miércoles, octubre 25, 2006

LA VERDAD Y LOS PREJUICIOS


Si quisiera escribir un libro, debería estar seguro de que lo que voy a escribir debe ser válido y verdadero. En estos días esta exigencia se transforma, a los ojos de nuestras sociedades, en una dificultad casi infranqueable, en una quimera. Afortunadamente puedo decir a mi favor, que no es por el hecho de que no esté seguro de lo que pienso, digo o escribo, sino por la posibilidad de que esa tesis en poco tiempo sea superada. De lo anterior, nace la necesidad de continuamente tener que estar justificando los nuevos postulados, pensamientos y premisas. Caería sin duda en dificultades de las cuales podría salir airoso, pero luego de un buen cúmulo de palabras y explicaciones. Esto que juzgo óptimo, sucede por el hecho que mi pensamiento está en constante cambio, reformulación y como diría K. Popper, falsación. Y esto es así por causa de que siempre busco la verdad. He ahí mi norte.

A mi modo de ver, someter al pensamiento a continuas pruebas de calidad en su consistencia y despojarlo de sus antiguas ropas es un ejercicio necesario, sobre todo en estos tiempos donde el abanico más grande para elegir es el de la información y el de los medios de información. Somos nosotros mismos quienes debemos decidir muchas veces que es lo verdadero y que es lo que no. Esto es por supuesto, mil veces preferible a que nos digan que hoy ha muerto la verdad: a creer en la nada. Ahora bien, muchas cosas de las cuales voy a decidir y juzgaré verdaderas o falsas, buenas o malas, van a depender directamente de mis pre-juicios. Así es, muchas veces la verdad está ante nuestros ojos pero no la queremos aceptar porque la dijo éste o la dijo aquel, porque vino éste o de aquel lado. Muchas de las cosas que creemos y de las cuales damos certeza, es solamente producto de nuestra ignorancia y de lo que es peor, de nuestros prejuicios. Tener prejuicios es justamente elaborar un juicio previo sin tener ningún antecedente, juzgar a priori.

Los antiguos griegos decían que la verdad era una aletheia un des-velamiento, un des-ocultamiento, un des-correr, un des-cubrimiento. La verdad era algo que estaba ahí pero a la cual había que quitarle los velos que la cubrían y que no dejaban verla en su espectacularidad. Esta verdad para los griegos era el ser y el ser se develaba en el decir, a través de la palabra, y mejor aún en el diálogo. Mientras dialogo con los demás (con mis alumnos, con mis maestros, con mis colegas) mientras la palabra habita en mi conciencia y se hace discurso perfectible, mis tesis van perdiendo validez pues no me había percatado que me faltaba quitarle un velo para que fuera más evidente. Había algo que la cubría, algo que yo decía, que no dejaba que se manifestara en su espectacularidad para la contemplación de su evidencia, probablemente era algún prejuicio. Ese es, sin duda, uno de los grandes errores de los hombres y sus discursos: muchas veces lo único que hacen es entorpecer lo que es evidente, es cubrir de velos la verdad, es echarle lodo a la verdad. Muchas veces estos velos, estas cubiertas se desintegran con la palabra precisa, el razonamiento informado y reflexivo adecuado. Muchas veces estos velos están hechos de prejuicios, de la irracionalidad, sí. Juzgar algo sin tener antecedentes previos, es irracional. Esto también se extiende a juzgar cada particularidad con un juicio universal sin antecedentes válidos para cada una de las situaciones. Estos son, sin duda, los velos más gruesos y más pesados que impiden ver la espectacularidad de la verdad.
Santo Tomás de Aquino decía que había que aceptar la verdad, venga de donde venga, que lo importante es que es verdad y como en la verdad no hay error, no importa quien la posea, pues si es efectivamente verdad no será contaminada, ni corrompida, ni por el tiempo, ni por las circunstancias sociales ni económicas, y por lo tanto tampoco por quien la poseía. El amor a la verdad de Santo Tomás de Aquino nos invita a eliminar los prejuicios que no nos dejan contemplar la verdad. Nos invita a superar la mera opinión desinformada, esa que escuchamos por ahí, de mala fuente, que escuchamos a medias, que no sabemos bien de que se trata, pero que repetimos porque hay que decirla, porque todos la dicen, porque la escuché en la tele. El saberse pre-juicioso y re-conocer nuestros pre-juicios es tal vez el primer paso que nos libere de ellos.

La razón usada rectamente nos lleva a la verdad, esto quiere decir orientada por Bien Común y la Universalidad. Las piedras con las cuales tropieza la razón, son aquellos prejuicios que son tradición y que están arraigados en nuestras conciencias y que juzgamos verdaderos, cuando en realidad muchas veces no sabemos ni siquiera de que se tratan.

Ojo con los prejuicios que no nos dejan ver el sol aunque nos estemos muriendo de calor.

ACERCA DEL MÁS SABIO ENTRE LOS SANTOS Y EL MÁS SANTO ENTRE LOS SABIOS (En conmemoración del onomástico de Santo Tomás de Aquino, 28 de enero de 2006)


Podría comenzar diciendo que en un artículo de esta naturaleza es imposible resumir la vida y obra de Santo Tomás de Aquino, lo cual en efecto es absolutamente cierto. Ahora bien, es menester aclarar que ese no es mi afán, y justamente por esto y para no tener que comenzar con una disculpa, resolveré que puedo hacer entonces bajo estas circunstancias; teniendo en cuenta que celebramos el día que el calendario católico le ha dado como onomástico al “Doctor Angelicus et Universalis” (28 de enero). En razón de lo anterior puedo hacer un recuerdo del hombre que ha inspirado a un gran número de profesores, alumnos, intelectuales, y profesionales de todos los ámbitos del saber, a hacer carne un hermoso proyecto de currículum oculto, de filosofía educativa y de pedagogía perenne contenida en su genial vida y obra. Aún así, sin duda quedaré en deuda.

Datos históricos

Hijo menor de los ilustres Condes de Aquino, nace en Rocasecca el año 1225 Tomás de Aquino. Desde pequeño recibió una privilegiada Educación en el Monasterio Monte casino, como era la costumbre de la época dedicada al vástago de las nobles familias. Luego cursó en Nápoles las humanidades y la filosofía. Realizó clases en la Universidad de París, enseñó en Orvieto, Roma, Viterbo y finalmente organizó los estudios de la ciudad de Nápoles, antes que la muerte lo encontrara en Fosa Nova camino al II Concilio Lugdunense.

El papa Juan XXII le canonizó el año 1323. Luego el papa Pío V le dio el título de “Doctor Angelicus” en 1567. El papa León XIII le nombró “Patrón de las todas las Escuelas y los estudios católicos” en 1567. Pío XI le añadió el título de “Doctor Universal” en el sexto centenario de su canonización y por último, nuestro Juan Pablo II escribió la encíclica “Fides et Ratio” aludiendo al principio de síntesis fundamental del pensamiento de Santo Tomás de Aquino, a saber, la armonía entre la fe y la razón “… que son como las dos alas del espíritu con las cuales este se eleva a la contemplación de la Verdad”.

Santidad y sabiduría. El Hombre es capaz de Dios.

El hombre en su constitución fundamental es una unión de cuerpo y alma que lo constituye en una unidad substancial. Su alma intelectiva es la superior entre las creaciones del universo, definida por el entendimiento y la sabiduría en tanto virtud humana.
“Todos los hombres tienen por naturaleza al saber” dice Aristóteles en la primera frase de la “Metafísica”, de ahí confirmamos la inclinación natural del hombre al saber, y su vez esta inteligencia que le define, le permite por un lado conocer el Bien y la Verdad. Por otro lado le es permitido, de acuerdo a su antropología conocer y alcanzar el Bien supremo que es la Felicidad, radicado en el potencial intelectual y afectivo del hombre, o sea, el en amor voluntario, el conocimiento de la Verdad y la práctica bien común. Ésta constitución humana, guiada por la recta razón, le permite al hombre ser perfecto en cuanto hombre y por ende conocer al Supremo Creador.


Virtudes cardinales. La virtud intelectual y la moral en general.

La Educación permite al hombre llegar a su estado perfecto en cuanto hombre, que es el estado de virtud. Entendemos como virtud un hábito operativo del bien, una habitual cualidad personal y/o espiritual que puede ser aplicada en el ámbito social y laboral. El bien que tiene ante sí la libertad humana para cumplirlo, es precisamente el bien de la virtud. Santo Tomás distinguía las virtudes menores y las virtudes cardinales, de estas últimas se desprendían todas las demás y son las siguientes:

Prudencia: es la virtud guía e intelectual por excelencia, y consta en tener la capacidad de hacer juicios adelantados acerca de las consecuencias de nuestros actos.
Justicia: es una virtud eminentemente social que regula este orden y consta en tener el criterio suficiente de darle a cada uno lo que merece, lo que le corresponde según sus méritos.
Fortaleza: es la capacidad de la voluntad que tiene el hombre de enfrentarse al dolor
Templanza: esta virtud armoniza el interior del hombre estableciendo el bien en relación con el ímpetu y la concupiscencia.

La única manera de cultivar la virtud es a través del ejercicio constante y repetido hasta que se convierta en un hábito. Así, por ejemplo, de la única manera que puedo ser un hombre justo es ejercitando la Justicia, haciendo actos justos.
El desafío tomasino cotidiano. La Persona, la Familia y la Educación.

La filosofía tomista en fundamentalmente una reflexión acerca del hombre y su conciencia ante Dios. Una reflexión acerca de las relaciones sociales basadas en el respeto por la persona, por su dignidad, su irrepetible singularidad, su apertura e intimidad.
Una reflexión acerca de la concepción política sustentada en la natural inclinación humana por congregarse, y en este espíritu, la constitución de la familia como la institución social en la cual se aprenden -y se aprehenden- de manera natural las virtudes. En razón de lo anterior, entendiendo que si por naturaleza todos los hombres tienden a vivir en sociedades, (según el planteamiento escolástico aristotélico-tomista) la agrupación o la congregación es querida por Dios, por lo tanto es buena y agradable, por lo que debemos procurar que nuestra primera institución se oriente a estos calificativos.
Así también, y conteniendo nuestro quehacer, la Educación se nos presenta como un proceso vital de información, pero aún más y mejor, como una formación personal, como una entrega de sabiduría para la vida.
Este desafío cotidiano aludido antes aludido, debe integrar estos conceptos y lejos de exigirnos ser sabios o santos, a lo que nos anima es: a ser mejores personas, a amar y defender la verdad, a cultivar nuestras cualidades personales y ponerlas al servicio de los demás, a buscar nuestra felicidad y a hacer que los demás también lo sean, a respetar a nuestros semejantes, a medir consecuencias (reflexionar), a que nuestro bien propio se identifique con el bien común, que lo que sea bueno para mí sea bueno para todos, a ser justos, fuertes ante la adversidad, en definitiva a ser hombres y mujeres de verdad.


Santiago de Compostela, invierno del 2006.

EL MISTERIO DE LA MUERTE


El tema de la muerte ha sido objeto de reflexión y ha interesado a la filosofía a través de muchos pensadores desde distintas posiciones del pensamiento. A continuación señalaré algunas sobre las cuales se puede sin duda profundizar a través de sus comentarios.

La Filosofía tiene como objeto de reflexión el hombre y todo lo que a este le acontece, todo lo que a este le afecta, y la muerte es un misterio que le es intrínseco, pues el hombre por el solo hecho de estar vivo la muerte le afecta; la suya y la de los demás, pues ve por experiencia de los otros, la propia muerte.

La muerte se vive indirectamente, pues se vive a través del prójimo, ver al otro muerto, y saber que en esta vida jamás veré otra vez, su cuerpo animado. La muerte hace aparecer el cadáver. Con todo, el cadáver es más que una cosa inanimada y solo se comprende desde la vida. En rigor podríamos decir que el misterio de la muerte no ha sido revelado en su totalidad al hombre, pues no conocemos la muerte, sino que solo cadáveres.
La muerte se presenta como el fin de la biografía humana, la muerte es una presencia continua en la vida humana. La muerte no es solo un “término” al que nos encaminamos, sino una realidad que opera en nuestro interior desde el primer instante de nuestra existencia. Morir no es una confrontación con la muerte o encuentro con la muerte, la muerte está ahí siempre, no se presenta, pues como no es de aquí, no se ausenta. En sentido estricto nos caminamos hacia la muerte, la muerte está detrás de nosotros y nos “elige” en cualquier momento.

La muerte nos agobia porque es el fin, es la paradoja de saber la suprema posibilidad de la existencia y no poder remediarla, conocer su silueta, no su forma, ni su fondo a cabalidad, justamente porque es un misterio y a los hombres les cuesta respetar los misterios; creemos que todos son problemas con solución. El misterio por definición no tiene solución, que se presenta como paradoja, pues la muerte es íntima al hombre.

Lo agobiante es saberla como un irremediable, que es un destino que no podemos controlar, que es la extinción del yo, de mi propia personalidad, de los que amamos, después de eso: la ausencia absoluta del yo.
La muerte nos angustia porque no la podemos controlar, no la podemos analizar ni hacer proyectos en ella, después de la muerte surge la incertidumbre, la conciencia se apaga, se acaba el mundo y lo material se corrompe, mi preciado cuerpo se desintegra.

La muerte le es natural a la vida, al igual que el nacimiento, ambos son recíprocos e inversos. Todos nuestros actos biológicos (comer, dormir, respirar) nos evitan de manera directa o indirecta morir, pero la muerte siempre se impone sobre nosotros.

La muerte no es algo accidental que le llega desde fuera, la muerte no es una noticia que pueda sorprendernos, es un ingrediente principal y constante de nuestra vida. La muerte es algo que sabemos junto con sabernos, la muerte es un conocimiento que nos viene junto con la intuición de la certeza de que existimos, es la posibilidad suprema en la existencia humana, de mi existencia humana: nadie puede sustituirme en el acto de mi muerte, pues nadie puede sustituirme en mi existencia, es mía: mi vida, mi muerte, es personal, única.

Recapitulemos y agregemos,

  • La muerte es un misterio. La vida es un misterio que se devela con la muerte. La muerte no es un problema que pueda ser resuelto, es un misterio en el cual estamos inmersos: metidos y comprometidos. (distinción marceliana entre problema y misterio)
  • Querer mi propia muerte: El suicidio. A. Camus (el único problema real de la filosofía y que vale la pena discutir, señalaba el francés), E. M. Ciorán (lo importante en el suicidio señala el rumano, no es matarse, sino saberse perfectamente libre para hacerlo. Lo importante no es el suicidio, sino el saberse libre) , Séneca (el estoico nos señala que grande de espíritu es el hombre que es capaz de inventarse una muerte diferente a la dada), A. Schopenhauer (el romántico pesimista alemán nos señala que el suicidio es inútil si queremos escapar de la esclavitud de la Voluntad, que en Schopenhauer viene a ser una suerte de nóumeno kantiano. El suicida no es que odie la vida, sino que no acepta las condiciones que esta le impone, no es que quiera morir, sino que en realidad quiere una vida que no se identifique con el dolor. El suicidio es la intención de poner fin a la esclavitud de la Voluntad, pero al suicidarse se sigue deseando otro estado distinto al del sufrimiento)
  • “Toda vida es un fracaso”: Unamuno (“Cartas”, la temporalidad como lo inasible como lo incontrolable al igual que la muerte “el tiempo incontrolable y la muerte inexorable”, la conciencia de la finitud como realidad, la espera de la muerte, la esperanza en la vida eterna)
  • El dolor puede ser definido como un daño consciente, es decir, junto con la sensación de dolor hay una conciencia de que se está padeciendo dicho mal. El sufrimiento se refiere a un dolor interior.
  • El hombre sufre porque su vida implica la posibilidad cierta de verse afectado, tanto física como moralmente, por distintos males. El sufrimiento es parte integrante de nuestras vidas.
  • Se debe comprender que la felicidad en este mundo no implica una vida puramente placentera y libre do todo sufrimiento, sino que quien es feliz, lo es aún enfrentado y otorgándole un sentido al dolor.

    Otros autores


Francisco de Quevedo (Madrid 1580-1645) dice: Ningún hombre muere de repente, ¿Cómo podría morir de repente quien desde que nace ve que va corriendo por la vida y lleva consigo la muerte?
¿Por qué cuando se trata de la muerte hacen falta filósofos para recordarnos lo que ya sabemos?

Jean-Paul Sartre (París 1905-1980) "(...) porfiaba contra el sentido común diciendo que rechazaba la muerte con todas sus fuerzas; no le producía sino repulsión, indignación y rebeldía. No le sirvió al final. Cuando murió, los parisienses le rindieron un homenaje espectacular, enormes columnas de personas acompañaron el funeral. A un niño que seguía el interminable desfile alguien le preguntó de qué se trataba. El niño habría contestado: “Une manif contre la mort de Sartre” (Una manifestación contra la muerte de Sartre). El filósofo no derrota la muerte pero deja discípulos".(Carla Cordua, Cabos Sueltos)

Esta velada preocupación, casi tabú, (se evade porque es un misterio, el hombre no lo puede resolver es un seguro sufrimiento que no puede controlar) llena de angustia al hombre, el afán de escapar de la muerte llena al hombre de una sorda inquietud, de aquí nace la angustia radical del hombre: la permanente amenaza sobre la existencia del hombre, la pérdida total de la existencia, el saberse finito, vulnerable, el saberse mortal.

El hombre común trata de ocultarse la muerte en lo posible; se dice: La muerte llega, ciertamente, pero por lo pronto no. Con este “pero…” el hombre niega su certeza de la muerte, certeza dada al caer en cuenta de su existencia. El hombre encubre así, lo peculiar de la certeza de la muerte: que es posible en todo instante. Es por eso que Martin Heidegger decía: “Cuando nacemos ya somos lo suficientemente viejos para morir”, la muerte esta siempre con nosotros, no se encuentra al final del camino, está en todo momento. El pasado es lo que ha desaparecido ya, el presente es la fuga perpetua delante de esta muerte que nos pisa los talones.
El hombre, según este mismo autor es un “ser-para-morir”. También el animal camina inexorablemente hacia la muerte. Pero el sentido trágico de la existencia del hombre radica en que para él ese avanzar es consciente, el hombre tiene conciencia de la muerte, sabe que va a morir.
Es vital comprender que el sufrimiento en general no es un hecho extraño, sino más bien una posibilidad cierta del hombre en virtud de su naturaleza por lo tanto es menester comprender también que lo importante no es evitar el sufrimiento sino darle un sentido, una posibilidad de crecimiento.

“Ahora bien, es evidente por lo dicho anteriormente que la tristeza proviene de un mal presente, el cual, por lo mismo que es opuesto al movimiento de la voluntad, agrava el ánimo, en cuanto le impide disfrutar de lo que quiere” (Santo Tomás, Suma Teológica I-II, q. 37, a.2).

Ahora bien, ¿Qué hacer frente a esta angustia? Y a la muerte en particular, ¿Cómo superarla?: nos aventuraremos a dar una respuesta: enfrentándose a la muerte; a través del conocimiento, la vivencia, tratar de conocerla, aunque en rigor se presenta como poco probable por su condición de misterio. Desde la Filosofía de Santo Tomás de Aquino podemos decir que, así Dios en su amor infinito ha ido revelando lentamente al hombre, a través del tiempo que la muerte no es lo último en la vida del hombre, sino que existe una “resurrección de los muertos”. ( Pues requisito para resucitar es estar muerto…)
Ahora bien, solamente Dios nos puede dar una respuesta frente al misterio de la muerte, que en sentido estricto no es un problema, sino un misterio. De esto podemos decir que tal como Cristo conoció las amarguras de la vida y de la muerte, las asumió y así nos ha revelado el sentido de la vida y de la muerte y la forma en que debemos afrontarla, con confianza en la promesa, la muerte debe ser para nosotros como para Jesús una forma de asumir la vida. Así Jesús nos dio una enseñanza acerca de la muerte, que podemos convertir la fatalidad de la muerte en libertad.

Mensaje para los futuros profesionales de la salud

Así ustedes, en razón de lo anterior, pueden sentirse llamados a compartir y a tomar en sus manos el último instante de sus pacientes, con respeto con responsabilidad, y con la mayor entrega posible. En una primera instancia sabemos que deben hacer todo por el bien común de sus pacientes y sus familias, de preservar y salvar sus vidas, que no es poca responsabilidad, pero si por circunstancias ajenas, por voluntad divina, pero nunca por descuido, falta de trabajo o dedicación, un paciente pierde la vida mientras ustedes lo asistían, deben recordar la enseñanza de Cristo que la muerte sea una liberación, ayudar a hacer más digno el último momento, ustedes no tendrán la vida de esa persona en sus manos, tendrán el último instante de su vida y ustedes deben ser capaces de hacerse cargo de él con valentía y con fuerza y con la convicción que están dando lo mejor de ustedes, teniendo en cuenta que ninguna muerte es anónima, toda persona es digna y tiene un nombre y ustedes han adquirido el compromiso de acoger los últimos momentos de vida de los pacientes. Cada momento final tiene un nombre, una historia, una biografía y ustedes asisten al último momento. Asistir al último momento no es un fracaso, la muerte no es un fracaso: el único fracaso es el olvido.

lunes, octubre 23, 2006

ACERCA DE LA TOLERANCIA


Junto a las nuevas acciones, a las nuevas circunstancias sociales, a las nuevas dependencias que nos ofrece el mundo, surgen también nuevas actitudes, ciertas maneras de cómo enfrentase adecuadamente a estas nuevas situaciones.

Desde la caída de los ideales que sustentaban el gran proyecto de la Modernidad, (la Razón divinizada, el progreso económico, el poder absoluto del Estado y los grandes relatos, entre otras) y con el advenimiento de lo que hoy entendemos como postmodernidad, aparecida a partir de los años 60’, surge una serie de nuevas maneras de enfrentarse a la realidad de parte de nuestras sociedades y sus miembros. La multiplicidad de discursos que quieren legitimarse, la multiplicidad de los juegos de lenguaje, ciencias particulares, verdades relativas, particulares o circunstanciales, subjetivismo, interpretaciones, relativismo ético (derivado de uno epistemológico) hacen aparecer maneras distintas de interpretación y de enfrentamiento a la realidad. El hombre al enfrentarse a esta nueva circunstancia social quiere hacerlo bien, es su deber hacerlo bien, es por eso que junto con estas nuevas situaciones ético-sociales, aparecen nuevas cualidades humanas, virtudes, maneras óptimas y correctas de enfrentarse al mundo, como también aparecen nuevos vicios. Entre las cualidades que han aparecido en los últimos veinte años y que más se ha destacado en nuestras sociedades es la tolerancia. Bien entendida significa respeto a la opinión de otra persona que defiende su interpretación de la realidad, que defiende su discurso, o lo que él entiende como verdad, su verdad. Con mucha preocupación veo que la tolerancia en nuestras sociedades se ha malentendido. Pregunto: ¿Se toleran solo las opiniones o también las acciones?, ¿Existen opiniones y acciones intolerables?, ¿Caemos en una falta de educación si no toleramos lo incorrecto?, ¿Se me tildará de intransigente si no tolero opiniones, actitudes y actos que van en contra de valores últimos y fundamentales?, ¿Se debe tolerar a los intolerantes?, ¿Todo se debe tolerar?

En razón de lo dicho más arriba sin mucho andar, se puede entender la tolerancia en un sentido de relativismo o de que todos valen igual, pues es un signo de modernidad (o de postmodernidad) aceptar todos los planteamientos y todas las actitudes, todas las opiniones deben ser escuchadas y respetadas, de ahí se entiende que por eso todas las opiniones valen y que es un signo de intolerancia no aceptar las que están erradas, pues ese error que veo es solo desde mi percepción y subjetividad o como dijo algún farandulero funcionario suelto: “todo es producto de su imaginación”. En razón de lo anterior se relativiza todo, por lo tanto no hay bien ni mal, ni bienes mayores ni menores, todo depende del cristal con que se mire, todo depende de las circunstancias, depende, todo depende… ¿Entonces, para qué exigir a las personas, a las sociedades, a nuestros alumnos ser mejores personas y mejores profesionales si en un mundo tolerante sus mediocres y erradas opiniones serán aceptadas con respeto y serán legitimadas sus acciones? Todo, gracias a que les ha tocado la suerte de vivir en un mundo reglamentado por la tolerancia. Cuando la tolerancia se malentiende se transforma en igualitarismo y cuando entramos a un mundo igualitarista, la exigencia, la bondad y la verdad pierde todo sentido, pues todo vale. Si todo vale, cualquier exigencia ética, académica o profesional pierde su sentido y para nosotros los educadores, este fenómeno se nos aparece como un fantasma que imposibilita la excelencia educativa, pues sobre la base de lo anterior, exigir excelencia no tiene sentido en un mundo en el cual todo vale y todo se tolera.

Ojo con los caudillos de la tolerancia a ultranza que toleran cualquier disparate.
Ojo con la tolerancia cuando se mal entiende y se transforma en igualitarismo y en relativismo, porque al final del día nos van a tratan de convencer de que toleremos lo naturalmente intolerable. Por ejemplo, ofender a otro es, naturalmente, un acto de irracionalidad que todos los hombres de todos los tiempos han reconocido como malo y por este motivo, no debiera ser considerado como un acto humano digno del hombre, por lo que en consecuencia no debiera ser tolerado. No me pidan que sea tolerante con las ofensas y las faltas de respeto.

Ojo con la tolerancia mal entendida, que podemos perder todo punto de referencia y terminaremos desconociendo que es lo que se puede tolerar y que es lo que no.

domingo, octubre 22, 2006

Primer Congreso nacional de Educación Católica


La Conferencia Episcopal de y su área de Educación reunieron a más de 1500 personas en este Congreso que concluyó con aportes significativos para las instituciones católicas de nuestro país.

Comentarios filosofía, ética, familia, educación

Estimados amigos,

A disposición un espacio para comentar temas de la moral postmoderna a partir de las circunstancias sociales de nuestras sociedades, a fin de comentar los cambios epistemológicos y morales de las personas sobre la base de la filosofía y la sociología.

Benedicto Vidal Ruiz