miércoles, octubre 25, 2006

ACERCA DEL MÁS SABIO ENTRE LOS SANTOS Y EL MÁS SANTO ENTRE LOS SABIOS (En conmemoración del onomástico de Santo Tomás de Aquino, 28 de enero de 2006)


Podría comenzar diciendo que en un artículo de esta naturaleza es imposible resumir la vida y obra de Santo Tomás de Aquino, lo cual en efecto es absolutamente cierto. Ahora bien, es menester aclarar que ese no es mi afán, y justamente por esto y para no tener que comenzar con una disculpa, resolveré que puedo hacer entonces bajo estas circunstancias; teniendo en cuenta que celebramos el día que el calendario católico le ha dado como onomástico al “Doctor Angelicus et Universalis” (28 de enero). En razón de lo anterior puedo hacer un recuerdo del hombre que ha inspirado a un gran número de profesores, alumnos, intelectuales, y profesionales de todos los ámbitos del saber, a hacer carne un hermoso proyecto de currículum oculto, de filosofía educativa y de pedagogía perenne contenida en su genial vida y obra. Aún así, sin duda quedaré en deuda.

Datos históricos

Hijo menor de los ilustres Condes de Aquino, nace en Rocasecca el año 1225 Tomás de Aquino. Desde pequeño recibió una privilegiada Educación en el Monasterio Monte casino, como era la costumbre de la época dedicada al vástago de las nobles familias. Luego cursó en Nápoles las humanidades y la filosofía. Realizó clases en la Universidad de París, enseñó en Orvieto, Roma, Viterbo y finalmente organizó los estudios de la ciudad de Nápoles, antes que la muerte lo encontrara en Fosa Nova camino al II Concilio Lugdunense.

El papa Juan XXII le canonizó el año 1323. Luego el papa Pío V le dio el título de “Doctor Angelicus” en 1567. El papa León XIII le nombró “Patrón de las todas las Escuelas y los estudios católicos” en 1567. Pío XI le añadió el título de “Doctor Universal” en el sexto centenario de su canonización y por último, nuestro Juan Pablo II escribió la encíclica “Fides et Ratio” aludiendo al principio de síntesis fundamental del pensamiento de Santo Tomás de Aquino, a saber, la armonía entre la fe y la razón “… que son como las dos alas del espíritu con las cuales este se eleva a la contemplación de la Verdad”.

Santidad y sabiduría. El Hombre es capaz de Dios.

El hombre en su constitución fundamental es una unión de cuerpo y alma que lo constituye en una unidad substancial. Su alma intelectiva es la superior entre las creaciones del universo, definida por el entendimiento y la sabiduría en tanto virtud humana.
“Todos los hombres tienen por naturaleza al saber” dice Aristóteles en la primera frase de la “Metafísica”, de ahí confirmamos la inclinación natural del hombre al saber, y su vez esta inteligencia que le define, le permite por un lado conocer el Bien y la Verdad. Por otro lado le es permitido, de acuerdo a su antropología conocer y alcanzar el Bien supremo que es la Felicidad, radicado en el potencial intelectual y afectivo del hombre, o sea, el en amor voluntario, el conocimiento de la Verdad y la práctica bien común. Ésta constitución humana, guiada por la recta razón, le permite al hombre ser perfecto en cuanto hombre y por ende conocer al Supremo Creador.


Virtudes cardinales. La virtud intelectual y la moral en general.

La Educación permite al hombre llegar a su estado perfecto en cuanto hombre, que es el estado de virtud. Entendemos como virtud un hábito operativo del bien, una habitual cualidad personal y/o espiritual que puede ser aplicada en el ámbito social y laboral. El bien que tiene ante sí la libertad humana para cumplirlo, es precisamente el bien de la virtud. Santo Tomás distinguía las virtudes menores y las virtudes cardinales, de estas últimas se desprendían todas las demás y son las siguientes:

Prudencia: es la virtud guía e intelectual por excelencia, y consta en tener la capacidad de hacer juicios adelantados acerca de las consecuencias de nuestros actos.
Justicia: es una virtud eminentemente social que regula este orden y consta en tener el criterio suficiente de darle a cada uno lo que merece, lo que le corresponde según sus méritos.
Fortaleza: es la capacidad de la voluntad que tiene el hombre de enfrentarse al dolor
Templanza: esta virtud armoniza el interior del hombre estableciendo el bien en relación con el ímpetu y la concupiscencia.

La única manera de cultivar la virtud es a través del ejercicio constante y repetido hasta que se convierta en un hábito. Así, por ejemplo, de la única manera que puedo ser un hombre justo es ejercitando la Justicia, haciendo actos justos.
El desafío tomasino cotidiano. La Persona, la Familia y la Educación.

La filosofía tomista en fundamentalmente una reflexión acerca del hombre y su conciencia ante Dios. Una reflexión acerca de las relaciones sociales basadas en el respeto por la persona, por su dignidad, su irrepetible singularidad, su apertura e intimidad.
Una reflexión acerca de la concepción política sustentada en la natural inclinación humana por congregarse, y en este espíritu, la constitución de la familia como la institución social en la cual se aprenden -y se aprehenden- de manera natural las virtudes. En razón de lo anterior, entendiendo que si por naturaleza todos los hombres tienden a vivir en sociedades, (según el planteamiento escolástico aristotélico-tomista) la agrupación o la congregación es querida por Dios, por lo tanto es buena y agradable, por lo que debemos procurar que nuestra primera institución se oriente a estos calificativos.
Así también, y conteniendo nuestro quehacer, la Educación se nos presenta como un proceso vital de información, pero aún más y mejor, como una formación personal, como una entrega de sabiduría para la vida.
Este desafío cotidiano aludido antes aludido, debe integrar estos conceptos y lejos de exigirnos ser sabios o santos, a lo que nos anima es: a ser mejores personas, a amar y defender la verdad, a cultivar nuestras cualidades personales y ponerlas al servicio de los demás, a buscar nuestra felicidad y a hacer que los demás también lo sean, a respetar a nuestros semejantes, a medir consecuencias (reflexionar), a que nuestro bien propio se identifique con el bien común, que lo que sea bueno para mí sea bueno para todos, a ser justos, fuertes ante la adversidad, en definitiva a ser hombres y mujeres de verdad.


Santiago de Compostela, invierno del 2006.

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