jueves, octubre 25, 2007



LA LEY EN SANTO TOMÁS DE AQUINO



En toda comunidad de seres libres que tienen dominio sobre sus actos, es necesaria la existencia de una norma que indique en que sentido debe orientarse esa actividad libre, de modo tal de indicar el sentido que se necesita para alcanzar la finalidad para la cual esos individuos han decidido vivir en comunidad. Ahora bien, este primer argumento viene a comprobar una vez más la existencia patente y potencia del alma racional como lo es la libertad humana y la capacidad del hombre de elegir libremente entre las posibilidades que conoce y desea, sin estar determinado por ninguna. Justamente porque el hombre es libre y puede incluso elegir una alternativa que no se oriente al bien personal o al bien común de la sociedad política, es que debe existir este marco regulatorio que emane de la razón y se oriente al bien común al que llamamos ley.

Características fundamentales de la ley

La ley debe ser obra de la razón

La ley es una especie de regla o medida de los actos, para lo cual alguien es inducido a actuar o impedido de actuar. La razón es regla y medida de los actos humanos puesto que es el primer principio de los mismos, puesto que la razón: ordena los actos hacia el fin debido, así queda establecido que la ley es algo que pertenece a la razón.

La ley debe ordenarse siempre al bien común

Así como la razón es principio de los actos humanos, así también en la razón hay algo que es principio respecto de todos los demás actos, por lo cual es necesario que la ley pertenezca a aquello que es lo más principal. El primer principio es el Fin Último, que es en el hombre según el patrono de todas las Escuelas y Universidad del mundo, la felicidad o bienaventuranza. Por la tanto es necesario que la ley se orienta al orden de hacer y conservar la felicidad personal y de la comunidad política. Solo así son legalmente justas las normas, en su orientación al bien común que es una finalidad común, no por comunicación genérica, ni específica, sino por comunicación de finalidad, en tanto que es la natural orientación humana al bien.

¿Es capaz la razón de cualquier particular de hacer la ley?

Ordenar la ley hacia el bien común es tarea de la comunidad o bien de quien hace la representación de esta, por lo tanto legislar pertenece a la comunidad o a la persona pública que tiene al cuidado la comunidad. Ahora bien, la ley se halla en un sujeto no solo activamente (regulando) sino que también pasivamente (por participación, como en sujeto regulado) y de este modo cada hombre sería para sí mismo su propia ley, en cuanto participa del orden establecido por aquel que le incumbe regular.
Ahora bien, Santo Tomás de Aquino se pregunta en “Del Reino” ¿Que conviene más a la ciudad: ser regida por muchos o por un único dirigente? Desde esta pregunta extraemos de la citada obra de nuestro Santo Patrono las siguientes consideraciones que pueden responder:

a) La intención de cualquier dirigente debe encaminarse a procurar la salvación de lo que ha aceptado dirigir.
b) Debe conservar la unidad de la comunidad social que se llama Paz. En cuanto más eficaz sea un régimen para conservar la unidad de la paz, tanto más será útil, pues entenderemos como útil en esta reflexión a lo que mejor lleva hacia el fin. Es más útil para llevar al fin uno que muchos, puesto que en este caso es más posible que uno procure de mejor manera la unidad de la paz de la comunidad, así es más útil el régimen de uno que de muchos.
c) De ningún modo podrían dirigir una multitud muchos si entre ellos disintieran totalmente; nos dice el aquinate que aquí se requiere unidad en la pluralidad para poder regir de algún modo, pues mucho no podrían llevar un barco a puerto si es que no estuviesen unidos de alguna manera. Así se dice que muchas cosas están unidas por aproximación a lo uno, por lo que es más conveniente que rija uno a muchos en cercanía de lo uno.
d) En todo régimen natural es propio que quien dirija sea uno. En el sistema circulatorio: el corazón; en el alma humana: la recta razón; entre las abejas hay una sola reina; en el Universo un solo Dios que es creador y rector de todas las cosas, explica el angélico. Este planteamiento responde a la lógica más pura pues toda multitud proviene de lo uno y toda virtud es mejor si es más una (no ambigua), y es mejor el efecto si es que se asemeja a su causa, tal como el hombre debe esforzarse por seguir el ejemplo de Cristo, el verdadero hombre; y como una obra de arte debe asemejarse a la naturaleza en tanto representación de ella, será más bella en cuanto más se acerque a lo uno. De todo esto se desprende que es mejor lo uno que lo múltiple, y que la comunidad llega de manera más óptima a su fin si es dirigido a él por uno que por muchos.

Definición de Ley

“(…) Un prescripción de la razón, en orden al bien común, promulgada por aquel que tiene el cuidado de la comunidad”

La ley en tanto es impuesta como regla y medida es menester que sea conocida por la comunidad. Así es propio que para que la ley tenga fuerza de obligar, que es lo propio de la ley, debe ser aplicada a los hombres. La aplicación se produce en la promulgación de la ley. Por lo que la promulgación es necesaria para que la ley adquiera su vigor.

Las tres leyes

La ley eterna

El orden político de la ley está inserto en el orden eterno y universal de la creación y la ley humana no es más que una participación de la ley eterna.
a) Es necesario entonces que el mundo esté regido por una divina providencia, pues todo el conjunto del universo está regido por la razón divina que tiene carácter de ley.
b) Esta ley no entiende nada en el tiempo sino que es eterna.
c) El fin del gobierno divino es Dios mismo, y su ley no es otra cosa distinta de ÉL. Por consiguiente la ley eterna no se dirige a otro fin que Dios mismo que es todo el Bien, del cual participan todos los demás bienes, por lo que no puede ser un bien honesto algo que sea contrario a Dios.
d) La ley eterna no es otra cosa que la razón de la divina sabiduría, en cuanto es directiva de todos los actos y movimientos. Precisamente, porque el hombre se mueve dentro de las cosas creadas, la ley humana solo tiene razón y fuerza de ley, en cuanto se conforma con la ley eterna.
e) Toda ley se deriva de la ley eterna en la medida que participa de la recta razón
f) Por otra parte todas las criatura pueden participar de don manera en la ley eterna:

I. Participar de ella porque conoce la misma ley
II. De las criaturas irracionales que están sujetas a la ley y que esta es el principio motor

En el hombre ocurre una doble participación de la ley eterna. Hay un doble sometimiento a ella: de la manera que participa por ser racional y conocer la ley y además participa llevando grabada en su misma naturaleza, cierta inclinación a aquello que es conforme a la ley natural.

La ley natural

El fundamento de la bondad o de la maldad de las acciones humanas tiene su fundamento en la propia naturaleza del hombre.

a) El hombre, ayudado de la razón puede ordenar y sistematizar las reglas y normas del funcionamiento de nuestra propia naturaleza, y a esa ordenación de la razón se le llama ley moral natural o, simplemente ley natural.
b) Ahora bien, podemos definir la ley natural como “(…) el conjunto de reglas o normas que el hombre descubre en su naturaleza y gracias a las cuales es capaz de dirigirse a su fin.”
c) Esta ley se llama natural, no por referencia a los seres irracionales, sino porque la razón que la que la proclama pertenece propiamente a la naturaleza humana. Des esto podemos desprender lo siguiente:

I. La ley natural supone una intrínseca ordenación de las facultades humanas hacia sus propios fines, especialmente de la inteligencia hacia el conocimiento de la verdad, y de la voluntad hacia el bien. Es por eso que las potencias del hombre no son anárquicas sino que se orientan a un fin claro guiado por la razón. Es por eso que cuando el hombre no usa sus potencias superiores rectamente y no las orienta al fin debido, está actuando en definitiva en contra de sí mismo. No está siendo verdaderamente un Hombre.
II. Los preceptos de la ley natural están grabados en la inteligencia y la voluntad de todo hombre. el hombre “advierte”, “estima” instintivamente que: ayudar a sus semejantes, decir la verdad, cumplir la palabra empeñadaSanto Tomás de Aquino, con respecto a la Sindéresis extraída de la ley natural se puede resumir en “Haz y persigue el bien y evita el mal”

domingo, octubre 07, 2007


No hay nada más importante
que la capacidad que tengo
de convertir pensamientos en quebrantos (…)


Benedicto Vidal Ruiz


La biblioteca de Deleuze

A veces pienso que no soy más que un coleccionista y que mi vocación de asertivo puede confirmarlo, esa vocación de alguna vez dar con los ejemplares precisos; además de mis escasos interlocutores, quienes tal vez podrían por virtud, alguna vez, comprender este modo de ser y particular manera de elegir y acumular.
Esto de la colección y la asertividad me trae a la mente una anécdota de todo mi gusto y que hace, a propósito, sentirme en ella representado. Un día Deleuze es visitado por un periodista, el cual tuvo el privilegio de conocer la biblioteca del pensador. Al ver una sala llena de estantes, que llegaban al techo, repletos de libros en tres de sus cuatro murallas, el periodista pregunta muy sorprendido: ¿Señor Deleuze y usted ha leído todos estos libros? A lo que éste responde: ¡No!, solo tres o cuatro, pero con mucho detalle.
Casi todos, salvo un par de anacoretas, siempre esperan la moraleja de las historias para repetirlas a gusto, los que estarán sin duda esperando ésta. Seré condescendiente y me aproximaré a alguna reflexión. Podría entonces decir que se reflexiona acerca de lo que se apetece, de lo que se quiere, de lo que se desea, por lo tanto de lo que se entiende, de lo que se elije, no necesariamente de la totalidad, lo que no quiere decir que no sea bueno tenerla mano para de vez en cuando se necesite, o mejor dicho, para ser fiel a esta reflexión: para cuando se quiera asirla y destruirla.

La totalidad sin duda nos da un confort, un respiro, una tranquilidad, una certeza, una sensación de que lo tenemos todo a la mano, que el todo está ahí, que no falta nada, que todo está completo y en su lugar, es un sentimiento se seguridad frente a la incertidumbre de la existencia. Ahora bien, sobre la base de lo anterior concluyo que no siempre necesitamos del todo, sino como Deleuze de tres o cuatro cosas, pero en profundidad y con detalle.
¿Que más se podría desprender de lo anterior?
A) Que de la totalidad de las cosas muy pocas son importantes.
B) Que hay que dedicarle exclusividad y entrega a esos importantes.
C) Que hay que saber elegir.
D) Que no hay que encandilarse con la relevancia
E) Que la totalidad no es necesaria, si es que se sabe lo que se quiere.
F) Que Deleuze era un mal lector.

Que el respetable elija la alternativa que le parezca más apropiada, antes que aparezcan preguntas del tono de ¿Qué es lo importante? O ¿Cómo saber que es lo importante? Obviamente no entraré en esos cuestionamientos.




LA SOLEDAD Y EL COMPROMISO


En razón de lo anterior, hemos sacado en limpio que tenemos un sentimiento de querer someterlo todo y de tener una gran biblioteca, para sentir la seguridad de tener el saber a la mano, aún cuando hayamos leído tres o cuatro libros de su totalidad. Por último y para empezar a desarrollar lo que me interesa diré que hay entonces, siguiendo esta metáfora de biblioteca, tres o cuatro cosas importantes en la vida. Para mí una de ellas es la soledad. Déjese todo sentimiento relacionado exclusivamente con lo afectivo y los sentimientos lastimeros para abocarse a lo provechoso en la reflexión, del estado de soledad.
La soledad es una instancia de reconocimiento, luego de estar inmerso en un agobio de la multitud (o de la juntitud que es peor). Es un momento para sacudirte de la mugre. La soledad en estos términos no es la ausencia de todos los demás, ni el estar consigo mismo sin estar con nadie más, sino el estado de conciencia en el cual todo pende de un hilo. La propia conciencia enfrentada al mundo.
La soledad debe presentarse como un estado de reflexión sobre uno mismo y lo demás, eso que es real y eso que es inconcebible. En los momentos de reflexo-soledad se puede caer en cuenta de lo que se esconde, de la opacidad, de lo que está ahí, pero no se ve, porque la luz que está sobre lo real, nos encandila, y no deja ver nada más. La soledad es una instancia para pellizcarse y plantearse a ver eso que está en penumbras y no señalado, poder conocerlo, penetrarlo, admirarlo. La soledad insiste en la reflexión, es un instante de silencio, que te invita a pensar. Lo difícil es el silencio, el estar enfrentado a uno mismo, pues la conciencia siempre es conciencia de algo, en la soledad es conciencia de sí mismo y del mundo, en tanto objeto de reflexión. Esa disposición del ánimo y de la conexión con uno mismo, hace posible el enfrentamiento con las certezas, con las ideologías y con las creencias. Justamente eso de tener lo pies bien puestos en el cielo.
“La soledad si que es capaz de generar deseos que no se corresponden con el sentido común o con la realidad” (Roberto Bolaño, Entre paréntesis, pág. 44) ¿Para que he citado a Bolaño? Pues para representar que justamente lo que la conciencia busca en la soledad es liberar el deseo de encontrar y conocer la irrealidad. El sentido común, que es el sentido que se desarrolla sobre la base de actuar haciendo justa y precisamente todo lo que creemos, y que consta en creer todo lo que creemos, es lo que nos permite, repitiéndolo al pie de la letra, demostrar que no estamos locos, o que si lo estamos podemos disimularlo perfectamente, sin causar la menor sospecha.
La soledad provoca a la conciencia el deseo de escapar por un momento del sentido común, la soledad en tanto pedagoga nos enseña el arte de la fuga.
La soledad plantea la posibilidad de reflexión, y ofrece la pregunta ¿y si no fuera cierto? La duda fundamental, nos anima a mirar lo opaco, la bruma, nos tienta a la oscuridad, esta tentación que es inconcebible para nuestros cimientos, para nuestra certeza, para nuestra realidad. Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja a que el hombre cambie o derribe sus certezas para empezar a ver la opacidad y constatar que es muy probable haya una realidad allí. Aún así creo que comenzar, en honesta soledad a reflexionar acerca de nuestros dogmas, es comenzar el camino que tal vez algún día nos libere de ellos. “Solo un espíritu con vocación de libertad tiene el suficiente ímpetu para reconocerse esclavo” (Fernando Savater, Ensayo sobre Ciorán, pág. 61)
En cambio la relevancia es luz, es camino pavimentado, alumbrado y seguro, aunque sea pura ilusión se prefiere a una verdad no comprobada, es una cama tendida y cómoda donde esperar a que pase la vida. Esta realidad de la relevancia es tan necesaria que asusta no mirarla, no seguirla, no creerla. Otro camino es la incertidumbre misma, la perdición, la desesperación de no saber a qué atenerse.
Este momento de introspección solitaria es el momento preciso para no encontrase razón en nada. Es el momento justo para destruirse revisar las piezas que te componen y tal vez tirar unas cuantas. Para reflexionar acerca de cuanto sabes de la irrealidad, de lo falso y como eso puede destruirte y hacerte de nuevo, saltando del suelo firme a lo oscuro, a lo opaco, a lo temido, a lo basureado, a lo profundamente incomprensible por su aparente falsedad, que es más bien desconocimiento.
Es un momento a estar a solas con la conciencia, pues es el yo enfrentado a ti mismo, es un instante de reflejo y ver cuanto de tu corpus es invisible, cuanto de lo que está alrededor es falso y siempre lo ha sido a la vista de todos: lo más probable que tu camino y tus manos. Es difícil ponerse en esa actitud de destructiva honestidad pues es un estado de reflexión crítica a lo que guardas, cuidas y resplandece como un tesoro.
La soledad se presenta muchas veces y con estos elementos, en un momento de auto-creación (auto-poiésis), es un momento musical, intuitivo, se reconoce el ritmo interno del pensamiento. La soledad, como decía el viejo Ciorán, “no te enseña a estar solo, sino a ser único”, a robarle algunos secretos a la muerte. Pedagoga también de la maestría en nostalgia, en eso de recorrer cada día el camino de la gran nostalgia, hacerlo tuyo, ser la nostalgia misma, para caer en cuenta que es pura ilusión del pasado y del futuro, y que lo verdadero es el presente, y que el presente no es más que azar, agobio, vértigo, elección y honestidad.
Una nueva mirada para la interpretación de la realidad es la vocación de la filosofía y parte, para mí, sobre la hipótesis de la soledad, de la soledad discursiva, podría decirse; de la propia conciencia ante el mundo. Esta soledad reflexiva sostiene también algo que es fundamental de comprender para entender esta reflexión: soledad en el sentido de que tu discurso no sea, por fuerza ni imposición personal de un grupo al cual se representa como salvador o caudillo. No imponerse en el discurso como la voz de los que no tienen voz; tal es la vocación del político, del profeta, del demagogo, no la del filósofo. He de desconfiar profundamente de quienes hablar por el bien y en nombre de la Humanidad. El nosotros suele ser sospechoso. La vocación de salvador es temer.
Cien solitarios reflexivos no forman un grupo y lejos del egoísmo, más bien la ausencia de un mismo objetivo (léase revolución, eugenesia, exterminación, dictadura o democracia). Es tal vez una intención fundamental de humildad y de respeto, si los otros no pueden elaborar un pensamiento o una certeza, peor. Pero mucho peor es la imposición. No acabo de entender ni de confiar en el representante de los demás. Me parece una sanidad mental no actuar animado por el imperativo por ser el caudillo, el portavoz de los que no tienen voz, el salvador.
La vocación del caudillo es patológica, es dictatorial, insana. Querer representar a la masa en un discurso homogéneo con elementos necesariamente representativos para todos y cada uno de los integrantes, con amigos y enemigos comunes y estos orientados todos a un mismo fin, no puede acabar en nada bueno. Los caudillos nos hacen enemigos de sus propios miedos y de sus alucinaciones paranoides.

LA DESVINCULACIÓN

La reflexión acerca de la opacidad promueve la búsqueda de la certeza personal, distinta a la propuesta que juzgamos ilusoria, básica, común, del sentido común; promueve una reflexión acerca de un nuevo modelo de interpretación de la realidad. Lo señalado es la creencia, sobre la base de la cual se asienta la creencia histórica, el mantenimiento señalado de un tipo de interpretación de la realidad. Ahora bien, con el advenimiento de lo que entendemos hoy por postmodernidad, y la caída de los meta-relato, la intelectualidad actual pretende buscar en la opacidad un nuevo discurso lúcido. La filosofía postmoderna de la disgregación revela una dispersión y una búsqueda de un nuevo camino pero en tanto oposición, ya sea por oposición o aburrimiento, a lo señalado y no necesariamente por la búsqueda de la Verdad o de la “realidad verdadera”, pues una misión de esas características en nuestra época, está destinada inexorablemente al fracaso y todo filósofo es hijo de su tiempo, aunque algunos hayan dicho nacer póstumos. La lucidez de la búsqueda en un camino en la opacidad, es básicamente percibida en sociedad como un agnosticismo, escepticismo o ateísmo recalcitrante.
El bombardeo de la ilusión en el mundo de la postmodernidad es lo único real y ha hecho al hombre definitivamente perder el camino, extra-viarse, (salirse, perder la capacidad de darse o encontrar el camino) des-encontrarse, (perderse) des-vincularse (romper concientemente el vínculo fundamental) su finalidad ya no es él mismo en tanto hombre, sino una ilusión. Niega su esencial apertura ala verdad y se manifiesta así el proceso de desvinculación fundamental, con la realidad, con la verdad, con la vocación fundamental de su existencia; ahora solo le interesa la ilusión, lo contingente, lo vano, lo mediático, lo inmediato. Es menester para estos efectos no identificar el trascendental-abstracto-absoluto (Dios) con la verdad.
El hombre ya no busca la verdad, sino lo útil y no cualquier útil, sino el útil del cual pueda desvincularse sin problemas, busca el útil desechable. Así, se deja tranquilamente llevar por la ilusión a sabiendas de que es lo contrario a la certeza, que es pura quimera. El ser y estar en el mundo se ha tornado de tal manera que se niega a la búsqueda de la verdad porque eso lo hace comprometerse, vincularse con lo esencial, que le hace reconocerse así mismo, reflexionar, encontrarse, en la insoportable instancia de la soledad, en la vinculación consigo mismo. Es imposible que se atreva a mirar a la opacidad, es el terror absoluto. Las creencias acerca de la postmodernidad versan acerca de la utilidad de la ilusión para el hedonismo (cuestión fundamental en la sociedad postmoderna: todo debe servir necesariamente para algo, la reflexión y la filosofía están desterradas, pues dan una respuesta inconcebible a la pregunta fundamental postmoderna ¿y para que sirve?) la filosofía nunca se podrá jactar de su utilidad, es por esencia inútil, pero a la vez y paradójicamente el más necesario de los saberes. En razón de lo anterior, esta reflexión, esta soledad y este compromiso son inútiles y que nadie se espante.
El que quiera algo útil, que se compre una llave inglesa.
LA CORUÑA, INVIERNO DE 2006

“LAS CRÓNICAS DE LEWIS. EL DESAFÍO DE SER LEALES”


Santo Tomás Los Ángeles, en su continuo y sistemático esfuerzo por entregar a sus alumnos, profesores y comunidad social en general una formación académica general y transversal, es que invita a participar a toda la comunidad angelina, en las actividades culturales (todas ellas gratis) organizadas en el contexto de la Semana de la Cultura.

La semana cultural, es la culminación del tema cultural trabajado durante el año académico en nuestras instituciones de educación. Desde el año 2004, se ha venido trabajando en el ánimo de promover los valores y el desarrollo de las virtudes del humanismo cristiano, contenidos en obras literarias universales. Desde un trabajo pedagógico para promover el mensaje espiritual para la existencia humana contenido en “El Principito”, pasando por la amistad, contenido en “El Quijote de la Mancha”, la verdad contenida en la obra platónica respecto a la vida de Sócrates, y este año lealtad en la obra de C.S. Lewis, reconocido por los 7 libros de “Las Crónicas de Narnia”.

Entendemos la lealtad como un buen hábito, que consiste en una natural honestidad, fidelidad, veracidad y compromiso consigo mismo y con los demás. Por el hecho de ser la persona un ser social, es que desarrolla por naturaleza una inclinación a la convivencia humana, la cual no sería posible si es que los hombres no se pudieran fiar unos de otros –nos indicaba nuestro santo patrono en la Suma Teológica- en definitiva, nuestra visa afectiva, familiar, laboral y social, no sería posible si es que no fuéramos fieles a la búsqueda natural de lo verdadero, lo real, lo perenne; ya que hombre busca esta certeza que le permite saber a que atenerse frente al mundo, y a las demás personas.

El desarrollo de las virtudes humanas, como la lealtad, suponen un apego a la ley natural: al contenido moral de la naturaleza humana. Son hábitos bondadosos y operativos, que perfeccionan a la persona humana y le hacen ser más propiamente persona. La educación integral a través del desarrollo de las virtudes, permiten al hombre desarrollarse en plenitud, ser feliz, ser más libre, y le disponen a cuatro acciones, que a mi parecer, son el fundamento de toda educación que se precie de tal: conocer la verdad, contemplar la belleza, hacer el bien voluntariamente y amar honestamente.

En razón de lo anterior, las instituciones Santo Tomás de Los Ángeles, desde el 08 al 12 de Octubre, organizan una serie de actividades en el contexto de la semana de la cultura 2007, “LAS CRÓNICAS DE LEWIS. EL DESAFÍO DE SER LEALES”, que permiten que sus alumnos y los angelinos de buena voluntad, conozcan y se impregnen de nuestro sello, de nuestro estilo de educar y se integren en un espíritu de amistad (que implica en sí misma la lealtad) y alegría a la familia tomasina.

martes, septiembre 25, 2007

REFLEXIONES ACERCA DEL SENTIDO Y FINALIDAD DE LA EDUCACIÓN EN SANTO TOMÁS DE AQUINO




RESUMEN

Esta comunicación pretende reflexionar acerca del sentido y de la finalidad de la Educación desde la filosofía de Santo Tomás de Aquino. Este análisis se concentrará en la fundamentación de la necesidad de la educación moral (en tanto educación integral), y como ésta, orienta el sentido de la existencia de la persona humana hacia el fin último de la vida. Reflexionaremos acerca del estado de virtud, y como a partir de aquí se adquiere una educación para la libertad, como elementos formativos además, para el encuentro de la persona con la felicidad o bienaventuranza.


PALABRAS CLAVE

Persona humana, Formación integral, Educación moral, Estado de virtud, Libertad.



INTRODUCCIÓN

En la obra de nuestro Santo Patrono y a través del estudio en temas particulares de sus comentadores, acerca del hombre su sentido y su finalidad, podemos identificar tres estados perfectos del hombre en cuanto tal: a) el estado de perfección esencial, el cual le sobreviene por ser engendrado: su ser sustancial en una naturaleza racional le ha sido dado en la procreación b) El estado de felicidad o bienaventuranza, que se alcanza con la operación perfecta “perfección última del hombre”. En ese estado la naturaleza racional del hombre alcanza la plenitud de sus posibilidades: la felicidad en la contemplación amorosa de Dios c) y el estado de virtud, que es el estado perfecto del hombre en cuanto hombre, que le proporciona “una segunda naturaleza”, una manera nueva de ser persona, que dispone, a su vez, a la felicidad o bienaventuranza.


La acción y el proceso educativo en cuanto tal, busca esta última perfección “el estado de virtud”. Indicaremos como la educación intelectual y en particular la educación moral, logra propiamente tal este estado de virtud, y a su vez como esto significa, de cierta manera, ser educado para la libertad, disponiendo al hombre a la perfecta la felicidad o bienaventuranza.

Se sabe que Santo Tomás, nunca definió formalmente el concepto de Educación, pero existen varios pasajes en la obra del aquinate, que expresan algunas ideas, de lo que entendió por el concepto en cuestión, las cuales también han sido rescatadas por sus comentadores; indicaremos al menos cuatro:

Como una nutrición corporal (dada por el padre a los hijos)
Como una nutrición del alma. (Esta idea supedita a la anterior)
Como instrucción y disciplina. Estas ideas, lejos de tener una concepción restrictiva, el angélico entiende aquello como la enseñanza de las ciencias, la formación del carácter, o sea alude directamente a una formación intelectual y moral de la persona humana.
Finalmente la educación en un sentido amplio que incluye el mantenimiento corporal, como la formación espiritual.

Finalmente nos quedaremos con la definición de Santo Tomás, que el Papa Pío XI propone como la definición de Educación, en la Encíclica “Divini Illius Magistri”, carta encíclica acerca de la educación cristiana de la juventud.

“(…) es la promoción y conducción al estado perfecto del hombre en cuanto hombre, que es el estado de virtud”

Esta idea de Santo Tomás con respecto a la educación, indica originalmente la actividad que deben realizar los padres, luego del nacimiento de los hijos. Encontramos aquí, de esta manera, fundamentos teóricos evidentes e ineludibles para afirmar hoy, que la familia es educadora natural de los hijos, y que las instituciones educativas son solo educadores auxiliares, elegidas libremente por los padres, a fin de complementar la formación que estos han comenzado, y que en sintonía con la definición propuesta como la de Educación, en la encíclica mencionada, estas instituciones deben albergar maestros capaces de conducir y promover en el camino del estado de virtud de los educandos.

La pedagogía perenne de Santo Tomás de Aquino, radica principalmente en las cuestiones acerca de la causa material y su causa final. Lo que podemos expresar en las siguientes preguntas ¿A quien se educa? ¿Para qué se Educa? (Y una tercera que está implícita en la última ¿En qué se educa? Las ciertas reflexiones a las preguntas que se han indicado es el trabajo que hoy les propongo a la luz de la Filosofía Educativa de Santo Tomás de Aquino.

a) Persona humana (Sujeto de la Educación)

El sujeto de la educación (la causa material del proceso educativo) es el hombre que es ante todo, en el pensamiento tomista persona humana la cual goza de una serie de notas fundamentales que le hacen ser lo más digno de la creación; una inalienable dignidad natural (moral), una irrepetible singularidad, intimidad, apertura al bien y a la verdad, llamado a la trascendencia, y ha realizarse en la vocación de amar.

Para educar a la persona humana es necesario conocerla, pues no se puede amar lo que no se conoce y el aquinate nos invita a emplear la pedagogía de Cristo. Ahora bien, es por eso que el proceso de educación debe ser un proceso que oriente a la naturaleza humana a su propia realización. Es motivar y promover las tendencias naturales del hombre al bien, al conocimiento, finalmente a la armonía integral (que incluye el potencial intelectivo y amatorio) que es la felicidad. Esta realización propia del hombre se logra a través de la perfección de sus potencias espirituales, logrando alcanzar sus bienes propios, a través de sus operaciones, guiadas por el ejercicio de las virtudes intelectuales, morales y teologales, que finalmente, van a manifestar en la persona humana la verdadera educación, una educación integral, que es la perfección del hombre en los tres ámbitos fundamentales de su existencia, a través de estas clases de virtudes, que disponen al hombre: a buscar la verdad, a contemplar la belleza, a hacer el bien y a amar honestamente.

Sin embargo, sabemos que el hombre no nace virtuoso, sino que más bien tiene una indigencia de virtud, se manifiesta como el más desprotegido de todos los animales, no está inclinado de manera perfecta al bien, puesto que la virtud es una cualidad que está en potencia y que solo puede llegar a ser acto a través del ejercicio repetido, sistemático y libre de buenas acciones, para que se convierta en un buen hábito. Así, toda facultad espiritual del hombre, se perfecciona a través de hábitos buenos.

Para que los alumnos adquieran las virtudes (intelectuales, morales o teologales) deben ser, a su vez, enseñadas por alguien que los posea, sobre todo las virtudes morales, de allí se sigue que el maestro no solo debe tener una autoridad intelectual sino, y sobre todo una autoridad moral, pues nadie puede entregar lo que no tiene, y para darse hay que poseerse. Solo de esta manera, lograremos a través, sobre todo de la educación moral, que la recta razón vaya imponiéndose a los apetitos desordenados e indeterminados para conducirlos libremente al bien. Así, el hombre alcanzará definitivamente su perfección cuando todas sus potencias se encuentren adecuadamente dispuestas para efectuar las actividades que le son propias: la inteligencia en el conocimiento de la verdad y la voluntad en el deseo de hacer el bien. Con esto queremos decir que la perfección no viene por la sola tenencia de estas ciertas características generales en tanto persona, sino en que estas potencias en conjunto y armonía actúen bien; y para que estas potencias espirituales del hombre se perfeccionen, es necesaria la virtud sobre todo intelectual y moral, pues serán estas, quienes conduzcan y ordenen los apetitos sensitivos.

b) La especificidad de Educación moral (en virtudes morales)

Se hace evidente la formación en el temple del carácter, más que en la entrega de información. Se hace evidente la educación en una sabiduría para la vida, una educación sobre todo de la voluntad. Se hace evidentemente necesaria una formación, más que la sola información. Gran parte de nuestra educación, básica, media y universitaria, se ha basado en la entrega de contenidos y de información, en un adiestramiento intelectual, en un conocimiento de la historia de la filosofía, en un recitar de autores, más que en la adquisición de una formación espiritual a través de una filosofía de vida operativa. El papa Juan Pablo II ya indicaba la causa de esta situación: Con Descartes se había supeditado el esse tomista por el cogito cartesiano, y este trajo las consecuencias de la moral provisoria (del hacer como si).

La filosofía debe seguir reflexionando acerca del sentido del hombre, de su finalidad, pero basando su reflexión filosófica de la educación, en una formación integral, que incluya con gran importancia un compromiso ético, en la promoción de actitudes virtuosas, a fin que concluya en una autonomía personal que permita a la persona ser propiamente libre.

Sin embargo, nuestras ocupaciones están centradas en el ¿Cómo?, antes de tener claridad de la finalidad que queremos alcanzar. Pareciera ser que la insistencia en esta cuestión, pone de manifiesto que hemos perdido la capacidad de preguntarnos por el fin, es como si estuviéramos sumidos en una niebla que nos exige solamente preocuparnos e interesarnos por lo inmediato, por lo próximo, lo que solo está delante de mis ojos y que la vida, en definitiva, se resumiera en buscar métodos para resolver los problemas que tengo aquí delante; sin proyección, sin un sentido de la finalidad; ocupado solo de la probada utilidad de los medios. Santo Tomás de Aquino, centra gran parte de sus ocupaciones en el ¿Para qué? Lejos de ser una formulación utilitarista es teleológico, ocupado por prudencia en la finalidad del proceso. La finalidad de la Educación, en un sentido profundo se basa fundamentalmente en que la educación logre formar una persona integral, en estado perfecto en cuanto hombre; en palabras del aquinate, “Ser tal como Dios nos hizo”, que es el estado de virtud, que es el estado de perfección que le corresponde al hombre por naturaleza. Este estado de virtud (intelectual, moral y teologal) en definitiva permitirá al hombre, llegar a un estado que le dispone al hombre a conocer y actuar bien en libertad, permitiendo que pueda diseñar personalmente su vida y con su propia afirmación interna, recorrer el camino que responda a su naturaleza.

La educación ante todo, debe ser una educación moral. Se debe basar en el desarrollo de las virtudes humanas, en una formación de hábitos operativos del bien que ordenen los apetitos y perfeccionen las potencias espirituales, en un fortalecimiento intelectual y sobre todo de la voluntad. La entrega de contenidos informativos no tienen sentido, si no van acompañado del ejemplo bondadoso que erige al maestro como un modelo. De manera tal que no es necesario solamente una autoridad intelectual, sino una autoridad moral. Pues quien ve hacer el bien, tiende a hacer el bien. La educación, en su sentido más propio y último no puede proceder con la premisa de la autoridad intelectual, como falacia ad baculum (“haz lo que digo, pero no hagas lo que hago”)

Hemos dicho en gran parte que la educación en definitiva, es la formación de virtudes que perfeccionan las potencias espirituales del hombre. A continuación, indicaremos algunas características fundamentales para entender la virtud en Santo Tomás de Aquino.

Estas pondrán de manifiesto, la necesidad de entender la educación moral tomista como indispensable al entender educación.

Las virtudes son cualidades humanas que están en potencia en las personas. Son hábitos operativos del bien.

No toda virtud es moral, sino tan sólo aquella que reside en la facultad apetitiva, o sea en la voluntad, pues dispone a esta potencia, a través del ejercicio de la virtud, apetecer el verdadero bien. Las virtudes que implican rectitud del apetito son principales. Tales son las virtudes morales. Las virtudes morales consisten, en un término medio entre extremos viciosos o errados. Es un término medio en relación al exceso y al defecto, como la valentía es el término medio entre la temeridad y la cobardía, según explica El Filósofo. La virtud en sí misma considerada será un hábito bueno, es decir, un hábito que dispone al que obra para un acto conveniente a la perfección a la que está ordenada su naturaleza.

La virtud es un hábito electivo: el hábito virtuoso perfecciona a la potencia que participa de la razón para que el hombre realice libremente y no de manera mecánica, aquello que es concorde con su último fin, por eso: es posible facilitar el conocimiento de la verdad por las virtudes intelectuales y la práctica del bien por medio de las morales.
Se adquieren mediante el ejercicio continuo, repetido, sistemático y libre de un acto. Un acto bueno predispone a otro bueno, cuesta menos realizarlo.
Son conductas que provienen de una recta razón, de la conciencia orientada al bien no solo inmediato sino al bien supremo y último de la existencia: la felicidad o la bienaventuranza, (que residen el potencial intelectual y afectivo a amatorio del hombre) esto siguiendo a San Agustín pues el Obispo africano nos señalaba que “(…) allá donde no se reconoce la verdad eterna e inmutable todas las virtudes son falsas, incluso las excelentes”.

La virtud no es la supresión de los apetitos sensitivos o de las pasiones, sino es una orientación de ellas conforme a la recta razón. Así, el hombre puede gobernar esas tendencias desordenadas e incluso llegar a moderarlas hasta que se ‘conformen’ con el dictado racional.

Cada acto virtuoso es fuente de alegría y plenitud para en el ente racional.

La virtud no es ni adiestramiento, ni un mecanismo, sino por el contrario dota de una plasticidad y originalidad personal a cada una de las decisiones de la voluntad.

El hombre alcanza la plena libertad por medio del ejercicio de las virtudes. Pues se podría decir que hago lo que debo porque quiero, y sin que nadie pueda impedírmelo, así el hombre se determina a sí mismo en sus acciones, es dueño de sí.

El apetito sensitivo es un acto propiamente humano, que debe ser perfeccionado por la virtud para que obedezca a la razón. Este puede resistirse a obedecer, porque gozan de cierta autonomía y es allí donde se pone a prueba el temple del espíritu humano. Es allí donde radica el concepto fundamental de la educación en la formación moral de la persona humana, he ahí su perfección, he ahí su libertad.

Virtudes morales: (S. Th. q. 61. Solución del a.1) “Cuando hablamos de la virtud, sin más, se entiende que nos referimos a la virtud humana. Pero, según se ha dicho anteriormente (q.56 a.3), virtud humana, según la razón perfecta de virtud, es aquella que requiere rectitud del apetito, pues tal virtud no sólo confiere facultad de obrar bien, sino que causa también el uso de la buena obra. En cambio, según la razón imperfecta de virtud, se dice también virtud aquella que no requiere rectitud del apetito, porque sólo confiere facultad de obrar bien, sin causar el ejercicio de la buena obra. Ahora bien, es sabido que lo perfecto es más principal que lo imperfecto. Por consiguiente, las virtudes que implican rectitud del apetito son principales. Tales son las virtudes morales, y, entre las intelectuales, la prudencia, que es también de algún modo virtud moral, por razón de la materia, según consta por lo dicho anteriormente (q.57 a.4; q.58 a.3 ad 1). Por consiguiente, las llamadas virtudes principales o cardinales están convenientemente colocadas entre las virtudes morales”.

Las Virtudes Cardinales: (S. Th. q. 61 Solución a. 2) El número de determinadas cosas puede tomarse, bien atendiendo a los principios formales, bien a los sujetos en que se dan. De uno y otro modo resultan ser cuatro las virtudes cardinales. Efectivamente, el principio formal de la virtud, de la que ahora hablamos, es el bien de la razón. Y éste puede considerarse de dos modos. Uno, en cuanto que consiste en la misma consideración de la razón, y así habrá una virtud principal, que se llama prudencia. De otro modo, en cuanto que el orden de la razón se realiza en alguna otra cosa; bien sean las operaciones, y así resulta la justicia; bien sean las pasiones, y así es necesario que existan dos virtudes, porque es necesario poner el orden de la razón en las pasiones, habida cuenta de su repugnancia a la razón, que se manifiesta de dos modos: uno, en cuanto que la pasión impulsa a algo contrario a la razón; y así es necesario que la pasión sea reprimida, de donde le viene el nombre a la templanza; de otro modo, en cuanto que la pasión retrae de realizar lo que la razón dicta, como es al temor de los peligros y de los trabajos, y así es necesario que el hombre se afiance en lo que dicta la razón para que no retroceda, de donde le viene el nombre a la fortaleza. De modo parecido resulta el mismo número atendiendo al sujeto, pues el sujeto de la virtud, de la que hablamos ahora, es cuádruple, a saber: el que es racional por esencia, al que perfecciona la prudencia; y el que es racional por participación, que se divide en tres: la voluntad, que es el sujeto de la justicia; el apetito concupiscible, que es el sujeto de la templanza; y el apetito irascible, que es el sujeto de la fortaleza.

c) Estado de virtud (adquisición de la propia libertad y disposición para la felicidad)

El estado de perfección del hombre al que aspira no es arbitrario, abstracto, alquimista, ni voluntarista como lo pudo haber entendido Schopenhauer o Nietzsche. Sino que el angélico, entiende la Educación como una conducción y una promoción (una moción, un movimiento moral) hacia lo que el hombre realmente es. El proceso de educación es llegar a ser propiamente persona, estado de plenitud al que llegó Jesucristo dejándonos así un modelo que imitar.
La cuestión de la finalidad es fundamental en el pensamiento tomista. De esta manera el fin de una obra, debe estar clara antes de emprenderla (Antes de empezar a caminar debo saber donde quiero ir). Teniendo claridad de las respuestas a las preguntas acerca de la esencia de la causa material y la causa final, sólo podremos tener claridad de los medios que se deben utilizar, y no antes. En la claridad de la bondad ontológica del bien último, no cabrá, entonces, como medio más que el adecuado.

Diremos en definitiva que la pedagogía perenne de Santo Tomás es en cierto modo una educación para la libertad. El problema con las distintas concepciones educativas libertarias que no permiten un total desarrollo en tanto personas, es que han desprendido a la libertad de su exigencia moral y la han reducido a una pura elección de alternativas.

Bien, la finalidad a la que aspira el estado de virtud, tal como lo entiende el príncipe y guía de todos los estudios, no es un orden universal, político o social, pues no es un medio que se subordina a un orden político o colectivista, en tanto que es un proceso de la persona humana. Por otro lado, este estado de virtud no es tampoco un conjunto de reglas o preceptos, basado en el miedo o el deber ser (al estilo kantiano), sino un estado de excelencia, es lo que se ha entendido como el areté griego. La virtud es un hábito, una forma de “haberse” de poseerse, esto implica un cambo radical en la persona, pues llega a ser libre, está en posesión de sí misma. Es por eso que el aquinate compara el estado de virtud con una “segunda naturaleza” una nueva manera de ser como persona, una naturaleza casi tan esencial como con la cual nacemos (este conjunto de disposiciones naturales) puesto que es la culminación de la disposición a la felicidad y a bienaventuranza. La educación tomista promueve un cambio interior de las personas y sobre pasa con mucho, la entrega de herramientas para la resolución los de problemas de la vida, es como hemos dicho un movimiento moral hacia el Altísimo que es el Ser y el Sumo Bien. Dios, primer principio y último fin de todo el universo, por eso será continua e incesante la agitación mientras no dirijan sus pensamientos y sus obras a la única meta de la perfección, a Dios, según la profunda sentencia de San Agustín de Hipona: “Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”
(Confesiones 1-1)


La reflexión que se plantea finalmente en este trabajo, dice relación con la libertad de la cual el hombre hace posesión en cuanto tal y correcto uso en este estado de virtud. Podríamos decir en términos coloquiales que en este estado de perfeccionamiento de sus potencias espirituales que culminan en el estado de virtud, el hombre alcanza, en su sentido más propio la libertad. La educación en virtudes, permite alcanzar la libertad, en donde el hombre es propiamente persona. La libertad moral es donde mejor reluce lo específico de la persona humana, pues es el ser persona en su sentido más propio. La educación moral autorregulará las tendencias del hombre de manera tal, que se orienten de manera libre, armónica, estable y con alegría a los bienes propios, que son objetivamente buenos para él y que le permiten su promoción al este estado de perfección.

Este estado de perfección en la virtud significa en tanto perfeccionamiento alcanzar grados de libertad mayor, en un contexto de responsabilidad mayor. La libertad en tanto propiedad de la voluntad, potencia de su alma racional, es facultad del espíritu. Ser propiamente persona exige un desarrollo del espíritu, que es posible de realizar a través del correcto uso de la libertad. Lo contrario supone una perdida de la posibilidad de ser más persona, de personalizarse, de manifestar la verdad de mi intimidad a mi prójimo, a mis otros, de manifestarme como ser único e irrepetible, poniendo al servicio del bien común, mis virtudes.

Ahora bien, la libertad como propiedad de la voluntad debe libremente determinarme para el bien. La libertad es la capacidad que tiene el hombre de elegir entre opciones distintas y sin estar determinado por ninguna, pero no se agota allí; es la determinación voluntaria que el hombre hace de sí mismo: se elige, elige sus manifestaciones, elige como se manifiesta este alguien hacia el mundo, este alguien que prefiere una acción en lugar de otra, le da valor a la responsabilidad mientras desestima la deslealtad y el incumplimiento. Al elegir habitualmente y/o esporádicamente las acciones morales, se va configurando la personalidad propia y se van prefiriendo maneras de actuar y de enfrentar la vida, se van arraigando manifestaciones en este alguien, lo que le permite a otros indicar o hacer referencias más o menos precisas de las preferencias de este y de cómo estima unas, como más valiosas que otras, me voy dando a conocer.

La libertad es ante todo, una potencialidad espiritual y la elección una actividad del espíritu. Teniendo esto en cuenta, comenzamos a reencontrarnos con la importancia crucial que tiene la libertad para la persona humana y para configurar las manifestaciones que quiere entregar de su intimad al mundo. La libertad es lo que define al hombre, pues está en él la capacidad de elegir y preferir y estimar estos o aquellos bienes por encima de las pasiones, por encima de los instintos, más allá de la pura naturaleza. Ser libre, es darse una orientación conciente, fijarse una finalidad voluntaria, es reconocer que existe una intimidad y que puedo manifestarla a los otros. Solo puedo saber quien soy si es que se lo que quiero y solo podré saber lo que quiero si es que soy libre.

La Libertad moral me permite la elección del máximo y más perfecto bien, implica un uso bueno y responsable del libre albedrío, que perfecciona al hombre mismo. Como hemos visto se conquista con el tiempo, se puede crecer en ella, es requisito que dispone al hombre para la auténtica felicidad. La libertad tiene una clara exigencia: es para el bien, sólo así se perfecciona y un mal uso del libre albedrío, no nos perfecciona moralmente, pues manifiesta un desorden respecto al fin último.

Y por último, para finalizar nuestras reflexiones podemos concluir:

Que la educación es sobre todo educación moral y ésta un perfeccionamiento espiritual,

Que la educación moral se fundamenta en el ejercicio de las virtudes, que perfeccionan las potencias espirituales y sus propiedades (inteligencia, voluntad y libertad), las que permiten ordenar los apetitos en orden a la finalidad propia de la naturaleza humana,

Que la educación moral se hace evidente e imperativa en nuestras sociedades actuales, y no una educación de la información, pues está probado que ésta va cambiando velozmente. Entonces ¿que enseñar?: la respuesta podría ser sabiduría para la vida, pedagogía perenne, fortalecimiento y temple de la voluntad, educación para la libertad, educar moralmente para elegir el bien voluntariamente e intelectualmente y así buscar ardientemente la verdad por su propia bondad y belleza,

Que la educación en virtudes, dispone al hombre a determinarse a sí mismo en sus actos en tanto persona, le permiten elegirse, disponer de sí mismo, autorregularse y poseerse en cuanto tal, lo que en definitiva perfecciona la libertad en tanto rasgo distintivo y fundamental de la educación moral,

Que este estado de perfección integral, al que se debe promover al hombre, (su segunda naturaleza), se traduce en el modelo eterno del que es verdadero maestro, verdadero hombre y verdadero Dios, Jesucristo absolutamente libre.

Para finalizar quisiera citar el primer saludo de Abelardo Lobato como Presidente de la SITA (Sociedad Internacional Santo Tomás de Aquino) en 1998, pues es un saludo que anima a los jóvenes a profundizar en el pensamiento de Santo Tomás de Aquino:

“Sentirse amigo de Santo Tomás de Aquino es una de las pocas cosas serias a las que se puede aspirar en el ámbito de la cultura cristiana, llamada a ser fermento de la humanidad en camino. Todo amigo de Tomás de Aquino se complace en llamarlo “Doctor Humanitatis”, y cada uno a su modo, se esfuerza en ser verdadero discípulo, que apoyado en los robustos hombros del maestro, descubre una nueva región de la verdad (…) Donde quiera que halla un hombre que busque la verdad sinceramente, y con el método adecuado, allí hay un amigo de Tomás”












Comunicación expuesta en las VII Jornadas de Filosofía “Hombre, Individuo y Sociedad”, de la Universidad Católica de la Santísima Concepción, en la ciudad de Concepción el 31 de Agosto de 2007, en el Aula Magna de esta Universidad.

miércoles, agosto 08, 2007

FE, RAZÓN Y CIENCIA


UNIVERSIDAD SANTO TOMÁS – LOS ÁNGELES
SÁBADO 12 DE MAYO DE 2007



SUMARIO: 1. INTRODUCCIÓN 2. LA FE Y LA RAZÓN EN “FIDES ET RATIO”
3. Panorama general de los avances científicos Y LA REFLEXIÓN FILOSÓFICA del siglo XX y LOS DILEMAS ÉTICOS PARA EL SIGLO XXI
4. AUTORES Y CASOS DE DEBATE ENTRE CIENCIA, FILOSOFÍA Y RELIGIÓN EN DISTINTOS MOMENTOS HISTORICOS 5. CONCLUSIONES 6. NOTAS Y CITAS BIBLIOGRÁFICAS 7. BIBLIOGRAFÍA, TEXTOS Y ARTÍCULOS DE APOYO.




ABSTRACT: Pretenderemos hacer una reflexión de los problemas fundamentalmente éticos, que se entrecruzan entre las disciplinas de la ciencia, teología y filosofía, valorando los aportes de cada una de ellas, señalado sus riquezas, errores, límites y paradojas en distintos momentos de la historia del pensamiento. Se revisarán además, casos emblemáticos de la historia del pensamiento, donde estas disciplinas han sido causa de conflicto, reflexionando y valorando en las dimensiones en que ellas se acercan a la verdad trascendente de Cristo, por sobre el cientificismo, racionalismo y fideísmo, teniendo como finalidad el servicio a la vida humana, respetando por sobre todo su inalienable dignidad.


FILOSOFÍA, TEOLOGÍA Y CIENCIA: SUS OBJETOS, SUS LÍMITES Y SUS RELACIONES EN GENERAL


Por el Estagirita (Siglo IV A.C.) sabemos que el hombre por una condición e inclinación natural tiende al conocimiento, al bien y a la felicidad. Por el Doctor común de la Iglesia, sabemos que tiene además, en sus notas fundamentales en tanto persona humana, una apertura la verdad, a la trascendencia y la verdad. Por tres razones afirma Santo Tomás de Aquino, que Aristóteles llamaba natural a esta inclinación: a) el hombre tiende al saber “como la materia a la forma” que le perfecciona y lo actualiza b) todo ente, tiene por naturaleza una orientación a su inclinación propia, o sea a saber, al bien y a la felicidad, tal como se ha señalado arriba; y c) la felicidad, que es otra inclinación natural del hombre y la finalidad de la existencia de este según El Filósofo (así llamaba Santo Tomás a Aristóteles) y que consiste en la unión con Dios, que se realiza en el entendimiento, pues, como ha dicho también el aquinate, “no se puede amar lo que no se conoce”, y en definitiva amar el conocimiento, es consecuencia de la natural inclinación a la felicidad en el hombre. De lo anterior se desprende necesariamente una naturaleza humana, una ley natural y una metafísica, pero de esto hablaremos en otra ocasión.

Ahora bien, teniendo en cuenta esta inclinación natural de la esencia humana, filosofar se transforma así, en una actitud natural del hombre que le permite acceder a la verdad, y esta actitud propiamente filosófica, se encontraría de esta manera radical en el hombre. Lo que se ha planteado a través de algunos autores como Millán Puelles, quien ha señalado que (…) todo hombre es radicalmente (o naturalmente) filósofo. Pero ahora bien, pero en realidad podríamos decir que esta actitud radical y natural está en potencia en los hombres, y que se tiene que llevar al acto (repetida y sistemáticamente), para que se un habitus. Este paso se logra con una disposición del ánimo, con una actitud frente al mundo que consta en disponerse a experimentar la realidad, a través de la situación, primigenia en la que se encuentra el hombre frente al mundo: la admiración y el asombro. El verdadero conocimiento filosófico de las cosas se logra con la experiencia del hombre en el mundo y su frecuente trato, análisis, y contemplación, a través del asombro extraordinario que le produce lo ordinario y lo cotidiano. Por el mismo Estagirita sabemos que es indigno del hombre no buscar una ciencia a la que puede aspirar, y que en nuestra condición de hombres mortales debemos vivir conforme a lo mejor que en nosotros existe.

Para ahorrarnos tiempo podríamos resumir todo diciendo que: la filosofía nace del asombro humano frente al mundo, tiene su origen en la antigua Grecia alrededor del siglo VI A.C. luego que la mitología divina de los griegos comenzara a ser insuficiente para explicar la causa del mundo y de todo lo existente. Agregaríamos, además que el objeto formal son las esencias de las cosas y su objeto material, todo lo que existe o puede existir, y con eso para un manual sería suficiente. Estimo, que hoy podemos realizar una reflexión mayor acerca de esta cuestión.

Gozan de amplia fama dentro de la filosofía y su especulación, los distintos sistemas filosóficos, hijos cada uno del momento histórico que le ha correspondido analizar. Sin embargo, estos sistemas no son la filosofía. Antes y más propia de la filosofía, que la acusación que hacen entre sí los sistemas filosóficos (donde cada uno surge para remediar al anterior), está el sentido etimológico de la filosofía como “amor a la sabiduría”, que nos llevará a un análisis más profundo. Amar la sabiduría, es un estado intermedio entre poseerla y no poseerla, señalaba Platón. Esto nos dice, por un lado, que este amor es una inclinación propia del hombre a la virtud de la sabiduría, por el valor que ella misma posee, tal como constatamos al comienzo. Tal como los enamorados se inclinan, se orientan, persiguen, anhelan y se disponen hacia el objeto amado, el filósofo está en constante búsqueda de la sabiduría. Al incluir a la sabiduría en el análisis de la filosofía, nos acercamos someramente, a una teología natural, si agregamos a esto, que la sabiduría de la filosofía es una “participación humana” de la “sabiduría ideal” de Dios. Y en efecto, pues la posesión de la verdad se da absolutamente solamente en Dios como supratemporal, por lo que, por definición, la sabiduría humana sería una participación que constituye una realidad aminorada, participativa, progresiva y afectada históricamente. Sin embargo, hemos entendido en el tiempo, lo filosófico como un saber de la totalidad, como un saber del ser, y la metafísica como la culminación y reina de la filosofía, y solo de manera secundaria serían filosóficos los demás saberes particulares como la ciencia.

Como hemos visto, a medida que avanzamos, nos encontramos con un problema práctico, el cual consiste en definir cabalmente, ¿Qué es la filosofía? No hemos partido diciendo: la filosofía es esto o aquello; lo que, sin duda, nos permitiría hacer una exposición más acabada de nuestro saber, pero al tratar de definir la filosofía, ya estamos filosofando, especulando acerca de su realidad, tratando de penetrar el misterio y su esencia. Por el contrario se nos ha presentado la filosofía como un saber que es escurridizo, que se escapa, como por voluntad a la definición, a la determinación de sus límites, a una definición que pueda contenerla, a una señalización definitiva. Esto se responde con lo señalado más arriba, la filosofía busca penetrar el misterio de la realidad, es un constante asombro ante lo que existe, en esta inclinación y búsqueda constante del objeto amado: la sabiduría como virtud, y la verdad como bien. Debido a lo anterior, no podemos circunscribir, ni reducir la filosofía a los sistemas filosóficos, los cuales son en definitiva, sus realizaciones parciales, un conjunto de sistemas que han sido producto de los distintos momentos históricos. La filosofía no se puede reducir en tanto definición a uno de ellos o a su conjunto, como han pretendido autores como Dilthey, pues “Toda definición subsume lo definido bajo algo que le excede. Definir la filosofía por sus realizaciones parciales es colocar el todo bajo la parte (1)

Es por eso que Santo Tomás de Aquino, el Doctor Humanitatis, y en un ejemplo de investigador relacional abierto a la verdad, fue capaz de tener como principio de su pensamiento la Universalidad, (donde reconoce lo bueno venga de donde venga, del sistema que represente, pues toda sabiduría solo puede proceder del Espíritu Santo. Lo que importa en el sistema tomista, no es quien dice la verdad, sino que dice de Verdad: el Amor a la Verdad, por sobre el prejuicio) y tener sobre aquello una actitud de apertura, y no quedarse absolutamente refugiado en el saber de la fe, sino que para encontrar cabalmente la “participación” de la sabiduría divina. Es por eso que nuestra Iglesia a través de Juan Pablo II, le ha dado el título de “Modelo de investigador cristiano”, la Iglesia le reconoce “ (…) En la filosofía, defendiendo la virtud y el poder de la razón, y con pruebas firmísimas demostrando la existencia de Dios; en la Dogmática, distinguiendo lo sobrenatural de lo natural e ilustrando las razones del creer y los mismos dogmas; en lo demás de la Teología, patentizando que las cosas que se creen por la fe no se fundan en la opinión sino que en la verdad; en Hermenéutica estableciendo la noción genuina de la divina inspiración ; en la Sociología, en la Moral, en el Derecho, enseñando los verdaderos principios de la justicia legal o social, conmutativa o distributiva, y explicando las relaciones entre la justicia y la caridad; en la Ascética describiendo la perfección de la vida cristiana e impugnando adversarios de las Ordenes religiosas contemporáneos suyos”(2) defiendo por sobre todo la verdad, venga de donde venga, sin reducirla ni manipularla, es por eso que le hemos conocido también como el apóstol de la verdad.

Integramos así otro concepto al de sabiduría y participación: la verdad, que se nos presenta como el bien de la razón humana. Agregaremos otro en lo sucesivo: el misterio. La razón de la filosofía, es la sabiduría que nos permite “conocer el misterio”, en el sentido de poder asombrarnos ante el misterio, acercarnos a él, pues él pone de manifiesto y de manera radical nuestra ignorancia, en esa primera operación intelectual donde se da el estado de asombro o admiración que se alude como actitud propia y causa del filosofar.

La filosofía se erige así como una ciencia suprema y última a partir del dato de la experiencia y desarrollada por la luz natural la razón humana, que nos acerca al misterio, no al nivel de las ciencias particulares que buscan verdades particulares, parcelando la realidad (biología, geografía, botánica, matemáticas, etc.) sino en tanto participación humana de la sabiduría divina. La filosofía se nos presenta como privativa del Hombre, en tanto que la sabiduría es patrimonio de Dios. A diferencia de la teología, la filosofía, como se sabe, parte de la experiencia y del asombro del hombre en el mundo y es un proceso de descubrimiento y de acercamiento al misterio y a la verdad. La teología es también racional, pero parte del dato revelado, es una verdad revelada a la razón humana y busca definitivamente el conocimiento del Altísimo y sus atributos. Santo Tomás en esto es claro: si la razón es usada rectamente nos puede llevar a la verdad, tal como la teología, en tanto ciencia del dato revelado. Dentro de la verdad no puede haber error, de manera tal que si existe una discrepancia entre la filosofía y la teología, el error debe estar en la filosofía en tanto que la razón no ha sido usada rectamente, pues por otro lado la teología posee la autoridad divina. No cabe que la misma verdad esté equivocada.

La teología se convirtió en ciencia, en sentido estricto, en los siglos XII y XIII, donde habría desarrollado, gracias a los cánones aristotélicos, una lectura metafísica del discurso creyente. Así la teología, habría sustituido la imagen del dios aldeano por su concepto universal y se habría entendido la realidad de Dios, como una idea digna de la racionalidad universal. Con el desarrollo de la teología se produce el paso del mito antiguo (teología simbólica) a teología racional de la Edad Media.
En consecuencia, la razón de la Edad Media descubrió su poder en los siglos XII y XIII dentro del período escolástico, en el cual encontramos al doctor de Aquino, el más santo entre los sabios y el sabio entre los santos; mentes como estas son las que fueron capaces, a través de la reflexión y particularmente de la teología, constituir desde un discurso creyente lugareño, a un universal abstracto. Es indudable que la fe ha influido de esta manera en la filosofía escolástica. Y en este sentido, la denominación de filosofía cristiana queda plenamente justificada.
Ahora bien, a pesar de existir la imposibilidad de definir a buenas y primeras la filosofía y en un sentido definitivo y amplio, sus detractores y críticos señalan sus límites y acusan a la filosofía, a la metafísica y en definitiva al filosofar con una de las aseveraciones más reiteradas en su contra: es que es un saber inútil. Desde la ética podríamos, incluso señalar la útil inutilidad de la filosofía, en fin. Efectivamente la filosofía, la metafísica, el teorizar, el filosofar en definitiva, no es un saber práctico en el aquí y el ahora, no es inmediatista, no es un útil, no me sirve para resolver los problemas económicos, no me sirve como útil para escribir, no es una fuente de energía que conectar a un equipo tecnológico, no sirve para tañir una campana, no me sirve como ingrediente para hacer mermelada, ni para limpiar vidrios. Se ha criticado a la metafísica como un saber soberbio que se erige como la culminación del saber intelectual humano y que especula de irrealidades, una teología debilitada la llamó Augusto Comte y sus discípulos positivistas.

Efectivamente ni filosofía, ni metafísica, son útiles prácticos que podemos utilizar en lo cotidiano para la resolución de nuestros problemas, pero en realidad este no es una verdadera acusación a la filosofía, cuando se le acusa no ser útil. Como valor, la utilidad no es un valor trascendental, sino uno meramente práctico. Sería una acusación de seriedad, si es que la utilidad fuera un valor trascendental, como el ser, la verdad, la belleza, la sabiduría, pero la utilidad es una cosificación, algo que me sirve para algo. Lo útil es eso que utilizo para conseguir otro bien mayor. El lápiz (el útil) lo utilizo para escribir (el bien). Definitivamente no guardo los lápices que ya no escriban (excepto cuando tiene un valor sentimental, allí lo conservo por lo que representa, no por su utilidad). Difícilmente alguien guardaría pilas agotadas, piedras en los bolsillos (si es que no quisiera lanzarlas). En cambio la filosofía se quiere por sí misma, la sabiduría se quiere por sí misma, participar de la sabiduría divina se quiere por si misma, por ella es bondadosa, bella y verdadera.

Ahora bien, cambiemos un poco de tema.
Veamos por otro lado, muy someramente la investigación filosófica de las ciencias. Cuando se quiere tomar a la ciencia como objeto de reflexión, parece ser uno de los métodos viables, adoptar diferentes puntos de vista para llegar a su comprensión global; parcelar su definición, para que de esta manera, se pueda desentrañar la complejidad que supone la actividad científica y sus resultados (Clasificar es la mejor manera de conocer lo particular, nos decía Aristóteles). Ahora bien, las múltiples aproximaciones al concepto de ciencia se deben esencialmente a dos factores:
a) la multiplicidad de perspectivas filosóficas, de sistemas teóricos
b) a la propia naturaleza del hecho científico, que por ser complejo proporciona aspectos variados dignos de interés.

Así, algunos autores (como Bernal) sugieren que se opte por una descripción extensa y abierta que considere, entre otras las siguientes perspectivas como las más importantes:

a) Ciencia como institución
b) Ciencia como método
c) Ciencia como tradición acumulativa de conocimiento
d) Ciencia como factor decisivo en el mantenimiento y desarrollo de la producción
e) Ciencia como modeladora de creencias y actitudes hacia el universo y hacia el hombre
f) Ciencia en interacción con la sociedad

El modo de acercarse de los pensadores a la actividad científica, puede ser considerada en dos grandes perspectivas filosóficas que pueden ser llamadas: a) Internalista: que entenderemos por el momento: en como la idea de ciencia, que ha de resultar del análisis de las distintas teorías o cuerpos teóricos, en tanto que poseen una constitución que es de suyo interna; y b) Externalista: llamaremos mientras, a la idea de ciencia que se extrae a partir de la evolución de esas teorías en la sociedad y a través de la historia.

Señalaremos, el área de los internalistas (que es la más propia en este análisis) donde podemos distinguir a K. Popper, uno de los pensadores contemporáneos más importantes en el ámbito de la filosofía de las ciencias, quien enmarca su análisis en el contexto de justificación, que arranca de los productos de las construcciones teóricas ya elaboradas sobre las cuales propone el método de la falsabilidad. En esta falsabilidad es donde se asienta la valoración para determinar si aquellas teorías son científicas o no lo son. Así, se someten continuamente a las teorías a contrastaciones duras, buscando el mayor número de falsadores y elegir el que contenga un grado de corroboradores más elevado. Esta falsabilidad es la capacidad que posee un sistema teórico para poder ser contrastado con la experiencia. Así para K. Popper, lo científico se identificaría con lo empírico, dado que la cualidad primera de lo científico es la contrastabilidad, para lo que supone una conexión con la experiencia. Así la ciencia, equivale a la ciencia empírica, o dicho de otro modo: será científico todo sistema teórico coherente que represente un mundo de experiencia. Una teoría contrastable con la experiencia que es evaluada finalmente con un número de corroborantes mayor, en lugar de un número mayor de falsadores, es una teoría científica y el hecho empírico es un hecho científico. Todo hecho empírico es un hecho científico en la medida que tenga una teoría que le represente, diría Popper.

Se entiende de esta manera la aproximación a la ciencia, o la lógica del conocimiento popperiana, como una lógica deductiva que se basa en la experiencia, (se especula y se deduce solo de lo que está ahí) por su método de contrastación. La evaluación de una hipótesis se apoya exclusivamente en las consecuencias deductivas (predicciones) que pueden extraerse de ellas; en el sentido que va desde lo general a lo particular: la palabra inducción, nos dice K. Popper no tiene para que ser nombrada. Se le concederá importancia, de esta manera, únicamente a la vía hipotético-deductiva y a la justificación de cuerpos teóricos y se le restará importancia a la inducción y el descubrimiento.


LA FE Y LA RAZÓN EN “FIDES ET RATIO”


LA RAZÓN, EL MISTERIO Y LA CIENCIA


La encíclica Fides et Ratio (1998), nos lleva a la reflexión acerca de la razón y la fe como fuentes distintas de conocimiento, pero no contradictorias. Nos señala de modo especial las enseñanzas del nuestro Santo Patrono, el Doctor Común de la Iglesia, Santo Tomás de Aquino, y analiza el aporte fundamental del tomismo en la historia del pensamiento: la perfecta reflexión del aquinate que armoniza de modo genial la razón y la fe para el conocimiento de la verdad, y como las hace complementarias en esta búsqueda. Es tan evidente la manifestación del santo de Aquino que el mismo Juan Pablo II comienza con la hermosa frase de nuestro documento en reflexión y nos dice: “La fe y la razón (Fides et ratio) son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo (cf. Ex 33, 18; Sal 27 [26], 8-9; 63 [62], 2-3; Jn 14, 8; 1 Jn 3, 2)”. (3) fides et ratio
Ahora bien, en un análisis desde el tomismo, se considera a la filosofía en tanto producto de la razón humana, como una ayuda indispensable para profundizar la inteligencia de la fe y comunicar la verdad. Esta es en definitiva el gran aporte de Santo Tomás de Aquino, defendiendo la lógica más pura señalando que en la verdad no puede haber error, y tanto la razón como la fe son dos maneras de conocimiento que tienen como fin la verdad, por lo tanto ambas no pueden ser contradictorias.
Por el contrario, la filosofía moderna concentró toda su atención en la razón del hombre, llegando a un racionalismo a ultranza. A partir de allí se elaboró un metarrelato, a saber el Iluminismo, que pretendía divinizar la razón y erigirla como una suerte de sustitución de la religión, y orientación absoluta de la moral humana. El racionalismo encontró sus máximos exponente en la historia de la filosofía con Descartes y Kant. Sin embargo, los resultados positivos alcanzados en tanto desarrollo del pensamiento, en lo que se llamó en la Modernidad, el edificio de las ciencias, que tenía como cimientos exclusivamente la razón humana y sus capacidades, no deben llevar a descuidar que la razón misma, movida a indagar sobre el hombre como sujeto, no debe olvidar que éste está también llamado a orientarse hacia una verdad que lo transciende y en tanto lo haga de forma unilateral, no podrá llegar al conocimiento de este llamado.
La crítica racionalista moderna, que en aquel período atacaba la fe sobre la base de tesis erróneas y muy difundidas, que consistían en negar todo conocimiento que no fuese fruto de las capacidades naturales de la razón definiendo como real, solo los contenidos de la conciencia; de allí el “Cogito ergo Sum” al principio de la modernidad, señalando la primera evidencia de que existo porque pienso. Este hecho obligó al Concilio a sostener con fuerza que, además del conocimiento propio de la razón humana, capaz por su naturaleza de llegar hasta el Creador, existe un conocimiento distinto, que es peculiar de la fe, a saber la Teología. Este conocimiento expresa una verdad que se basa en el hecho mismo de que Dios se revela.
El cogito ergo sum, tras la formulación de Descartes se presentaba como una inversión en el modo conocido hasta el momento de hacer filosofía. En la época pre-cartesiana, y en particular la escolástica, la filosofía y por tanto el cogito, (el conocer) estaba subordinado al esse (el ser), que era considerado primordial. A Renato Descartes en cambio, el esse le pareció menos importante que el conocer, y por lo tanto, estimo primordial el cogito. De esta manera, el rumbo de la filosofía había cambiado desde el ser al conocer, y se produce así, el abandono decisivo de lo que había sido la filosofía hasta entonces, y particularmente para santo Tomás de Aquino. Dios, en la filosofía tomista, es considerado el Ser plenamente autosuficiente, por lo tanto absoluto, el cual era fundamento de todos lo demás seres creados que participaban de su ser, por cierto que en esta categoría cabe también del hombre. Ahora con Descartes lo primordial es el ens cogitans, así la filosofía se convierte en la ciencia del puro pensamiento: todo lo que es esse, tanto el mundo creado como el creador, permanece en el campo del cogito. Lo creado y el creador son contenidos de la conciencia humana. La filosofía desde aquí se ocupa de los seres en tanto son contenido de la conciencia humana y no en cuanto existentes fuera de ella. En conclusión diremos que la lógica cartesiana y en particular con la formulación del cogito ergo sum, se reducía a Dios como contenido de la conciencia humana y no se le consideraba como Quien es la razón última del ser humano y de todas las cosas. Las consecuencias de esta formulación es lo que hoy entendemos relativismo ético y la ideología de la desvinculación. El hombre en una actitud de arrogancia y soberbia, siente que puede crear sin la necesidad de Dios y crear una ética universal sin la necesidad de Dios que es el Bien por excelencia, pues este es solo un contenido de conciencia y no algo objetivo y absoluto fuera de ella. Para el hombre al no existir esta objetividad absoluta que es Dios, el Bien por excelencia, el hombre siente que puede juzgar desde sí lo bueno lo malo, lo correcto y lo inadecuado para sí mismo y para la humanidad, usando como procedimiento cualquier institución social o política para realizar el fin que se juzga bueno, que en la mayoría de los casos es un bien de beneficio personal que no se identifica con el bien común, y aunque así lo fuera, el modelo del bien es el mismo hombre, por lo tanto nunca podrá ser un bien supremo, agradable, perfecto.
El racionalismo moderno finalmente cayó y la razón perdió su divinización, y se perdió la absoluta confianza en su magisterio. Esta falta de confianza ha derivado en varias formas de agnosticismo, de relativismo, neopragmatismo, que han llevado la investigación filosófica a perderse en un escepticismo e incluso en un nihilismo. La legítima pluralidad de posiciones ha dado paso a un pluralismo indiferenciado, basado en el convencimiento de que todas las posiciones son igualmente válidas, y que ninguna razón es mejor que otra. Ésta mal entendida tolerancia nos ha llevado a un igualitarismo que impide la excelencia humana en su sentido más propio, pues se maneja a nivel de conceptos de estas corrientes: que todo vale, que nada es bueno o malo en sí mismo, fuera de lo que existe mi conciencia.
“El Concilio Vaticano I enseña, que la verdad alcanzada a través de la reflexión filosófica y la verdad que proviene de la Revelación no se confunden, ni una hace superflua la otra: « Hay un doble orden de conocimiento, distinto no sólo por su principio, sino también por su objeto; por su principio, primeramente, porque en uno conocemos por razón natural, y en otro por fe divina; por su objeto también porque aparte aquellas cosas que la razón natural puede alcanzar, se nos proponen para creer misterios escondidos en Dios de los que, a no haber sido divinamente revelados, no se pudiera tener noticia ».7 La fe, que se funda en el testimonio de Dios y cuenta con la ayuda sobrenatural de la gracia, pertenece efectivamente a un orden diverso del conocimiento filosófico. Éste, en efecto, se apoya sobre la percepción de los sentidos y la experiencia, y se mueve a la luz de la sola inteligencia. La filosofía y las ciencias tienen su puesto en el orden de la razón natural, mientras que la fe, iluminada y guiada por el Espíritu, reconoce en el mensaje de la salvación la « plenitud de gracia y de verdad »”.
Desde la fe el hombre da, concientemente su asentimiento racional a ese testimonio divino. Por esto el acto con el que uno confía en Dios siempre ha sido considerado por la Iglesia como un momento de elección fundamental, en la cual está implicada todo lo espiritual (sus potencias o facultades) en la persona. En la fe, pues, la libertad no sólo está presente, sino que es necesaria.
Para ayudar a la razón, que busca la comprensión del misterio, están también los signos contenidos en la Revelación. Estos sirven para profundizar más la búsqueda de la verdad y permitir que la mente pueda indagar de forma autónoma incluso dentro del misterio. El conocimiento de fe, en definitiva, no anula el misterio; sólo lo hace más evidente y lo manifiesta como hecho esencial para la vida del hombre. En efecto, lo que la razón alcanza puede ser verdadero, pero adquiere significado pleno y concreto para la existencia humana, solamente si se sitúa en un horizonte más amplio, que es el de la fe. Ésta libera la razón en cuanto le permite alcanzar coherentemente su objeto de conocimiento y colocarlo en el orden supremo en el cual todo adquiere sentido para el hombre. Es así como desde las primeras páginas de su Summa Theologiae, el Aquinate quiere mostrar la primacía de aquella sabiduría que es don del Espíritu Santo e introduce en el conocimiento de las realidades divinas. Su teología permite comprender la peculiaridad de la sabiduría en su estrecho vínculo con la fe y el conocimiento de lo divino. Ella conoce por connaturalidad, presupone la fe y formula su recto juicio a partir de la verdad de la fe misma: «La sabiduría, don del Espíritu Santo, difiere de la que es virtud intelectual adquirida. Pues ésta se adquiere con esfuerzo humano, y aquélla viene de arriba.

Panorama general de los avances científicos y la reflexión filosófica del siglo XX y LOS DILEMAS ÉTICOS PARA EL SIGO XXI.

LA PERSONA HUMANA, LA CIENCIA, LA éTICA Y ESPECULACIÓN relativista y neopragmática


Entendemos el valor de la vida como un valor primordial que es necesario proteger y promover; irrenunciable y absoluto (1), puesto que no se puede entender al sujeto y a la persona humana, en su sentido más propio, si no es desde la vida. Ahora bien, el sujeto se constituye en su propia vida y ésta se transforma en algo inseparable de él, puesto que sin ella no podría seguir siendo persona. De allí se desprende, que el valor de la vida es un valor supremo y que todos los demás valores de nuestra escala deben estar por fuerza supeditados a él, ya que en la práctica ninguno de ellos vale (en su sentido más propio), sino se está vivo.


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(1) “Declaración contra el aborto”, Sagrada Congregación para la Doctrina de la fe, 18 de Noviembre de 1974 (Nota Bibliográfica 15). Las declaraciones de Pío XII son expresas, precisas y numerosas; requerirían por sí solas un estudio aparte. Citemos solamente, porque formula el principio en toda su universalidad, el discurso a la Unión Médica Italiana San Lucas, del 12/9/44: "Mientras un hombre no sea culpable, su vida es intocable, y es por tanto ilícito cualquier acto que tienda directamente a destruirla, bien sea que tal destrucción se busque como fin, bien sea que se busque como medio para un fin, ya se trate de vida embrionaria, ya de vida camino de su total desarrollo o que haya llegado ya a su término" (Discorsi e radiomessaggi, VI, 183 ss.)

Cuando decimos que la vida es irrenunciable, entendemos a ésta como don, como una gracia, como un regalo divino y no como azar, casualidad, ni contingencia; debido a lo anterior, no se puede renunciar a él, puesto que renuncio a su vez a todo lo que soy en tanto persona creada, renuncio a ser entre los bienes del Universo, el más preciado, como diría Santo Tomás de Aquino. Luego, en este estado de existencia, podemos agregar además, que desde la concepción, la persona humana no tiene nada más propio, ni nada más suyo (en el sentido de la justicia en tanto virtud cardinal entendida como darle a cada uno lo suyo, lo que le corresponde según su naturaleza y sus méritos) que su propia vida, por lo tanto arrebatársela a un ser inocente e indefenso se constituye en una injusticia y en la más reprochable de las faltas morales. Ahora bien, y siguiendo lo anterior, al hombre le corresponde por justicia natural (por ley natural) según su naturaleza, la vida. Ninguna institución política se la ha dado, por lo tanto la vida no es una propiedad que pueda ser arrebatada, dicho de otra manera, no es el reconocimiento por parte de otros lo que constituye el derecho y el valor fundamental de la vida, ya que este vale por sí mismo, pues es algo anterior y superior al deseo o los intereses del reconocimiento de los otros, de las instituciones o del Estado, por lo que exige de suyo ser reconocido y es como hemos señalado, absolutamente injusto, luego inmoral rechazarlo.

El valor de la vida se transforma en un absoluto incuestionable desde el momento de la concepción, puesto que todo lo que la persona humana pueda realizar en tanto proyecto de vida, toda su escala de valores, todo su conducta moral en sociedad, va a depender de que el valor de la vida sea absoluto y esté en el sitio supremo, que le corresponde en la cúspide de la escala valórica.

Ahora bien, es de suma importancia retomar un tema dicho al pasar, de suyo obvio, pero que en estas determinadas circunstancias socio-culturales en menester aclarar; digo esto pues, hace 20 años no era necesario en un debate filosófico demostrar la persona humana y su inalienable dignidad, pero el debate de las ideas y falaces ideologías debe ser zanjado y aclarado con realidades. A saber, la condición de persona se da desde la concepción. La persona es persona humana desde la concepción hasta su muerte natural y por tanto merece el respeto más absoluto durante todo este período vital. No se es persona “por el camino”, como algunos han pretendido hacer creer, o cumpliendo ciertos requisitos (los cuales, además son propios del desarrollo evolutivo humano: cigoto, embrión, feto, bebé, niño, adolescente, adulto, anciano) que acrediten ser persona. (…) Es un hombre ya, quien está en camino de serlo (2)

Se es o no se es persona, no hay estados intermedios como se suele señalar de manera absolutamente equívoca, incluso argumentando que en la primera semana luego de la concepción, no se trataría de una persona humana sino de un conjunto de células o de seres humanos potenciales. A esto podemos responder, que si el valor de la vida no es absoluto, la persona humana, en su sentido más propio, no es, pues toda vida humana es desde siempre, desde su principio, dicho de manera más coloquial: hoy somos personas porque desde el momento de la concepción, en la unión del óvulo con el espermio, está inscrito en nuestro ser que somos personas humanas y no es una condición que se adquiere “por el camino”, tal como no adquiriremos la forma de pez, ratón o simio “por el camino”, sin duda cabe preguntarse ¿por qué no sucede esto?: a lo que respondemos: porque está determinado desde el principio, a saber en la concepción, que se es persona humana y no otro ser, no se llegará a ser nunca persona humana si no lo es entonces. Se ha dicho equivocadamente, desde luego, que el cigoto no es persona o que incluso el feto no es persona, sino que serían seres humanos en potencia, cosas, conjunto de células. En consecuencia y desde la biología más elemental, sabemos que estas realidades no son estadios, si se me permite el término pre-humanos, sino que como bien se sabe etapas del desarrollo evolutivo del ser humano que es siempre uno y el mismo, en lo esencial.

Consultada en Roma, el martes, 28 enero 2006 por el periódico virtual Zenit.org. la doctora Anna Giuli, Bióloga molecular y profesora de Bioética en la Facultad de Medicina de la Universidad Católica del Sagrado Corazón (Roma), la doctora Anna Giuli ha publicado un volumen bajo el título «Inicio de la vida humana individual. Bases biológicas e implicaciones bioéticas» («Inizio della vita umana individuale. Basi biologiche e implicazioni bioetiche», Edizioni ARACNE) Acerca de ¿Cuándo comienza la vida? La académica responde: “Un nuevo individuo biológico humano, original respecto a todos los ejemplares de su especie, inicia su ciclo vital en el momento de la penetración del espermatozoide en el ovocito. La fusión de los gametos masculino y femenino(llamada también singamia) marca el paso generacional, esto es, la transición entre los gametos –que pueden considerarse «un puente» entre las generaciones-- y el organismo humano neo-formado. La fusión de los gametos representa un evento crítico de discontinuidad porque marca la constitución de una nueva individualidad biológica, cualitativamente diferente de los gametos que la han generado. En particular, la entrada del espermatozoide en el ovocito provoca una serie de acontecimientos, estimables desde el punto de vista bioquímico, molecular y morfológico, que inducen la activación de una nueva célula –el embrión unicelular-- y estimulan la primera cascada de señales del desarrollo embrionario; entre las muchas actividades de esta nueva célula, las más importantes son la organización y la activación del nuevo genoma, que ocurre gracias a la actividad coordinada de los elementos moleculares de origen materno y paterno (fase pronuclear). El nuevo genoma está, por lo tanto, ya activo en el estadio pronuclear asumiendo de inmediato el control del desarrollo embrionario; ya en el estadio de una sola célula (zigoto) se empieza a establecer cómo sucederá el desarrollo sucesivo del embrión y la primera división del zigoto influye en el destino de cada una de las dos células que se formarán; una célula dará origen a la región de la masa celular interna o embrioblasto (de donde derivarán los tejidos del embrión) y la otra al trofoblasto (de donde derivarán los tejidos involucrados en la nutrición del embrión y del feto). La primera división del zigoto influye, por lo tato, en el destino de cada célula y, en definitiva, de todos los tejidos del cuerpo. Estas evidencias aclaran que no es posible dejar espacio a la idea de que los embriones precoces sean un «cúmulo indiferenciado de células». Algunos fenómenos, como la posibilidad de formar los gemelos monozigóticos durante las primeras fases del desarrollo embrionario, no anulan la evidencia biológica de la individualidad establecida en la fusión de los gametos, en todo caso sacan a la luz la capacidad de compensación de eventuales daños o errores en el programa de evolución embrionaria. El embrión humano precoz es un sistema armónico en el que todas las partes potencialmente independientes funcionan juntas para formar un único organismo.
En conclusión, de los datos de la biología hasta hoy disponibles se evidencia que el zigoto o embrión unicelular se constituye como una nueva individualidad biológica ya en la fusión de los dos gametos, momento de ruptura entre la existencia de los gametos y la formación del nuevo individuo humano. Desde la formación del zigoto se asiste a un constante y gradual desarrollo del nuevo organismo humano que evolucionará en el espacio y en el tiempo siguiendo una orientación precisa bajo el control del nuevo genoma ya activo en el estadio pronuclear (fase precocísima del embrión unicelular).”



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(2) Tertuliano, Apologeticum, IX, 8 (PL I, 371-372; Corp. Chris. I, p. 103, 1, 31-36); también en “Declaración contra el aborto”, Sagrada Congregación para la doctrina de la fe, 18 de Noviembre de 1974.


Ahora bien, en efecto, desde que se produce la fecundación mediante la unión del espermatozoide masculino con el óvulo femenino, surge un nuevo ser humano, original, con una irrepetible singularidad, distinto de todos los que han existido, existen y existirán. En ese momento se inicia un proceso vital esencialmente nuevo y diferente a los del espermatozoide y del óvulo, que tiene ya esperanza de vida en plenitud, que ya es un ser humano. Sobre la base de lo anterior, desde ese primer instante, la vida del nuevo ser merece respeto y protección, porque el desarrollo humano es un continuo, y en él no hay saltos cualitativos, sino la progresiva realización de ese destino personal. Todo intento de distinguir entre el no nacido y el nacido en relación con su condición humana carece de fundamento.

De lo anterior se desprende necesariamente, que se forma el nuevo patrimonio genético con la fecundación, de manera tal que existe un ser humano al que sólo le hace falta continuar desarrollándose y crecer para convertirse en adulto. A partir de la fecundación, se produce un desarrollo continuo en el nuevo individuo de la especie humana, pero en este desarrollo nunca se da un cambio cualitativo que permita afirmar que primero no existía un ser humano y después, sí. Este cambio cualitativo únicamente ocurre en la fecundación, y a partir de entonces el nuevo ser, en interacción con la madre, sólo necesita de factores externos para llegar a adulto: oxígeno, alimentación y paso del tiempo. El resto está ya en él desde el principio.

Es por eso que no tiene sentido decir que un niño proviene de un feto, sino que él mismo fue antes un feto, del mismo modo que un adulto no proviene de un niño, sino que antes fue niño, y siempre es el mismo ser humano, desde el principio. Y tan absurdo sería defender que el hijo recién concebido no es un ser humano porque no tiene aspecto de niño, como suponer que el niño no es un ser humano porque no tiene el aspecto externo del adulto. (3)

Dicho y aclarado lo anterior, diremos que “El Embrión no es nunca nadie, es siempre alguien” (4), pues con el término “algo” (una cosa), nos referimos a algo que puedo desear y que a la vez puedo desechar, nos referimos a un útil, que me sirve para otra cosa y que puedo desechar cuando deje de darme esa utilidad. Sabemos que la persona humana está lejos de ser tal. Bajo estas circunstancias, diremos que el embrión siempre es “alguien” (persona humana). Por lo tanto, no es menos digno un bebé que un adulto, no es menos digno un no – nato que un niño, y no es menos digno una persona concebida a causa de una violación que una que nace en el seno del matrimonio. La vida de todo ser humano debe ser respetada de modo absoluto e inalienable desde el momento mismo de la concepción, pues el hombre es la única criatura en el Universo que Dios ha querido por sí misma y su alma, principio organizados que le da forma y actualiza el cuerpo material, es creada inmediatamente por Dios. (5)

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(3) ACI Prensa aciprensa@aciprensa.com. “EL ABORTO", 100 CUESTIONES Y RESPUESTAS SOBRE LA DEFENSA DE LA VIDA HUMANA Y LA ACTITUD DE LOS CATÓLICOS, Conferencia Episcopal Española, Comité para la Defensa de la Vida, Madrid, 25 de marzo de 1991

(4) Revista BERIT Internacional, Instituto de la Familia, Universidad Santo Tomás, Año I, N° I, Diciembre de 2003, Pág. 69; “El Embrión no es nunca nadie, es siempre alguien”, Dr. Gianni Bozzato. En el actual debate bioético sobre la identidad y el estatuto del embrión humano, se confrontan principalmente dos tesis opuestas. Una así llamada “católica”, sostiene que el embrión, desde su inicio, es un individuo humano en desarrollo y, por tanto persona (animación inmediata). La otra así llamada “laica” considera al embrión, hasta el decimocuarto día, un simple “cúmulo” de células autónomas e “igualmente totipotentes” que, por ello, pueden desarrollar tanto uno como más individuos gemelos idénticos. A causa de tal incertidumbre es un pre-embrión. Por tanto es un pre-individuo, un sub-individuo; es decir, nadie. En consecuencia no puede ser ciertamente todavía persona (animación retardada). Para la tesis “laica”, el embrión no siendo individuo o no siendo aún persona, no merece un respeto absoluto, como por ejemplo el derecho a la vida, y puede ser sometido a manipulaciones aunque se corra el riesgo de destruirlo (matarlo según la primera tesis). Para la bioética “laica”, por tanto, es lícita la producción de pre-embriones tanto para la adquisición de conocimiento, como para la experimentación con aplicaciones médicas para el así llamado bien de la humanidad, sin excluir la llamada lucha contra el cáncer.

(5) “Declaración contra el aborto”, Sagrada Congregación para la Doctrina de la fe, 18 de Noviembre de 1974 (Nota Bibliográfica 19) Esta declaración deja expresamente a un lado la cuestión del momento de la infusión del alma espiritual. (A pesar de esto) No hay sobre este punto una tradición unánime, y los autores están todavía divididos. Para unos, esto sucedería en el primer instante; para otros, podría ser anterior a la anidación. No corresponde a la ciencia dilucidarlas, pues la existencia de un alma inmortal no entra dentro de su campo. Se trata de una discusión filosófica de la que nuestra razón moral es independiente por dos motivos: 1. Aún suponiendo una animación tardía, existe ya una vida humana, que prepara y reclama el alma en la que se completa la naturaleza recibida de los padres; 2. Por otra parte, es suficiente que esta presencia del alma sea probable (y jamás se demostrará lo contrario) para que arrebatarle la vida sea aceptar el riesgo de matar a un hombre, no solamente en expectativa, sino ya provisto de su alma.

En el origen de cada persona hay un acto creativo de Dios: ningún hombre llega a la existencia por casualidad; es siempre el término del amor Creador de Dios (6). En el origen en tanto principio y en Dios, como causa primera de la persona humana, existe un acto creativo por tanto un acto emanado de la sabiduría divina, concretado en su divina Voluntad y absoluta Libertad, que le permite desear, querer y crear la existencia de una persona humana y por tal es irrepetible en su singularidad. No puede, debido a lo anterior ningún hombre existir por casualidad, puesto que hay en Dios la intención absolutamente libre de crear y llevar a la perfección de la existencia a una determinada persona humana, y por supuesto que esta “decisión divina” no surge de un capricho, sino del infinito amor creador de Dios.
Para el saber científico, es una desviación considerable de la razón científica a, en la el cientificismo. Esta corriente no admite como válidas otras formas de conocimiento que no sean las propias de las ciencias positivas, relegando al ámbito de la mera imaginación, de lo puramente emotivo, tradicional y sin fundamento “real o empírico” tanto el conocimiento religioso y teológico, como el saber ético y estético. En esta perspectiva, los valores quedan relegados a meros productos de la emotividad y la noción de ser es marginada para dar lugar a lo puro y simplemente fáctico. La ciencia se prepara a dominar todos los aspectos de la existencia humana a través del progreso tecnológico. Los éxitos innegables de la investigación científica y de la tecnología contemporánea han contribuido a difundir la mentalidad cientificista, que parece no encontrar límites, teniendo en cuenta como ha penetrado en las diversas culturas y como ha aportado en ellas cambios radicales.
Se debe constatar lamentablemente que lo relativo a la cuestión sobre el sentido de la vida es considerado por el cientificismo como algo que pertenece al campo de lo irracional o de lo imaginario. En esta perspectiva, al marginar la crítica proveniente de la valoración ética, la mentalidad cientificista ha conseguido que muchos acepten la idea según la cual lo que es técnicamente realizable llega a ser por ello moralmente admisible.
En las palabras finales de Juan pablo II, en “Fides et Ratio” a los científicos, les señala que celebra por un lado sus investigaciones, las cuales nos ofrecen un progreso en el conocimiento del universo. El camino realizado por ellos ha alcanzado, especialmente en este siglo, metas que siguen asombrándonos. Al mismo tiempo les exhortar a continuar en sus esfuerzos permaneciendo siempre en el horizonte sapiencial en el cual los logros científicos y tecnológicos están acompañados por los valores filosóficos y éticos, que son una manifestación característica e imprescindible de la persona humana. El científico es muy consciente de que « la búsqueda de la verdad, incluso cuando atañe a una realidad limitada del mundo o del hombre, no termina nunca, remite siempre a algo que está por encima del objeto inmediato de los estudios, a los interrogantes que abren el acceso al Misterio”
Asistimos a una circunstancia social, que relativiza los valores absolutos, en particular el de la vida y lo supedita a condiciones políticas y económico-sociales. Lo que significa supeditar el todo a la parte. Hace 20 años no era necesario en un debate filosófico demostrar la persona humana y su inalienable dignidad, pero en el debate de las ideas, las falaces ideologías deben ser zanjadas y aclaradas con realidades. El ser humano es persona, desde la concepción hasta su muerte natural y por tanto merece el respeto más absoluto durante todo este período vital.
No se es persona “por el camino.
Es un hombre ya, quien está en camino de serlo.
Se es o no se es persona, no hay estados intermedios.

La dignidad del ser humano es única, universal e irrenunciable. Ésta es la base fundamental de la ley natural, que da paso a la positivización de los «derechos humanos». Sólo en la medida en que las diferentes legislaciones de nuestros países sean un reflejo de la ley natural que se deriva del Plan de Dios para nosotros, estaremos realmente haciendo del mundo un lugar más humano y divino. Todo hombre con la luz de su razón y la gracia de Dios, puede llegar a descubrir en la ley natural escrita en su corazón (Cf. Rom. 2,14-15) el valor sagrado de la vida humana desde su inicio hasta su término.

El Embrión no es nunca nadie o algo, es siempre alguien.
Con el concepto “algo”, nos referimos siempre a una cosa que puedo desear y que a la vez puedo desechar, nos referimos a un útil, al que puedo renunciar cuando deje de darme esa utilidad o me estorbe. Con esta actitud ante la vida humana, se relativiza su valor irrenunciable y bien sabemos que el relativismo es una ideología que no puede por definición ofrecer una orientación para la conducta, sino que por el contrario solo es causa de confusión e intolerancia, que está, sobre la base del absurdo, de lo contingente y de lo subjetivo elevado a criterio de absoluto.

Aceptar el relativismo en la discusión de la vida humana, es aceptar no tener criterios comunes con respecto a que si una persona tiene o no derecho para vivir o morir, sino que todo dependerá de las circunstancias que le rodeen. La pura vivencia subjetiva no puede convertirse bajo ningún punto de vista en ley universal, ni el subjetivismo en un saber filosófico, solo puede aportar un dato ara la reflexión personal introspectiva.

Cuando los hombres comienzan a construir éticas sin Dios, se crean convenciones conformistas y sin duda, el cálculo consiste en buscar lo más conveniente para sí o para su grupo, aunque esto realmente no sea lo Verdadero, Justo o lo Bondadoso.
El no comprender que se es persona desde el momento de la concepción, abre inexorablemente la puerta a que los argumentos “pro–aborto” establezcan límites tácitos e imaginarios que pueden ser cambiados cuando se quiera, y propuestos cada vez, incluso como los “nuevos descubrimientos” de la ciencia, que establecen a su vez requisitos a los seres humanos para ser personas. Cuando el hombre comienza a establecer límites al misterio de la vida, establece la ignorancia como punto de partida. El misterio es racionalmente impenetrable, es distinto del problema y necios serán los intentos por conseguirlo. Los límites “impuestos” racionalmente, y de manera cientificista al misterio de la vida humana, implican señalar una inconsecuencia y una ignorancia acerca de la esencia misma de la vida humana.



A) PROCREAR AL MARGEN DE LA UNIÓN CONYUGAL


AUTORES Y CASOS DE DEBATE, ENTRE CIENCIA, FILOSOFÍA Y RELIGIÓN EN DISTINTOS MOMENTOS HISTÓRICOS


Stephen Jay Gould y NOMA
Stephen Jay Gould fue uno de los científicos más populares de la segunda mitad de siglo veinte. Nació en 1941, y murió de cáncer en 2002. Publicó 25 libros, bastantes de los cuales fueron best sellers. Es una personalidad que no deja indiferente. No es fácil imaginar a un judío agnóstico, científico célebre y profesor de la Universidad de Harvard, cantando en un coro El Mesías de Händel. Esa persona era Gould. Cuando llegaba aquello de «caiga su sangre sobre nosotros y nuestros hijos¼, pedía al director del coro que parara y le dejara hablar, y en medio minuto explicaba a sus compañeros que aquello molestaba a los judíos; después de esta aclaración, seguía cantando como uno más.
Gould sostiene que ciencia y religión son dos magisterios que no se superponen (NOMA: non overlapping magisteria) (32) . Pero, al mismo tiempo, desarrolla un programa darwinista en el que queda poco lugar para el espíritu y para Dios (33) (34) (35) (36) . Presenta la evolución como prueba de que no existe una finalidad, como si el ser humano fuera puro resultado casual de los procesos materiales, y, de acuerdo con Freud, como si el ser humano hubiera perdido definitivamente su lugar central en el mundo (37) . Es cierto que la pura biología no permite resolver estas cuestiones, pero Gould adopta una posición confusa porque parece involucrar también al plan divino en su esquema mental (38) . En realidad, no existe oposición entre la existencia de azar desde nuestro punto de vista y la existencia de un plan divino: Dios es la causa primera de todo lo que existe, y nada cae fuera de su acción (39) . A pesar de todo, Gould insiste en que ciencia y religión no se oponen (40) .
4.2. Edward O. Wilson y la unidad del conocimiento
Edward O. Wilson nació en los Estados Unidos en 1929. Se doctoró en biología por la Universidad de Harvard en 1955, y desde entonces siempre ha enseñado en esa Universidad. Ha ganado dos veces el premio Pulitzer, con sus libros Sobre la naturaleza humana (1978) y Las hormigas (1990). Su libro Sociobiología (1975) fue un hito importante en el desarrollo de esa disciplina científica que estudia la relación entre los genes y la conducta. Ha publicado otros seis libros. Ha recibido diversos títulos honoríficos y es considerado como una autoridad en el estudio de los insectos sociales (especialmente las hormigas), la sociobiología y el medio ambiente (biodiversidad). En 1998 publicó su libro Consilience. La unidad del conocimiento, que provocó muchas discusiones (41) .
Wilson propone una unidad del conocimiento que, en último término, se basa en la reducción de todo a la biología (42) . Es una nueva versión del materialismo, que intenta explicar el espíritu humano, la religión, la ética, y todas las dimensiones espirituales de la vida humana, mediante las fuerzas que estudian las ciencias naturales. Ciertamente, la vida humana tiene una base biológica que siempre debe tenerse en cuenta. Pero una reflexión sobre el método científico y los resultados que produce permite advertir que no se puede reducir lo humano, ni siquiera la ciencia, a lo material: el progreso científico es una de las mejores pruebas de que poseemos capacidades que trascienden el mundo de la naturaleza material (43) . (Este argumento se encuentra ampliamente desarrollado en el libro: Mariano Artigas, La mente del universo, Pamplona, Eunsa; The Mind of the Universe, Philadelphia, Templeton Foundation Press).
4.3. Stephen Hawking y el origen del universo
Stephen Hawking es seguramente el científico más famoso de nuestra época, debido, en buena parte, a las circunstancias de su enfermedad. Se han editado millones de ejemplares de su libro Breve historia del tiempo.
En sus publicaciones, Hawking ha mezclado el estudio científico del origen del universo con el problema filosófico y teológico de la acción divina en el mundo, como si la física, al estudiar el origen del universo en el tiempo, tuviera implicaciones sobre el problema metafísico y religioso de la auto-suficiencia del universo o de su dependencia en el ser.
En realidad, Hawking no niega la existencia de Dios, y admite que Dios puede actuar de modos que nos resultan inaccesibles científicamente (44) . Pero a veces se expresa de modo confuso sobre estos temas. Como ya puso de relieve santo Tomás de Aquino hace siglos, el origen del universo en el tiempo es un problema diferente de su auto-suficiencia: el universo material no puede ser auto-suficiente, depende completamente en su ser de Dios y, en este sentido, es creado, pero esto poco tiene que ver con el origen en el tiempo, aunque la doctrina cristiana también afirma que el mundo ha tenido un origen en el tiempo (45) .
4.4. Peter Atkins y los límites de la ciencia
Profesor de química física en la Universidad de Oxford, Atkins adopta una posición de abierta hostilidad frente a la religión, como si la ciencia fuera incompatible con la religión (46) . Convierte las obvias diferencias que existen entre ciencia y religión en incompatibilidad (47) . Sostiene que todos los problemas, incluso la existencia misma del universo, se pueden solucionar mediante la ciencia, y niega valor a los argumentos religiosos (48) , considerando a la ciencia y a la religión como opuestas e irreconciliables (49) . Ha dedicado un libro entero a argumentar que es posible encontrar una explicación física de la creación del universo desde la nada, sin invocar la existencia de un Dios creador (50) , una idea que lleva a la ciencia más allá de lo que su método le permite estudiar. Atkins es un ejemplo del tipo de razonamientos que perpetúan en nuestra época la idea de que ciencia y religión son opuestas e incompatibles (51) .

EL CASO GALILEO
Para entender el caso de Galileo conviene recordar las palabras del Papa: «La escritura de la historia se ve obstaculizada a veces por presiones ideológicas, políticas o económicas; en consecuencia, la verdad se ofusca y la misma historia termina por encontrarse prisionera de los poderosos. El estudio científico genuino es nuestra mejor defensa contra las presiones de ese tipo y contra las distorsiones que pueden engendrar» (Juan Pablo II, 1999).
1- «Galileo en Roma. Crónica de 500 días» de Mariano Artigas y William Shea (Español: Ediciones Encuentro; Inglés: Oxford Press. ). Libro basado en los documentos originales.
LA CIENCIA NECESITA LA FE Y LA FE NECESITA LA CIENCIA
El «ministro» de Cultura de la Santa Sede analiza este binomio después del caso Galileo -Zenit
CIUDAD DEL VATICANO, 7 nov 97 (ZENIT).- El caso Galileo ha sido durante más de tres siglos fuente de malentendidos y polémicas entre el mundo de la ciencia y la Iglesia católica. Cuando el 31 de octubre de 1992, Juan Pablo II reconoció públicamente los errores cometidos por el tribunal eclesiástico que juzgó las enseñanzas científicas de Galileo se abrió un nuevo panorama fecundo para la relación ciencia y fe. Las consecuencias de ese acto marcarán definitivamente la historia.
El cardenal Pablo Poupard fue la persona a quien el pontífice había encargado el estudio del caso y fue él quien le presentó los resultados sobre los que después el Papa se pronunciaría. En una entrevista concedida a «Zenit» el purpurado, tras revelar la manera en que la comisión que presidía llegó a las históricas conclusiones, describe el apasionante horizonte que se ha abierto para la relación fecunda entre la ciencia y la fe: «El mito cultural de que existe incompatibilidad entre el espíritu de ciencia y la fe cristiana empieza ya a declinar». Por otra parte, «la Iglesia se interroga hoy más que nunca sobre los fundamentos de su fe, sobre cómo dar razón de su esperanza a este mundo moderno al que abrió sus puertas de para en par en el Concilio Vaticano II».
En este momento de crisis de ideologías, «la ciencia y la fe están llamadas a una seria reflexión… y a tender puentes sólidos que garanticen la escucha y el enriquecimiento mutuos». En definitiva, para el cardenal Poupard, la Iglesia está «entrando en una nueva fase histórica». Basta prestar atención a los desafíos éticos que plantean las nuevas fronteras de la ingeniería genética a la ciencia para comprender la importancia de iluminar el mundo científico con el horizonte de la fe.
En definitiva, «la experiencia demuestra –explica el «ministro» de Cultura de la Santa Sede– que la ciencia ha servido para purificar a la religión de múltiples errores y supersticiones; mientras que la religión, a su vez, tiene la virtualidad de purificar la ciencia de la idolatría de las ideologías materialistas y reduccionistas que acaban por volverse contra la dignidad del hombre».
Zenit ZE971107-3

EL DIALOGO CIENCIA-FE, DESPUES DEL CASO GALILEO
Entrevista con el cardenal Pablo Poupard, presidente del Consejo Pontificio de la Cultura
CIUDAD DEL VATICANO, 7 nov (ZENIT).- El diálogo entre fe y cultura ha marcado el pontificado de Juan Pablo II, que acaba de entrar en su vigésimo año. El pronunciamiento del Papa sobre el caso Galileo Galilei supone el momento paradigmático de esta relación. El cardenal Pablo Poupard, presidente del Consejo Pontificio de la Cultura, ha mantenido una entrevista con Jesús Colina, director de «Zenit», sobre este apasionante capítulo de la historia de la ciencia y de la Iglesia
–Eminencia, uno de los hechos más notables del pontificado de Juan Pablo II en relación con la cultura ha sido sin duda el acto del 31 de octubre de 1992, en el que el Papa reconoció públicamente los errores cometidos por el tribunal eclesiástico que juzgó las enseñanzas científicas de Galileo. Usted, como presidente de la comisión pontificia que estudió el caso y que presentó sus resultados al Papa, ha sido testigo privilegiado de este acontecimiento histórico. ¿Qué valoración nos puede hacer de él? ¿Qué sentido debemos atribuir a esta intervención del Papa?
–Pablo Poupard: Ciertamente, éste es uno de los temas cruciales que ha preocupado al Papa desde el comienzo de su pontificado, y por ello ha hecho todo lo posible por aclararlo. Respecto al caso Galileo, la memoria cultural de la humanidad estaba manchada. Desde la Ilustración hasta nuestros días, este caso se ha esgrimido como símbolo del carácter reaccionario de la Iglesia. Piense en la presentación de Bertold Brecht y de tantos otros, para quienes la Iglesia sería contraria al progreso, y la fe sería opuesta a la ciencia. Pero no es verdad; al contrario, la fe ha constituido a lo largo de la historia una fuerza propulsora de la ciencia. No olvidemos que la ciencia moderna se ha desarrollado precisamente en el Occidente cristiano y con el aliento de la Iglesia.
La idea de Juan Pablo II era hacer, de una vez por todas, una purificación de esta memoria cultural. De ahí la iniciativa valiente del Papa de constituir una comisión que se ocupó de estudiar el caso durante once años en sus aspectos exegéticos, epistemológicos, históricos y culturales.
–¿Cómo se desarrolló el trabajo de la comisión?
–Pablo Poupard: La Comisión desarrolló una investigación exhaustiva. Básicamente, las preguntas a las que se intentó contestar fueron: ¿qué fue lo que ocurrió?; ¿cómo se produjo el conflicto?; ¿por qué se desarrollaron de este modo los hechos? Después de más de tres siglos y medio, las circunstancias han cambiado mucho y a nosotros nos parece evidente el error que cometieron la mayoría de los teólogos jueces de Galileo. Se trata de un problema cultural; porque en aquel momento el horizonte cultural era distinto al nuestro. Había una situación de transición en el campo de los conocimientos astronómicos.
Y en segundo lugar, ciertos teólogos contemporáneos de Galileo –herederos de la concepción unitaria del mundo, que se impuso de modo universal hasta el comienzo del siglo XVII– no supieron interpretar el significado profundo –no literal– de las Sagradas Escrituras cuando describen la estructura física del universo creado. Esto les llevó a trasponer de forma indebida una cuestión de observación experimental al ámbito de la fe.
–De todos modos, Juan Pablo II, reconoció la grandeza de Galileo, y el gran sufrimiento que padeció por parte de hombres e instituciones de Iglesia.
–Pablo Poupard: Si, es verdad; pero, siendo objetivos, hay que reconocer que en torno a estos sufrimientos se ha creado un mito. Pintores, escritores y científicos han descrito, durante los últimos siglos, las mazmorras y las torturas sufridas por el condenado a causa de la cerrazón de toda la Iglesia.
Desde luego, Galileo sufrió mucho; pero la verdad histórica es que fue condenado sólo a «formalem carcerem» –una especie de reclusión domiciliaria–, varios jueces se negaron a suscribir la sentencia, y el Papa de entonces no la firmó. Galileo pudo seguir trabajando en su ciencia y murió el 8 de enero de 1642 en su casa de Arcetri, cerca de Florencia. Viviani, que le acompañó durante su enfermedad, testimonia que murió con firmeza filosófica y cristiana, a los setenta y siete años de edad.
Galileo, el científico, vivió y murió como un buen creyente.
–¿no causa perjuicio al Magisterio de la Iglesia el reconocimiento de este error?
–Pablo Poupard: No, en absoluto. No está en juego la doctrina de la Iglesia
–que consiste fundamentalmente en el depósito de la Revelación divina y que, como tal, es inmutable– sino el modo de interpretar la Sagrada Escritura en sus descripciones del mundo físico. Al término de los trabajos de la comisión, Juan Pablo II recordó la famosa sentencia atribuida a Baronio: «La intención del Espíritu Santo fue enseñarnos cómo se va al cielo, no cómo está estructurado el cielo». Dios ha confiado el conocimiento de la estructura del mundo físico a las investigaciones de los hombres
Como cito en mi libro sobre Galileo («Galileo Galilei, 350 anni di storia, 1633-1983», pág. 10, «hay lecciones de la Historia que no tenemos derecho a olvidar. La Revelación no tiene lugar al mismo nivel de una cosmogonía. La asistencia divina no ha sido donada a la Iglesia en la perspectiva de los problemas de orden científico-positivo. La infeliz condena de Galileo está ahí para recordárnoslo. Éste es su aspecto providencial».
–Antes de la rehabilitación de Galileo por parte del Papa Juan Pablo II, el Concilio Vaticano II ya había deplorado, en la «Gaudium et spes» « ciertas actitudes que a veces no han faltado entre los mismos cristianos por no haber entendido suficientemente la legítima autonomía de la ciencia». ¿No ha pasado demasiado tiempo hasta llegar a esta rehabilitación?
–Pablo Poupard: Sí, ha pasado mucho tiempo; pero hacía falta para que se pudieran clarificar los criterios de interpretación de la Sagrada Escritura a la hora de tratar temas científicos. Estos criterios no estaban claros en el ambiente cultural unitario de aquel entonces; ahora están ya muy asentados, y ello garantiza, en gran parte, que no se vuelvan a repetir equivocaciones parecidas. De todos modos, hay que insistir en que el acto de 1992 no ha sido una rehabilitación. Galileo Galilei, como científico y como persona, ya estaba rehabilitado desde hacía mucho tiempo. De hecho, cuando en 1741 se alcanzó la prueba óptica del giro de la tierra alrededor del sol, Benedicto XIV mandó que el Santo Oficio concediera el imprimatur a la primera edición de las obras completas de Galileo. En la siguiente edición de libros prohibidos, la de 1757, fueron retirados todos los que apoyaban la teoría heliocéntrica y, por tanto, también los de Galileo. Todavía más tarde, en 1822, hubo una ulterior reforma de la sentencia errónea de 1633, cuando, por decisión de Pío VII, se concedió el imprimatur al canónigo romano Giuseppe Settele –profesor de astronomía y de matemática en la universidad La Sapienza de Roma– para su obra Elementos de óptica y de astronomía, en la que aceptaba la tesis de Galileo.
–Uno de los aspectos de la cultura que más desconcierto provocan en los fieles es el aparente conflicto entre los resultados de la ciencia y la enseñanza de la fe. La intervención del Papa en el caso Galileo, ¿puede servir para relanzar el diálogo entre la ciencia y la fe?
–Pablo Poupard: En efecto. Además de purificar la memoria cultural, el Santo Padre quería que los problemas subyacentes a este caso obligasen a reflexionar sobre la naturaleza de la ciencia y de la fe. Juan Pablo II saca una enseñanza muy importante para el futuro: la irrupción de una novedad científica y metodológica obliga a las distintas disciplinas del saber a delimitar mejor el propio campo y método. De hecho, en el siglo pasado y a comienzos del nuestro, el progreso en las ciencias históricas obligó a los exegetas a reflexionar sobre el modo de interpretar la Sagrada Escritura.
–¿Cuáles son LOS PRINCIPALES RETOS CON QUE LA IGLESIA SE ENCUENTRA HOY EN SU DIÁLOGO CON LA CIENCIA Y CON LA CULTURA ACTUAL?
–Pablo Poupard: Me atrevería a reducirlos a tres.
1 El primero de los retos podríamos cifrarlo en el carácter frenético del desarrollo de la ciencia, que se realiza en muchas ocasiones no sólo al margen de la religión, sino también de la moral.
2 En segundo lugar, está el influjo que continúan teniendo en el pensamiento científico los ídolos del cientifismo:, hace pasar por científicas toda una serie de objeciones a la fe completamente ERRONEAS. QUE NO TIENEN BASE EN LA CIENCIA Y en tercer lugar, un escepticismo y un subjetivismo que, como es lógico, suelen aparecer unidos vitalmente a actitudes hedonistas ante la vida, y que no sólo actúan como gérmenes destructores de la religión, sino también de las instituciones de nuestra sociedad, e incluso de la misma ciencia, aunque pretendan fundarse en ella.
–¿Quiere decir que hay pocas esperanzas para un diálogo fructífero entre la ciencia y la fe?
–Pablo Poupard: No, en absoluto; las perspectivas de este diálogo son más bien prometedoras. Hace tres años dirigí un libro que mira precisamente a abrir una serie de perspectivas que permitan iniciar un diálogo renovado entre ciencia y fe, sin complejos ni desconfianzas mutuas, partiendo para ello de la esperanza que da la clarificación del caso Galileo.
–¿En qué contexto se sitúa hoy, en el umbral del tercer milenio, el diálogo ciencia-fe?
–Pablo Poupard: En un contexto esperanzador. El mito cultural de que existe incompatibilidad entre el espíritu de la ciencia y la fe cristiana empieza ya a declinar. Resulta cada vez más claro que la fe de la modernidad
–caracterizada por una relación puramente científica con el mundo– le falta algo esencial para contactar con el aspecto más íntimo de la realidad y para ser fuente de sentido. Por otra parte, también la Iglesia se interroga hoy más que nunca sobre los fundamentos de su fe, sobre cómo dar razón de su esperanza a este mundo moderno al que abrió sus puertas de par en par en el Concilio Vaticano II. Vivimos en un contexto de crisis del paradigma cultural. La ciencia, que es cada vez más consciente de sus propios límites y de su necesidad de fundamentación, sigue desafiando a la Iglesia con una exigencia de rigor racional en la presentación de su mensaje (cf. Libro del cardenal Pupard «Buscar la verdad en la cultura contemporánea», Ciudad Nueva, Buenos Aires, 1995, pp. 52-53). La Iglesia tiene conciencia de estar entrando en una nueva fase histórica; y, al mismo tiempo, sabe que la esperanza que ha puesto en Cristo –y que ofrece al mundo de hoy como su riqueza mayor– no se verá defraudada.
–¿En qué campos se realiza hoy en día el diálogo entre la ciencia y la fe?
––Pablo Poupard: Uno de los campos de más importancia en la actualidad es el de la antropología, que, con sus posibles aplicaciones, tiene una incidencia más directa que nunca sobre la persona y sobre el pensamiento humano. Se trata de aplicaciones científicas que, a veces, parecen amenazar los fundamentos mismos de lo humano. Cerrando el caso de Galileo, Juan Pablo II hace un llamamiento a todos los científicos y hombres de cultura para que presenten una antropología que sea capaz de acoger todos los descubrimientos de las ciencias humanas y que respete al mismo tiempo la singularidad irrepetible de la persona humana. El Santo Padre parece clamar: Estad atentos vosotros, ingenieros, científicos, que estáis dispuestos a manipular y a experimentar; estad atentos y preguntaos: ¿respetáis suficientemente la humanidad del hombre, o estáis más bien contribuyendo a destrozarla? EL PAPA PIDE A LOS CIENTIFICOS QUE RESPETEN AL SER HUMANO, NO MANIPULARLO NI EXPERIMENTAR CON EL.
–¿Cuáles son las bases para este diálogo entre la ciencia y la fe que el Papa promueve?
–Paul Poupard: Lo primero que habría que decir es que tanto la ciencia como la fe son dos elementos fundamentales de la cultura que pueden ser caracterizados por su relación a la verdad. En la actualidad, junto con una tendencia a la VS fragmentación y a la disgregación cultural que amenaza con acarrrear graves consecuencias para el futuro del hombre, se constata un deseo cada vez mayor de que el cuerpo imponente de los conocimientos científicos encuentre su razón de ser en el marco de una visión más amplia, que abarque una visión integral del hombre y de sus relaciones con Dios y con el conjunto del universo. El servicio a la verdad propio de la ciencia es plenamente compatible con el servicio a la Verdad –con mayúscula– propio de la religión. La ciencia ha servido para purificar a la religión de múltiples errores y supersticiones; mientras que la religión, a su vez, tiene la virtualidad de purificar a la ciencia de la idolatría de las ideologías materialistas y reduccionistas que acaban por volverse contra la dignidad del hombre. La autonomía de la ciencia tiene una razón: la búsqueda de la verdad. Y un sentido: el servicio al hombre. Una ciencia sin religión difícilmente puede ser fiel a su compromiso de búsqueda de la verdad en favor del hombre. A este respecto, me viene a la memoria unas palabras del Papa Pablo VI: la religión podrá parecer ausente cuando permite y llega a ordenar a los científicos a no obedecer más que a las leyes de la verdad; pero una mirada más atenta advertirá que la Iglesia está cerca de ellos. La religión podrá parecer ausente de la ciencia, pero no lo está.
Este espíritu de Pablo IV es el que hoy se despliega en Juan Pablo II. Quisiera recordar las palabras que dirigió a los científicos, en la UNESCO, el 2 de junio de 1980: «Todos ustedes unidos representan una potencia enorme: la potencia de las inteligencias y de las conciencias. ¡Muéstrense más poderosos que los más poderosos de nuestro mundo contemporáneo! ¡El futuro del hombre depende de la cultura! ¡La paz del mundo depende de la primacía del Espíritu! ¡Sí! ¡El porvenir pacífico de la humanidad depende del amor».
Hoy más que nunca observamos cómo la ciencia sin conciencia entraña la destrucción del hombre: de Hiroshima a Nagasaki, de Auschwitz a Chernobyl. Nuestro universo –que ha resultado ser infinitamente más vasto de lo que Galileo podía siquiera imaginar– necesita ensanchar urgentemente su alma. El mérito histórico de Juan Pablo II está en convocar para esta tarea a los hombres de ciencia y fe. ZE971107-5
La Escolástica

El siglo XIII, ve desarrollarse en Inglaterra un notable movimiento intelectual, caracterizado principalmente por un interés especial en las ciencias, sobre todo en las matemáticas y la biología, con una fuerte inspiración platónica. En este mismo espíritu las obras de Aristóteles ya no seguirían siendo desconocidas en Oxford, ni en Paris, donde se llevaba en este campo de reflexión sobre el Estagirita una leve ventaja. Entre los pensadores que destacaron en este ámbito podemos señalar: Roberto Grosseteste (1175-1253), Adan de Marsh – Tomás de York (¿-1260), Ricardo de Cornualles (1210-14 – 1293).


SAN BUENAVENTURA
(1221 – 1274)


Juan Fidanza, llamado San Buenaventura en la orden franciscana fue contemporáneo y amigo de Santo Tomás de Aquino. Juntos lucharon a través de sus obras contra los maestros seculares que de la Universidad de Paris, que impedían que las órdenes mendicantes (dominicos y franciscanos) impartieran clases en aquella Universidad. Finalmente el Papa Alejandro IV, decido la disputa a favor de las órdenes mendicantes.

San Buenaventura establece a superioridad de la fe por sobre la ciencia. Para resolver la pregunta si es más cierta la ciencia que la fe, San Buenaventura lo resuelve distinguiendo una certeza con respecto a las verdades de la fe y otra con respecto a las verdades de la razón. Las verdades de la fe son más ciertas que las verdades de la ciencia y lo explica diciendo que aunque el filósofo pueda llegar a demostrar una verdad de fe, como por ejemplo que Dios es creador, la certeza que el creyente recibe por la verdadera fe no puede ser igualada. Sin embargo el análisis no queda hasta allí, el Doctor Seraphicus nos señala que la verdad de la fe tiene una mayor certeza de adhesión (que se refiere al afecto) que la verdad de la ciencia, y por su parte la verdad de la ciencia tiene una mayor certeza de especulación (que se refiere al puro intelecto) que la verdad de la fe.

La ciencia elimina la duda intelectual, la cual no exige ninguna fidelidad personal, pero la fe adhiere al hombre a la verdad de una manera que ningún razonamiento puede separar, es la entrega afectiva de la persona a la verdad.

La fe no excluye a la ciencia, pues la primera tiene una certeza superior, por consiguiente la ciencia no invalida la iluminación por la fe, sino que la exige y la hace necesaria; la certeza de especulación es coronada por la certeza de adhesión. El ejemplo está en que los filósofos que descubrieron por la certeza de especulación, muchas verdades acerca de Dios y sus atributos, acabaron por falta de fe, o sea por falta de la certeza de adhesión, cayendo en errores o finalmente desconociendo verdades divinas fundamentales.

Por lo tanto San Buenaventura concluye que la ciencia nunca puede dejar de valerse de la fe, si es que quiere ir más allá que despejar la duda intelectual. La fe es la adhesión integral del hombre a la verdad, por medio de la cual el hombre vive realmente la verdad y la verdad vive realmente en el hombre.

Veamos ahora la mirada de la filosofía hermenéutica de Hans Gadamer, el cual nos invita a reflexionar sobre el deber de la razón en la edad de la ciencia. Una reflexión que nace del hecho de que la humanidad contemporánea no está preparada para afrontar los problemas sociales, políticos y éticos ligados al desarrollo de la ciencia y de la técnica. La razón no debe reducirse a un racionalismo cientificista, a una pura racionalidad instrumental eficientística. Es justo una “racionalidad responsable”, capaz de arriesgar fines y objetivos, esto es de hacer coincidir el ejercicio del intelecto con la práctica concretas del vivir, incidiendo en los grandes momentos históricos del presente. Nuestro autor desea a aparición de nuevas formas de racionalidad humana haciéndose gran representante de una razón “anticientificista” (no “anticientífica”), que reconociendo en la ciencia una función de particular importancia en la sociedad, lucha contra sus tentaciones absolutísticas y sus pretensiones de identificarse con todo lo que se puede saber. Una forma de racionalidad en contra de todo dogmatismo y abierta al reconocimiento de los derechos de lo que Gadamer llama “conciencia común” (producto cultural concreto de la tradición de los pueblos, de una convención viviente) que hace de orientación ética sobre los usos y los desarrollos de los resultados de la ciencia.
En una actitud convenida por esta “conciencia común”, esta nueva racionalidad debería hacer un acto de solidaridad planetaria, pues “(…) estamos muy lejos de haber tomado todos conciencia de que está en juego nuestro mismo destino sobre la tierra y que nadie podrá sobrevivir, igual que como después del insensato uso de armas atómicas, si la humanidad no aprende, al cabo de una serie de experiencias históricas sembradas, quizás de aún muchas, muchas crisis, y de mucho, mucho dolor, a reencontrar, bajo el estímulo de la necesidad, una nueva solidaridad. Nadie sabe cuanto tiempo nos queda aún. Pero quizás tiene razón aquel principio que dice: para la razón nunca es demasiado tarde”, concluye Gadamer.

Veamos ahora la obra de Horkheimer “Crítica de la razón instrumental”, a cual según su autor tiene como objetivo: investigar la noción de racionalidad que sirve de base a la cultura industrial y a la ciencia desde los años 1930 al 1950 aproximadamente.

Permítaseme una reflexión acerca del tema principal de la obra.

La actual crisis de la razón, señala nuestro autor, consiste fundamentalmente en el hecho que el pensamiento llegado a cierta etapa, o bien a perdido la facultad de concebir, en general una objetividad semejante, o bien comenzó a combatirla como una ilusión.
La crisis de la razón se manifiesta en la crisis del individuo como cuyo agente la razón se ha desarrollado. Si la concepción subjetivista de la razón es fundada y válida, entonces el pensar no sirve para determinar si un objeto es de por sí deseable. Luego todos los ideales, criterios, principios éticos, políticos, decisiones últimas, llegan a depender de otros factores que no son la razón. Han de ser asunto de elección, predilección y estimaciones, luego pierde sentido hablar de la verdad cuando se trata de cuestiones morales, prácticas o estéticas.

En la mayoría de las cosas ser razonable significa no ser testarudo, lo cual señala nuevamente una coincidencia con la realidad tal cual es. El principio de la adaptación se considera como cosa obvia. No es solo una relación entre los medios y los fines, no es la razón únicamente un instrumento para lograr un fin personal, sino que desde un comienzo se consideraba a la razón como un instrumento destinado a comprender los fines, a determinarlos.

El concepto de razón objetiva denuncia que su esencia por un lado es una estructura inherente a la realidad, que requiere por sí misma un determinado comportamiento práctico o teórico en cada caso dado. Caracteriza también el esfuerzo y la capacidad de reflejar un orden objetivo. La razón objetiva de la modernidad es el Iluminismo que en su tiempo quería sustituir a la religión, o erigirse como una nueva religión.

Desde el renacimiento los hombres trataron de idear una doctrina autónomamente humana, tan amplia como la teología, para no tener justamente que acatar normas y valores que le imponía una autoridad espiritual. La filosofía moderna empleó todo su orgullo en ser el instrumento de la dirección, la explicación y la revelación del contenido de la razón en cuanto imagen refleja de la verdad de las cosas y la recta conducción de la vida.

El tema de esta época es la conservación del yo, el proceso de personalización con el afán de no ser una hoja llevada por las corrientes y las jugadas, a veces confusas o ambiguas de los juegos del lenguaje y lograr a través del proceso de una educación con sentido una autonomía intelectual y moral. Lo enunciado aquí nos es nuevo, cada vez que hacemos una reflexión acerca de la ética postmoderna y la dirección de la Educación, que tiene como fin la persona, se llega a conclusiones similares. El tema de esta época es la conservación del yo, cuando parece que no hay ningún yo, o en su defecto se sabe poco de este yo, de este sí mismo, para ser conservado. El individuo postmoderno junto con acontecerle acudir a la caída de los grandes relatos de los últimos tiempos, tampoco reconoce un relato personal, una historia verdadera, cae en cuenta que su pequeño relato personal es pura quimera, ilusión, sin sustancia; un hombre incapaz de contar una propia historia real, porque es inexistente, o se asienta en la ilusión. En consecuencia, lo que significa hacer el esfuerzo para ser conservado o el que se posee, si lo conservamos este modelo de individuo nos haremos un flaco favor.

Para esta reflexión del individuo, es menester hacerla en todo lo que este abarque: una entidad histórica, religiosa, una existencia espacio-temporal sensoria de un individuo particular, conciencia de su propia individualidad intelectual y moral.

El poder social más que nunca hoy se entiende como un poder o un gobernar sobre las cosas y cuanto más intenso resulta el interés del individuo de gobernar sobre las cosas tanto más éstas lo dominarán. Tanto más le faltarán rasgos verdaderamente individuales, tanto más su espíritu se transformará en autómata. Este individuo no ha de hacer ningún esfuerzo para sobreponerse a la dictadura de su voluntad que siempre desea, no importa cuanto tenga, y ése será su rasgo característico: la esclavitud ante las cosas. De gobernador pasa a gobernado por el hecho de no tener claro la finalidad del acumular, por una desvinculación fundamental con su fuero interno. Cuanto más el individuo está desvinculado de su yo existencial, de los verdaderos deseos y expectativas vitales, de manera más frecuente buscará cosas útiles y materiales para llenar el vacío y satisfacer el apetecer momentáneo disfrazado de bienestar, alegría o felicidad. El individuo griego, decía Aristóteles, al tener en él la facultad de la autoconservación y de la reflexión, adquirió capacidad de gobernar a otros sin perder su libertad.

El antagonismo entre la individualidad y sus condiciones de existencia económica y social, es un elemento esencial de la individualidad misma. Este antagonismo se traduce hoy por un deseo de adaptarse a la realidad. Tal proceso es sintomático de la crisis de nuestras sociedades, que a su vez refleja la decadencia de la idea tradicional de ciudad vigente en la historia occidental por veinticinco siglos iniciada en sentido estricto por Platón y su República.

La individualidad y su proceso de personalización se perjudican cuando los hombres deciden emanciparse de su circunstancia social. En la actualidad vemos un alejamiento parcial de la participación de los hombres en los problemas políticos; pero lejos aún de un alejamiento por una actitud crítica reflexiva, el alejamiento se acerca más a un abulia y a un desapasionamiento fundamental, una desvinculación vital; es querer no sentirse comprometido con nada, para evitar el lazo, el vínculo, no asociarse con lo perecedero. Si un hombre común renuncia a los asuntos políticos, la sociedad tenderá a retornar a la ley de la selva que borra definitivamente todo rastro de individualidad.

Las cualidades individuales que más se estiman como la independencia, la voluntad de libertad, y el sentido de justicia, son virtudes tanto individuales como sociales. El individuo plenamente desarrollado es la realización cabal de una sociedad plenamente desarrollada.
El hombre, como individuo comenzó a hacer su aparición, cuando las sociedades comenzaron a perder su cohesión y cuando comenzó a apreciar la diferencia entre su vida y la colectividad. La vida cotidiana, la vida del yo cobró un valor insustituible.

El individuo totalmente aislado ha sido siempre una ilusión, pero esta no es la finalidad de los individuos postmodernos, porque justamente esa es una de las características fundamentales de nuestras sociedades con ausencia de sentido vital-final; si es que tienen que reunirse o agruparse socialmente está bien, pero no ha de pedirse ninguna formalidad, ni legalidad comprometedora o vinculantes. Por las características que se dan en este tipo de sociedades, son un ambiente infértil, infecundo para instituciones basadas en el compromiso vital y afectivo como es la familia (o al menos el concepto tradicional y cristiano de familia), lo que no significa que esta haya desaparecido, sino que en virtud de estas nuevas circunstancias socioculturales aparecen nuevos modelos familiares: monoparentales, familias sin hijos, familias con hijos pero al cuidado de los abuelos, entre otras. Son grupos familiares en los cuales, en su generalidad se evita un compromiso de fondo y siempre está latente la probabilidad de una ruptura, (que es posible legalmente gracias al procedimiento) es por eso que es conveniente no vincularse demasiado por ejemplo al grado de tener hijos, o ya sea por que se prioriza el trabajo remunerado y el desarrollo profesional. Instalándose nuevamente el individuo en el juego de la supervivencia a través del mimetismo, del logro social, de la aceptación del grupo, del éxito, para gozar de las influencias del entorno, influencias que no tienen una gran vinculación de fondo, sino que son útiles solamente en la medida que permitan una ascensión o una notabilidad en el grupo de manera de acceder a la aceptación total o a la dirección del grupo, o para gozar más aún de las útiles influencias.

El influjo de las condiciones existentes sobre la vida del hombre promedio es tal, que el tipo servil y sometido se ha convertido en el tipo predominante en una escala arrolladora. Desde la niñez se le inculca al individuo que el éxito puede ser logrado solo a través de un proceso de imitación. Responde continuamente a todo lo que advierte en torno de sí, con todo su ser, rivalizando con los rasgos y comportamientos representados por todas las entidades colectivas en las cuales se ve enredado: su grupo de juegos, sus compañeros de clase y todos los demás grupos que obligan al conformismo más estricto, a un sometimiento más radical que el que hubiera podido exigir un padre o un maestro de antaño. En la medida en que se transforma en eco de su medio ambiente, repitiéndolo, imitándolo, adaptándose a todos los grupos poderosos a los que al fin de cuentas pertenece, transformando de un ser humano a un miembro de organizaciones, sacrificando sus posibilidades en aras de la disposición de complacer las disposiciones de las organizaciones y conquistar las influencias de ella, es así como logra sobrevivir. Es una supervivencia lograda mediante el más antiguo de los recursos biológicos de la supervivencia: el mimetismo.

Así como el niño repite las palabras de su madre y el adolescente el comportamiento brutal de los mayores, bajo cuya mediocridad padece, así mismo el altoparlante gigantesco de la industria cultural de los medios de comunicación reitera hasta el infinito la superficie de la realidad. En esto es justamente, a mi parecer, en lo que hay que insistir, si es que no queremos una decadencia intelectual, cultural y moral, ni una aversión al currículo oculto de educación en valores y virtudes en nuestras nuevas generaciones: en nuestro comportamiento. Incluso más que en nuestro comportamiento, en la consecuencia entre el discurso y en las acciones, en tanto portador de un discurso educativo. Al actuar de manera contraria, al manifestar nuestra inconsecuencia, a través de los discursos educativos y reprimendas moralizantes les estamos diciendo a nuestros jóvenes: que no hagan lo que yo hago, sino que hagan lo que yo les digo, porque lo que hago es totalmente contrario a lo que les estoy diciendo. Lo que se hace es entregarles un discurso matizado en las distintas etapas evolutivas, que tiene como corolario la inconsecuencia y la falsedad. Una inconsecuencia fundamental que no se puede llamar de otra manera que desvinculación y es, creo, el tipo de desvinculación más importante en el terreno de la ética humana, porque dice relación con nuestros actos que son el reflejo de nuestro pensamiento, lo que significa que solamente en el terreno de la ética y de la educación nos sabemos un discurso ideal, muy bien aprendido y que lejos de hacer carne ese juego de lenguaje, lo que se hace es faltar a la consecuencia desde el comienzo. El juego del lenguaje, el discurso de la razón en educación no tiene ningún fundamento, ninguna validez, si es que este no se asienta ni se desarrolla en las acciones, ni en los hábitos del hablante o el destinador (el que enuncia), solo así este discurso cobrará una legitimación. Dicho de otra manera más clara y directa: la legitimación del discurso educativo será tal, solo en tanto y en cuanto el legislador, el destinador, hablante o maestro esté legitimado mediante sus acciones y hábitos para emitir tal discurso, de lo contrario solo se quedará en el ámbito de la teoría y de las palabras rimbombantes y vacías, e incluso puede causar los efectos contrarios a los cuales tenía por objetivos.

La racionalidad de cultura postmoderna y de masas glorifica el mundo tal cual es, no solamente se conforma con él, aún cuando se orienta por valores culturales perimidos. Le es cómodo un modelo de sociedad que tiene como característica principal la desvinculación, el descompromiso total, la ausencia, la utilidad, la apariencia, lo relativo, la ausencia de modelos absolutos.

La idea de verdad ha sido reducida al papel de herramienta útil para el control de la naturaleza, a través de la ciencia y la realización de las posibilidades infinitas inherentes al hombre, se ha desplazado a una categoría de lujo. Un modo de pensar que no sirve a los intereses de un grupo establecido o no se refiere al negocio de una industria y de la producción, no encuentra lugar y es considerado superfluo. Paradójicamente una sociedad que, frente a una muerte por inanición que domina vastas zonas del mundo, deja sin emplear gran parte de su maquinaria y arrumba gran parte de invenciones de importancia para dedicar el tiempo y el trabajo, a la construcción de armas de destrucción masiva y a la propaganda, “una sociedad que ostenta semejante lujo, ha hecho de la utilidad su evangelio” (M. Horkheimer)


NOTAS Y CITAS BIBLIOGRÁFICAS

(1), Antonio Millán Puelles, “Fundamentos de Filosofía”, Págs. 22-23
(2), Forment, Eudaldo, “Id a Tomás”, Pág. 4


BIBLIOGRAFÍA, TEXTOS Y ARTÍCULOS DE APOYO

· Agís Villaverde, Marcelino, “Del Símbolo a la metáfora” Introducción a la filosofía hermenéutica de Paul Ricoeur, Editorial Universidad Santiago de Compostela (Servicio de Publicacións e Intercambio Científico), Santiago de Compostela 1995.
· Chomalí, Pbro. Fernando, “Dilemas Éticos para el Siglo XXI”, Editorial Santillana, Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago de Chile 2005.
· Fernández Pérez, Milagros, “La Investigación Lingüística desde la Filosofía de la Ciencia”, Editorial Verba, Anuario Galego de Filoloxia, Anexo 28, Santiago de Compostela 1986.
· Forment, Eudaldo, “Id a Tomás”, Fundación GRATIS – DATE, Pamplona 1998
· Giddens, Anthony, “Un Mundo Desbocado”, Editorial Taurus, Madrid 2000.
· Ginés Ortega, Jesús, “Ética Empresarial” Principios, tendencias y disparates, Editorial Universidad Santo Tomás, Santiago de Chile, 2004
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· Jolivet, Jean, “Historia de la Filosofía” (La Filosofía Medieval en Occidente), Editorial Siglo XXI editores, México D. F., 1998
· Lyotard, Jean – Francois, “La Condición Postmoderna”, Editorial Cátedra, Madrid 2000
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