domingo, octubre 07, 2007


No hay nada más importante
que la capacidad que tengo
de convertir pensamientos en quebrantos (…)


Benedicto Vidal Ruiz


La biblioteca de Deleuze

A veces pienso que no soy más que un coleccionista y que mi vocación de asertivo puede confirmarlo, esa vocación de alguna vez dar con los ejemplares precisos; además de mis escasos interlocutores, quienes tal vez podrían por virtud, alguna vez, comprender este modo de ser y particular manera de elegir y acumular.
Esto de la colección y la asertividad me trae a la mente una anécdota de todo mi gusto y que hace, a propósito, sentirme en ella representado. Un día Deleuze es visitado por un periodista, el cual tuvo el privilegio de conocer la biblioteca del pensador. Al ver una sala llena de estantes, que llegaban al techo, repletos de libros en tres de sus cuatro murallas, el periodista pregunta muy sorprendido: ¿Señor Deleuze y usted ha leído todos estos libros? A lo que éste responde: ¡No!, solo tres o cuatro, pero con mucho detalle.
Casi todos, salvo un par de anacoretas, siempre esperan la moraleja de las historias para repetirlas a gusto, los que estarán sin duda esperando ésta. Seré condescendiente y me aproximaré a alguna reflexión. Podría entonces decir que se reflexiona acerca de lo que se apetece, de lo que se quiere, de lo que se desea, por lo tanto de lo que se entiende, de lo que se elije, no necesariamente de la totalidad, lo que no quiere decir que no sea bueno tenerla mano para de vez en cuando se necesite, o mejor dicho, para ser fiel a esta reflexión: para cuando se quiera asirla y destruirla.

La totalidad sin duda nos da un confort, un respiro, una tranquilidad, una certeza, una sensación de que lo tenemos todo a la mano, que el todo está ahí, que no falta nada, que todo está completo y en su lugar, es un sentimiento se seguridad frente a la incertidumbre de la existencia. Ahora bien, sobre la base de lo anterior concluyo que no siempre necesitamos del todo, sino como Deleuze de tres o cuatro cosas, pero en profundidad y con detalle.
¿Que más se podría desprender de lo anterior?
A) Que de la totalidad de las cosas muy pocas son importantes.
B) Que hay que dedicarle exclusividad y entrega a esos importantes.
C) Que hay que saber elegir.
D) Que no hay que encandilarse con la relevancia
E) Que la totalidad no es necesaria, si es que se sabe lo que se quiere.
F) Que Deleuze era un mal lector.

Que el respetable elija la alternativa que le parezca más apropiada, antes que aparezcan preguntas del tono de ¿Qué es lo importante? O ¿Cómo saber que es lo importante? Obviamente no entraré en esos cuestionamientos.




LA SOLEDAD Y EL COMPROMISO


En razón de lo anterior, hemos sacado en limpio que tenemos un sentimiento de querer someterlo todo y de tener una gran biblioteca, para sentir la seguridad de tener el saber a la mano, aún cuando hayamos leído tres o cuatro libros de su totalidad. Por último y para empezar a desarrollar lo que me interesa diré que hay entonces, siguiendo esta metáfora de biblioteca, tres o cuatro cosas importantes en la vida. Para mí una de ellas es la soledad. Déjese todo sentimiento relacionado exclusivamente con lo afectivo y los sentimientos lastimeros para abocarse a lo provechoso en la reflexión, del estado de soledad.
La soledad es una instancia de reconocimiento, luego de estar inmerso en un agobio de la multitud (o de la juntitud que es peor). Es un momento para sacudirte de la mugre. La soledad en estos términos no es la ausencia de todos los demás, ni el estar consigo mismo sin estar con nadie más, sino el estado de conciencia en el cual todo pende de un hilo. La propia conciencia enfrentada al mundo.
La soledad debe presentarse como un estado de reflexión sobre uno mismo y lo demás, eso que es real y eso que es inconcebible. En los momentos de reflexo-soledad se puede caer en cuenta de lo que se esconde, de la opacidad, de lo que está ahí, pero no se ve, porque la luz que está sobre lo real, nos encandila, y no deja ver nada más. La soledad es una instancia para pellizcarse y plantearse a ver eso que está en penumbras y no señalado, poder conocerlo, penetrarlo, admirarlo. La soledad insiste en la reflexión, es un instante de silencio, que te invita a pensar. Lo difícil es el silencio, el estar enfrentado a uno mismo, pues la conciencia siempre es conciencia de algo, en la soledad es conciencia de sí mismo y del mundo, en tanto objeto de reflexión. Esa disposición del ánimo y de la conexión con uno mismo, hace posible el enfrentamiento con las certezas, con las ideologías y con las creencias. Justamente eso de tener lo pies bien puestos en el cielo.
“La soledad si que es capaz de generar deseos que no se corresponden con el sentido común o con la realidad” (Roberto Bolaño, Entre paréntesis, pág. 44) ¿Para que he citado a Bolaño? Pues para representar que justamente lo que la conciencia busca en la soledad es liberar el deseo de encontrar y conocer la irrealidad. El sentido común, que es el sentido que se desarrolla sobre la base de actuar haciendo justa y precisamente todo lo que creemos, y que consta en creer todo lo que creemos, es lo que nos permite, repitiéndolo al pie de la letra, demostrar que no estamos locos, o que si lo estamos podemos disimularlo perfectamente, sin causar la menor sospecha.
La soledad provoca a la conciencia el deseo de escapar por un momento del sentido común, la soledad en tanto pedagoga nos enseña el arte de la fuga.
La soledad plantea la posibilidad de reflexión, y ofrece la pregunta ¿y si no fuera cierto? La duda fundamental, nos anima a mirar lo opaco, la bruma, nos tienta a la oscuridad, esta tentación que es inconcebible para nuestros cimientos, para nuestra certeza, para nuestra realidad. Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja a que el hombre cambie o derribe sus certezas para empezar a ver la opacidad y constatar que es muy probable haya una realidad allí. Aún así creo que comenzar, en honesta soledad a reflexionar acerca de nuestros dogmas, es comenzar el camino que tal vez algún día nos libere de ellos. “Solo un espíritu con vocación de libertad tiene el suficiente ímpetu para reconocerse esclavo” (Fernando Savater, Ensayo sobre Ciorán, pág. 61)
En cambio la relevancia es luz, es camino pavimentado, alumbrado y seguro, aunque sea pura ilusión se prefiere a una verdad no comprobada, es una cama tendida y cómoda donde esperar a que pase la vida. Esta realidad de la relevancia es tan necesaria que asusta no mirarla, no seguirla, no creerla. Otro camino es la incertidumbre misma, la perdición, la desesperación de no saber a qué atenerse.
Este momento de introspección solitaria es el momento preciso para no encontrase razón en nada. Es el momento justo para destruirse revisar las piezas que te componen y tal vez tirar unas cuantas. Para reflexionar acerca de cuanto sabes de la irrealidad, de lo falso y como eso puede destruirte y hacerte de nuevo, saltando del suelo firme a lo oscuro, a lo opaco, a lo temido, a lo basureado, a lo profundamente incomprensible por su aparente falsedad, que es más bien desconocimiento.
Es un momento a estar a solas con la conciencia, pues es el yo enfrentado a ti mismo, es un instante de reflejo y ver cuanto de tu corpus es invisible, cuanto de lo que está alrededor es falso y siempre lo ha sido a la vista de todos: lo más probable que tu camino y tus manos. Es difícil ponerse en esa actitud de destructiva honestidad pues es un estado de reflexión crítica a lo que guardas, cuidas y resplandece como un tesoro.
La soledad se presenta muchas veces y con estos elementos, en un momento de auto-creación (auto-poiésis), es un momento musical, intuitivo, se reconoce el ritmo interno del pensamiento. La soledad, como decía el viejo Ciorán, “no te enseña a estar solo, sino a ser único”, a robarle algunos secretos a la muerte. Pedagoga también de la maestría en nostalgia, en eso de recorrer cada día el camino de la gran nostalgia, hacerlo tuyo, ser la nostalgia misma, para caer en cuenta que es pura ilusión del pasado y del futuro, y que lo verdadero es el presente, y que el presente no es más que azar, agobio, vértigo, elección y honestidad.
Una nueva mirada para la interpretación de la realidad es la vocación de la filosofía y parte, para mí, sobre la hipótesis de la soledad, de la soledad discursiva, podría decirse; de la propia conciencia ante el mundo. Esta soledad reflexiva sostiene también algo que es fundamental de comprender para entender esta reflexión: soledad en el sentido de que tu discurso no sea, por fuerza ni imposición personal de un grupo al cual se representa como salvador o caudillo. No imponerse en el discurso como la voz de los que no tienen voz; tal es la vocación del político, del profeta, del demagogo, no la del filósofo. He de desconfiar profundamente de quienes hablar por el bien y en nombre de la Humanidad. El nosotros suele ser sospechoso. La vocación de salvador es temer.
Cien solitarios reflexivos no forman un grupo y lejos del egoísmo, más bien la ausencia de un mismo objetivo (léase revolución, eugenesia, exterminación, dictadura o democracia). Es tal vez una intención fundamental de humildad y de respeto, si los otros no pueden elaborar un pensamiento o una certeza, peor. Pero mucho peor es la imposición. No acabo de entender ni de confiar en el representante de los demás. Me parece una sanidad mental no actuar animado por el imperativo por ser el caudillo, el portavoz de los que no tienen voz, el salvador.
La vocación del caudillo es patológica, es dictatorial, insana. Querer representar a la masa en un discurso homogéneo con elementos necesariamente representativos para todos y cada uno de los integrantes, con amigos y enemigos comunes y estos orientados todos a un mismo fin, no puede acabar en nada bueno. Los caudillos nos hacen enemigos de sus propios miedos y de sus alucinaciones paranoides.

LA DESVINCULACIÓN

La reflexión acerca de la opacidad promueve la búsqueda de la certeza personal, distinta a la propuesta que juzgamos ilusoria, básica, común, del sentido común; promueve una reflexión acerca de un nuevo modelo de interpretación de la realidad. Lo señalado es la creencia, sobre la base de la cual se asienta la creencia histórica, el mantenimiento señalado de un tipo de interpretación de la realidad. Ahora bien, con el advenimiento de lo que entendemos hoy por postmodernidad, y la caída de los meta-relato, la intelectualidad actual pretende buscar en la opacidad un nuevo discurso lúcido. La filosofía postmoderna de la disgregación revela una dispersión y una búsqueda de un nuevo camino pero en tanto oposición, ya sea por oposición o aburrimiento, a lo señalado y no necesariamente por la búsqueda de la Verdad o de la “realidad verdadera”, pues una misión de esas características en nuestra época, está destinada inexorablemente al fracaso y todo filósofo es hijo de su tiempo, aunque algunos hayan dicho nacer póstumos. La lucidez de la búsqueda en un camino en la opacidad, es básicamente percibida en sociedad como un agnosticismo, escepticismo o ateísmo recalcitrante.
El bombardeo de la ilusión en el mundo de la postmodernidad es lo único real y ha hecho al hombre definitivamente perder el camino, extra-viarse, (salirse, perder la capacidad de darse o encontrar el camino) des-encontrarse, (perderse) des-vincularse (romper concientemente el vínculo fundamental) su finalidad ya no es él mismo en tanto hombre, sino una ilusión. Niega su esencial apertura ala verdad y se manifiesta así el proceso de desvinculación fundamental, con la realidad, con la verdad, con la vocación fundamental de su existencia; ahora solo le interesa la ilusión, lo contingente, lo vano, lo mediático, lo inmediato. Es menester para estos efectos no identificar el trascendental-abstracto-absoluto (Dios) con la verdad.
El hombre ya no busca la verdad, sino lo útil y no cualquier útil, sino el útil del cual pueda desvincularse sin problemas, busca el útil desechable. Así, se deja tranquilamente llevar por la ilusión a sabiendas de que es lo contrario a la certeza, que es pura quimera. El ser y estar en el mundo se ha tornado de tal manera que se niega a la búsqueda de la verdad porque eso lo hace comprometerse, vincularse con lo esencial, que le hace reconocerse así mismo, reflexionar, encontrarse, en la insoportable instancia de la soledad, en la vinculación consigo mismo. Es imposible que se atreva a mirar a la opacidad, es el terror absoluto. Las creencias acerca de la postmodernidad versan acerca de la utilidad de la ilusión para el hedonismo (cuestión fundamental en la sociedad postmoderna: todo debe servir necesariamente para algo, la reflexión y la filosofía están desterradas, pues dan una respuesta inconcebible a la pregunta fundamental postmoderna ¿y para que sirve?) la filosofía nunca se podrá jactar de su utilidad, es por esencia inútil, pero a la vez y paradójicamente el más necesario de los saberes. En razón de lo anterior, esta reflexión, esta soledad y este compromiso son inútiles y que nadie se espante.
El que quiera algo útil, que se compre una llave inglesa.
LA CORUÑA, INVIERNO DE 2006

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