiento a continuas pruebas de calidad en su consistencia y despojarlo de sus antiguas ropas es un ejercicio necesario, sobre todo en estos tiempos donde el abanico más grande para elegir es el de la información y el de los medios de información. Somos nosotros mismos quienes debemos decidir muchas veces que es lo verdadero y que es lo que no. Esto es por supuesto, mil veces preferible a que nos digan que hoy ha muerto la verdad: a creer en la nada. Ahora bien, muchas cosas de las cuales voy a decidir y juzgaré verdaderas o falsas, buenas o malas, van a depender directamente de mis pre-juicios. Así es, muchas veces la verdad está ante nuestros ojos pero no la queremos aceptar porque la dijo éste o la dijo aquel, porque vino éste o de aquel lado. Muchas de las cosas que creemos y de las cuales damos certeza, es solamente producto de nuestra ignorancia y de lo que es peor, de nuestros prejuicios. Tener prejuicios es justamente elaborar un juicio previo sin tener ningún antecedente, juzgar a priori.

Los antiguos griegos decían que la verdad era una aletheia un des-velamiento, un des-ocultamiento, un des-correr, un des-cubrimiento. La verdad era algo que estaba ahí pero a la cual había que quitarle los velos que la cubrían y que no dejaban verla en su espectacularidad. Esta verdad para los griegos era el ser y el ser se develaba en el decir, a través de la palabra, y mejor aún en el diálogo. Mientras dialogo con los demás (con mis alumnos, con mis maestros, con mis colegas) mientras la palabra habita en mi conciencia y se hace discurso perfectible, mis tesis van perdiendo validez pues no me había percatado que me faltaba quitarle un velo para que fuera más evidente. Había algo que la cubría, algo que yo decía, que no dejaba que se manifestara en su espectacularidad para la contemplación de su evidencia, probablemente era algún prejuicio. Ese es, sin duda, uno de los grandes errores de los hombres y sus discursos: muchas veces lo único que hacen es entorpecer lo que es evidente, es cubrir de velos la verdad, es echarle lodo a la verdad. Muchas veces estos velos, estas cubiertas se desintegran con la palabra precisa, el razonamiento informado y reflexivo adecuado. Muchas veces estos velos están hechos de prejuicios, de la irracionalidad, sí. Juzgar algo sin tener antecedentes previos, es irracional. Esto también se extiende a juzgar cada particularidad con un juicio universal sin antecedentes válidos para cada una de las situaciones. Estos son, sin duda, los velos más gruesos y más pesados que impiden ver la espectacularidad de la verdad.
Santo Tomás de Aquino decía que había que aceptar la verdad, venga de donde venga, que lo importante es que es verdad y como en la verdad no hay error, no importa quien la posea, pues si es efectivamente verdad no será contaminada, ni corrompida, ni por el tiempo, ni por las circunstancias sociales ni económicas, y por lo tanto tampoco por quien la poseía. El amor a la verdad de Santo Tomás de Aquino nos invita a eliminar los prejuicios que no nos dejan contemplar la verdad. Nos invita a superar la mera opinión desinformada, esa que escuchamos por ahí, de mala fuente, que escuchamos a medias, que no sabemos bien de que se trata, pero que repetimos porque hay que decirla, porque todos la dicen, porque la escuché en la tele. El saberse pre-juicioso y re-conocer nuestros pre-juicios es tal vez el primer paso que nos libere de ellos.

La razón usada rectamente nos lleva a la verdad, esto quiere decir orientada por Bien Común y la Universalidad. Las piedras con las cuales tropieza la razón, son aquellos prejuicios que son tradición y que están arraigados en nuestras conciencias y que juzgamos verdaderos, cuando en realidad muchas veces no sabemos ni siquiera de que se tratan.

Ojo con los prejuicios que no nos dejan ver el sol aunque nos estemos muriendo de calor.

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