lunes, noviembre 27, 2006

¿EXISTE LA AUTORIDAD MORAL?


El gran desafío del quehacer educativo actual es saber el tipo de sociedad y al tipo de hombre que se debe educar. Bien es sabido que nuestras sociedades actuales sufren constantes cambios económicos, políticos, sociales que conforman las circunstancias que rodean al hombre y le hacen actuar. El profesor y las instituciones educativas, deben tener la claridad de la existencia de estos cambios y los motivos que procuran que los sujetos los propicien. La fortaleza de las instituciones educativas, está en mantener una filosofía de la educación firme en sus fundamentos, una filosofía que no se derrumbe, ni con los nuevos gobiernos, ni con la sociedad de libre mercado, ni con la globalización, ni con la ideología de la desvinculación. En conclusión, la filosofía educativa de las instituciones de educación, debe apuntar a lo fundamental en las personas, lo esencial, lo perenne, lo que no cambie ni con las circunstancias sociales, políticas, ni económicas. La filosofía educativa debe tener una autoridad intelectual y moral. La filosofía educativa debe ser no solo información, si no que formación. Todo médico sabe hacer un aborto, pero solo algunos saben si es correcto realizarlo o no; la pregunta ética les queda grande.

La formación de nuestros alumnos y de los jóvenes de nuestras sociedades, no puede cambiar según los vientos de las circunstancias sociales; debe fundarse por lo tanto en una autoridad moral constante, que no deba desdecirse cada vez que nuestras sociedades cambien sus líderes.

En mis tiempos de Universidad, una de mis profesoras de filosofía nos decía que atacar al hombre por sus acciones y no por sus ideas era una falacia ad hominem, un argumento falaz en el cual se juzga a la persona por sus acciones, y que por el contrario debería ser juzgada por sus ideas. Para la validez o falsedad de este argumento tenemos dos posibilidades: a) si tenemos en cuenta que la verdad está no solamente en la palabra sino que también en la acción, o sea en una adecuación en el sentido estricto del término, el argumento de mi profesora sería falso. b) Si tenemos como premisa válida: haz lo que digo, haz lo que pienso, pero no hagas lo que hago, el argumento de mi profesora tendría razón. En definitiva esta última posibilidad nos dice: sigue mis ideas pero no sigas mis ejemplos.

Lamentablemente, tenemos la costumbre de actuar de maneras distintas según el lugar o la circunstancia en la cual estemos. Aparece en nosotros una especie de esquizofrenia con egos irreconciliables, una suerte de estratificación de la conducta, una incongruencia entre el ser y el parecer. Al reflexionar acerca de esta situación, surgen interrogantes como: ¿Existe la autoridad moral? ¿A quién debemos exigirles autoridad moral? ¿En todas las profesiones, tanto como una autoridad intelectual, deben sus profesionales tener una autoridad moral? ¿Si un profesional tiene una autoridad intelectual dada por grados académicos, la autoridad moral pasa a segundo, o tercera prioridad? ¿La autoridad moral, es una autoridad de segundo grado, ante la intelectual? ¿La autoridad moral corresponde a la vida privada y no tiene nada que ver con el desempeño laboral? ¿Hay profesionales, que por la naturaleza de su trabajo, estén liberados de ser ejemplos de una autoridad moral? ¿Una eminencia universitaria mientras sea todo lo brillante que es, poco importa su conducta moral? Una persona mientras sea bueno en lo que piensa ¿no importa como sea su conducta? Podríamos seguir.

La ética nos enseña que aprenderemos lo que debemos hacer haciéndolo. Lo que hagamos será evaluado por nuestra conciencia moral, la cual emitirá un juicio moral. Eximiendo a los juicios lisiados, las personas que cumplan roles educativos, políticos y sociales, deben tener cualidades intelectuales y morales. Las cualidades intelectuales en los profesionales son virtudes, o sea hábitos operativos del bien; de lo que podemos concluir que toda virtud es buena, de lo contrario sería un vicio. Si todo profesional tiene estas cualidades intelectuales, quiere decir que puede distinguir lo éticamente correcto de lo éticamente incorrecto, por lo tanto puedo exigirle una autoridad moral o que se conduzca habitualmente de manera éticamente correcta.

La sociedad debe exigir a los profesionales de la educación, las autoridades políticas y sociales en general, que si conocen la manera éticamente correcta de actuar, deben actuar según ese conocimiento que poseen. El bien debe ser comunicado. Solo así tiene sentido cualquier autoridad.

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