martes, septiembre 25, 2007

REFLEXIONES ACERCA DEL SENTIDO Y FINALIDAD DE LA EDUCACIÓN EN SANTO TOMÁS DE AQUINO




RESUMEN

Esta comunicación pretende reflexionar acerca del sentido y de la finalidad de la Educación desde la filosofía de Santo Tomás de Aquino. Este análisis se concentrará en la fundamentación de la necesidad de la educación moral (en tanto educación integral), y como ésta, orienta el sentido de la existencia de la persona humana hacia el fin último de la vida. Reflexionaremos acerca del estado de virtud, y como a partir de aquí se adquiere una educación para la libertad, como elementos formativos además, para el encuentro de la persona con la felicidad o bienaventuranza.


PALABRAS CLAVE

Persona humana, Formación integral, Educación moral, Estado de virtud, Libertad.



INTRODUCCIÓN

En la obra de nuestro Santo Patrono y a través del estudio en temas particulares de sus comentadores, acerca del hombre su sentido y su finalidad, podemos identificar tres estados perfectos del hombre en cuanto tal: a) el estado de perfección esencial, el cual le sobreviene por ser engendrado: su ser sustancial en una naturaleza racional le ha sido dado en la procreación b) El estado de felicidad o bienaventuranza, que se alcanza con la operación perfecta “perfección última del hombre”. En ese estado la naturaleza racional del hombre alcanza la plenitud de sus posibilidades: la felicidad en la contemplación amorosa de Dios c) y el estado de virtud, que es el estado perfecto del hombre en cuanto hombre, que le proporciona “una segunda naturaleza”, una manera nueva de ser persona, que dispone, a su vez, a la felicidad o bienaventuranza.


La acción y el proceso educativo en cuanto tal, busca esta última perfección “el estado de virtud”. Indicaremos como la educación intelectual y en particular la educación moral, logra propiamente tal este estado de virtud, y a su vez como esto significa, de cierta manera, ser educado para la libertad, disponiendo al hombre a la perfecta la felicidad o bienaventuranza.

Se sabe que Santo Tomás, nunca definió formalmente el concepto de Educación, pero existen varios pasajes en la obra del aquinate, que expresan algunas ideas, de lo que entendió por el concepto en cuestión, las cuales también han sido rescatadas por sus comentadores; indicaremos al menos cuatro:

Como una nutrición corporal (dada por el padre a los hijos)
Como una nutrición del alma. (Esta idea supedita a la anterior)
Como instrucción y disciplina. Estas ideas, lejos de tener una concepción restrictiva, el angélico entiende aquello como la enseñanza de las ciencias, la formación del carácter, o sea alude directamente a una formación intelectual y moral de la persona humana.
Finalmente la educación en un sentido amplio que incluye el mantenimiento corporal, como la formación espiritual.

Finalmente nos quedaremos con la definición de Santo Tomás, que el Papa Pío XI propone como la definición de Educación, en la Encíclica “Divini Illius Magistri”, carta encíclica acerca de la educación cristiana de la juventud.

“(…) es la promoción y conducción al estado perfecto del hombre en cuanto hombre, que es el estado de virtud”

Esta idea de Santo Tomás con respecto a la educación, indica originalmente la actividad que deben realizar los padres, luego del nacimiento de los hijos. Encontramos aquí, de esta manera, fundamentos teóricos evidentes e ineludibles para afirmar hoy, que la familia es educadora natural de los hijos, y que las instituciones educativas son solo educadores auxiliares, elegidas libremente por los padres, a fin de complementar la formación que estos han comenzado, y que en sintonía con la definición propuesta como la de Educación, en la encíclica mencionada, estas instituciones deben albergar maestros capaces de conducir y promover en el camino del estado de virtud de los educandos.

La pedagogía perenne de Santo Tomás de Aquino, radica principalmente en las cuestiones acerca de la causa material y su causa final. Lo que podemos expresar en las siguientes preguntas ¿A quien se educa? ¿Para qué se Educa? (Y una tercera que está implícita en la última ¿En qué se educa? Las ciertas reflexiones a las preguntas que se han indicado es el trabajo que hoy les propongo a la luz de la Filosofía Educativa de Santo Tomás de Aquino.

a) Persona humana (Sujeto de la Educación)

El sujeto de la educación (la causa material del proceso educativo) es el hombre que es ante todo, en el pensamiento tomista persona humana la cual goza de una serie de notas fundamentales que le hacen ser lo más digno de la creación; una inalienable dignidad natural (moral), una irrepetible singularidad, intimidad, apertura al bien y a la verdad, llamado a la trascendencia, y ha realizarse en la vocación de amar.

Para educar a la persona humana es necesario conocerla, pues no se puede amar lo que no se conoce y el aquinate nos invita a emplear la pedagogía de Cristo. Ahora bien, es por eso que el proceso de educación debe ser un proceso que oriente a la naturaleza humana a su propia realización. Es motivar y promover las tendencias naturales del hombre al bien, al conocimiento, finalmente a la armonía integral (que incluye el potencial intelectivo y amatorio) que es la felicidad. Esta realización propia del hombre se logra a través de la perfección de sus potencias espirituales, logrando alcanzar sus bienes propios, a través de sus operaciones, guiadas por el ejercicio de las virtudes intelectuales, morales y teologales, que finalmente, van a manifestar en la persona humana la verdadera educación, una educación integral, que es la perfección del hombre en los tres ámbitos fundamentales de su existencia, a través de estas clases de virtudes, que disponen al hombre: a buscar la verdad, a contemplar la belleza, a hacer el bien y a amar honestamente.

Sin embargo, sabemos que el hombre no nace virtuoso, sino que más bien tiene una indigencia de virtud, se manifiesta como el más desprotegido de todos los animales, no está inclinado de manera perfecta al bien, puesto que la virtud es una cualidad que está en potencia y que solo puede llegar a ser acto a través del ejercicio repetido, sistemático y libre de buenas acciones, para que se convierta en un buen hábito. Así, toda facultad espiritual del hombre, se perfecciona a través de hábitos buenos.

Para que los alumnos adquieran las virtudes (intelectuales, morales o teologales) deben ser, a su vez, enseñadas por alguien que los posea, sobre todo las virtudes morales, de allí se sigue que el maestro no solo debe tener una autoridad intelectual sino, y sobre todo una autoridad moral, pues nadie puede entregar lo que no tiene, y para darse hay que poseerse. Solo de esta manera, lograremos a través, sobre todo de la educación moral, que la recta razón vaya imponiéndose a los apetitos desordenados e indeterminados para conducirlos libremente al bien. Así, el hombre alcanzará definitivamente su perfección cuando todas sus potencias se encuentren adecuadamente dispuestas para efectuar las actividades que le son propias: la inteligencia en el conocimiento de la verdad y la voluntad en el deseo de hacer el bien. Con esto queremos decir que la perfección no viene por la sola tenencia de estas ciertas características generales en tanto persona, sino en que estas potencias en conjunto y armonía actúen bien; y para que estas potencias espirituales del hombre se perfeccionen, es necesaria la virtud sobre todo intelectual y moral, pues serán estas, quienes conduzcan y ordenen los apetitos sensitivos.

b) La especificidad de Educación moral (en virtudes morales)

Se hace evidente la formación en el temple del carácter, más que en la entrega de información. Se hace evidente la educación en una sabiduría para la vida, una educación sobre todo de la voluntad. Se hace evidentemente necesaria una formación, más que la sola información. Gran parte de nuestra educación, básica, media y universitaria, se ha basado en la entrega de contenidos y de información, en un adiestramiento intelectual, en un conocimiento de la historia de la filosofía, en un recitar de autores, más que en la adquisición de una formación espiritual a través de una filosofía de vida operativa. El papa Juan Pablo II ya indicaba la causa de esta situación: Con Descartes se había supeditado el esse tomista por el cogito cartesiano, y este trajo las consecuencias de la moral provisoria (del hacer como si).

La filosofía debe seguir reflexionando acerca del sentido del hombre, de su finalidad, pero basando su reflexión filosófica de la educación, en una formación integral, que incluya con gran importancia un compromiso ético, en la promoción de actitudes virtuosas, a fin que concluya en una autonomía personal que permita a la persona ser propiamente libre.

Sin embargo, nuestras ocupaciones están centradas en el ¿Cómo?, antes de tener claridad de la finalidad que queremos alcanzar. Pareciera ser que la insistencia en esta cuestión, pone de manifiesto que hemos perdido la capacidad de preguntarnos por el fin, es como si estuviéramos sumidos en una niebla que nos exige solamente preocuparnos e interesarnos por lo inmediato, por lo próximo, lo que solo está delante de mis ojos y que la vida, en definitiva, se resumiera en buscar métodos para resolver los problemas que tengo aquí delante; sin proyección, sin un sentido de la finalidad; ocupado solo de la probada utilidad de los medios. Santo Tomás de Aquino, centra gran parte de sus ocupaciones en el ¿Para qué? Lejos de ser una formulación utilitarista es teleológico, ocupado por prudencia en la finalidad del proceso. La finalidad de la Educación, en un sentido profundo se basa fundamentalmente en que la educación logre formar una persona integral, en estado perfecto en cuanto hombre; en palabras del aquinate, “Ser tal como Dios nos hizo”, que es el estado de virtud, que es el estado de perfección que le corresponde al hombre por naturaleza. Este estado de virtud (intelectual, moral y teologal) en definitiva permitirá al hombre, llegar a un estado que le dispone al hombre a conocer y actuar bien en libertad, permitiendo que pueda diseñar personalmente su vida y con su propia afirmación interna, recorrer el camino que responda a su naturaleza.

La educación ante todo, debe ser una educación moral. Se debe basar en el desarrollo de las virtudes humanas, en una formación de hábitos operativos del bien que ordenen los apetitos y perfeccionen las potencias espirituales, en un fortalecimiento intelectual y sobre todo de la voluntad. La entrega de contenidos informativos no tienen sentido, si no van acompañado del ejemplo bondadoso que erige al maestro como un modelo. De manera tal que no es necesario solamente una autoridad intelectual, sino una autoridad moral. Pues quien ve hacer el bien, tiende a hacer el bien. La educación, en su sentido más propio y último no puede proceder con la premisa de la autoridad intelectual, como falacia ad baculum (“haz lo que digo, pero no hagas lo que hago”)

Hemos dicho en gran parte que la educación en definitiva, es la formación de virtudes que perfeccionan las potencias espirituales del hombre. A continuación, indicaremos algunas características fundamentales para entender la virtud en Santo Tomás de Aquino.

Estas pondrán de manifiesto, la necesidad de entender la educación moral tomista como indispensable al entender educación.

Las virtudes son cualidades humanas que están en potencia en las personas. Son hábitos operativos del bien.

No toda virtud es moral, sino tan sólo aquella que reside en la facultad apetitiva, o sea en la voluntad, pues dispone a esta potencia, a través del ejercicio de la virtud, apetecer el verdadero bien. Las virtudes que implican rectitud del apetito son principales. Tales son las virtudes morales. Las virtudes morales consisten, en un término medio entre extremos viciosos o errados. Es un término medio en relación al exceso y al defecto, como la valentía es el término medio entre la temeridad y la cobardía, según explica El Filósofo. La virtud en sí misma considerada será un hábito bueno, es decir, un hábito que dispone al que obra para un acto conveniente a la perfección a la que está ordenada su naturaleza.

La virtud es un hábito electivo: el hábito virtuoso perfecciona a la potencia que participa de la razón para que el hombre realice libremente y no de manera mecánica, aquello que es concorde con su último fin, por eso: es posible facilitar el conocimiento de la verdad por las virtudes intelectuales y la práctica del bien por medio de las morales.
Se adquieren mediante el ejercicio continuo, repetido, sistemático y libre de un acto. Un acto bueno predispone a otro bueno, cuesta menos realizarlo.
Son conductas que provienen de una recta razón, de la conciencia orientada al bien no solo inmediato sino al bien supremo y último de la existencia: la felicidad o la bienaventuranza, (que residen el potencial intelectual y afectivo a amatorio del hombre) esto siguiendo a San Agustín pues el Obispo africano nos señalaba que “(…) allá donde no se reconoce la verdad eterna e inmutable todas las virtudes son falsas, incluso las excelentes”.

La virtud no es la supresión de los apetitos sensitivos o de las pasiones, sino es una orientación de ellas conforme a la recta razón. Así, el hombre puede gobernar esas tendencias desordenadas e incluso llegar a moderarlas hasta que se ‘conformen’ con el dictado racional.

Cada acto virtuoso es fuente de alegría y plenitud para en el ente racional.

La virtud no es ni adiestramiento, ni un mecanismo, sino por el contrario dota de una plasticidad y originalidad personal a cada una de las decisiones de la voluntad.

El hombre alcanza la plena libertad por medio del ejercicio de las virtudes. Pues se podría decir que hago lo que debo porque quiero, y sin que nadie pueda impedírmelo, así el hombre se determina a sí mismo en sus acciones, es dueño de sí.

El apetito sensitivo es un acto propiamente humano, que debe ser perfeccionado por la virtud para que obedezca a la razón. Este puede resistirse a obedecer, porque gozan de cierta autonomía y es allí donde se pone a prueba el temple del espíritu humano. Es allí donde radica el concepto fundamental de la educación en la formación moral de la persona humana, he ahí su perfección, he ahí su libertad.

Virtudes morales: (S. Th. q. 61. Solución del a.1) “Cuando hablamos de la virtud, sin más, se entiende que nos referimos a la virtud humana. Pero, según se ha dicho anteriormente (q.56 a.3), virtud humana, según la razón perfecta de virtud, es aquella que requiere rectitud del apetito, pues tal virtud no sólo confiere facultad de obrar bien, sino que causa también el uso de la buena obra. En cambio, según la razón imperfecta de virtud, se dice también virtud aquella que no requiere rectitud del apetito, porque sólo confiere facultad de obrar bien, sin causar el ejercicio de la buena obra. Ahora bien, es sabido que lo perfecto es más principal que lo imperfecto. Por consiguiente, las virtudes que implican rectitud del apetito son principales. Tales son las virtudes morales, y, entre las intelectuales, la prudencia, que es también de algún modo virtud moral, por razón de la materia, según consta por lo dicho anteriormente (q.57 a.4; q.58 a.3 ad 1). Por consiguiente, las llamadas virtudes principales o cardinales están convenientemente colocadas entre las virtudes morales”.

Las Virtudes Cardinales: (S. Th. q. 61 Solución a. 2) El número de determinadas cosas puede tomarse, bien atendiendo a los principios formales, bien a los sujetos en que se dan. De uno y otro modo resultan ser cuatro las virtudes cardinales. Efectivamente, el principio formal de la virtud, de la que ahora hablamos, es el bien de la razón. Y éste puede considerarse de dos modos. Uno, en cuanto que consiste en la misma consideración de la razón, y así habrá una virtud principal, que se llama prudencia. De otro modo, en cuanto que el orden de la razón se realiza en alguna otra cosa; bien sean las operaciones, y así resulta la justicia; bien sean las pasiones, y así es necesario que existan dos virtudes, porque es necesario poner el orden de la razón en las pasiones, habida cuenta de su repugnancia a la razón, que se manifiesta de dos modos: uno, en cuanto que la pasión impulsa a algo contrario a la razón; y así es necesario que la pasión sea reprimida, de donde le viene el nombre a la templanza; de otro modo, en cuanto que la pasión retrae de realizar lo que la razón dicta, como es al temor de los peligros y de los trabajos, y así es necesario que el hombre se afiance en lo que dicta la razón para que no retroceda, de donde le viene el nombre a la fortaleza. De modo parecido resulta el mismo número atendiendo al sujeto, pues el sujeto de la virtud, de la que hablamos ahora, es cuádruple, a saber: el que es racional por esencia, al que perfecciona la prudencia; y el que es racional por participación, que se divide en tres: la voluntad, que es el sujeto de la justicia; el apetito concupiscible, que es el sujeto de la templanza; y el apetito irascible, que es el sujeto de la fortaleza.

c) Estado de virtud (adquisición de la propia libertad y disposición para la felicidad)

El estado de perfección del hombre al que aspira no es arbitrario, abstracto, alquimista, ni voluntarista como lo pudo haber entendido Schopenhauer o Nietzsche. Sino que el angélico, entiende la Educación como una conducción y una promoción (una moción, un movimiento moral) hacia lo que el hombre realmente es. El proceso de educación es llegar a ser propiamente persona, estado de plenitud al que llegó Jesucristo dejándonos así un modelo que imitar.
La cuestión de la finalidad es fundamental en el pensamiento tomista. De esta manera el fin de una obra, debe estar clara antes de emprenderla (Antes de empezar a caminar debo saber donde quiero ir). Teniendo claridad de las respuestas a las preguntas acerca de la esencia de la causa material y la causa final, sólo podremos tener claridad de los medios que se deben utilizar, y no antes. En la claridad de la bondad ontológica del bien último, no cabrá, entonces, como medio más que el adecuado.

Diremos en definitiva que la pedagogía perenne de Santo Tomás es en cierto modo una educación para la libertad. El problema con las distintas concepciones educativas libertarias que no permiten un total desarrollo en tanto personas, es que han desprendido a la libertad de su exigencia moral y la han reducido a una pura elección de alternativas.

Bien, la finalidad a la que aspira el estado de virtud, tal como lo entiende el príncipe y guía de todos los estudios, no es un orden universal, político o social, pues no es un medio que se subordina a un orden político o colectivista, en tanto que es un proceso de la persona humana. Por otro lado, este estado de virtud no es tampoco un conjunto de reglas o preceptos, basado en el miedo o el deber ser (al estilo kantiano), sino un estado de excelencia, es lo que se ha entendido como el areté griego. La virtud es un hábito, una forma de “haberse” de poseerse, esto implica un cambo radical en la persona, pues llega a ser libre, está en posesión de sí misma. Es por eso que el aquinate compara el estado de virtud con una “segunda naturaleza” una nueva manera de ser como persona, una naturaleza casi tan esencial como con la cual nacemos (este conjunto de disposiciones naturales) puesto que es la culminación de la disposición a la felicidad y a bienaventuranza. La educación tomista promueve un cambio interior de las personas y sobre pasa con mucho, la entrega de herramientas para la resolución los de problemas de la vida, es como hemos dicho un movimiento moral hacia el Altísimo que es el Ser y el Sumo Bien. Dios, primer principio y último fin de todo el universo, por eso será continua e incesante la agitación mientras no dirijan sus pensamientos y sus obras a la única meta de la perfección, a Dios, según la profunda sentencia de San Agustín de Hipona: “Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”
(Confesiones 1-1)


La reflexión que se plantea finalmente en este trabajo, dice relación con la libertad de la cual el hombre hace posesión en cuanto tal y correcto uso en este estado de virtud. Podríamos decir en términos coloquiales que en este estado de perfeccionamiento de sus potencias espirituales que culminan en el estado de virtud, el hombre alcanza, en su sentido más propio la libertad. La educación en virtudes, permite alcanzar la libertad, en donde el hombre es propiamente persona. La libertad moral es donde mejor reluce lo específico de la persona humana, pues es el ser persona en su sentido más propio. La educación moral autorregulará las tendencias del hombre de manera tal, que se orienten de manera libre, armónica, estable y con alegría a los bienes propios, que son objetivamente buenos para él y que le permiten su promoción al este estado de perfección.

Este estado de perfección en la virtud significa en tanto perfeccionamiento alcanzar grados de libertad mayor, en un contexto de responsabilidad mayor. La libertad en tanto propiedad de la voluntad, potencia de su alma racional, es facultad del espíritu. Ser propiamente persona exige un desarrollo del espíritu, que es posible de realizar a través del correcto uso de la libertad. Lo contrario supone una perdida de la posibilidad de ser más persona, de personalizarse, de manifestar la verdad de mi intimidad a mi prójimo, a mis otros, de manifestarme como ser único e irrepetible, poniendo al servicio del bien común, mis virtudes.

Ahora bien, la libertad como propiedad de la voluntad debe libremente determinarme para el bien. La libertad es la capacidad que tiene el hombre de elegir entre opciones distintas y sin estar determinado por ninguna, pero no se agota allí; es la determinación voluntaria que el hombre hace de sí mismo: se elige, elige sus manifestaciones, elige como se manifiesta este alguien hacia el mundo, este alguien que prefiere una acción en lugar de otra, le da valor a la responsabilidad mientras desestima la deslealtad y el incumplimiento. Al elegir habitualmente y/o esporádicamente las acciones morales, se va configurando la personalidad propia y se van prefiriendo maneras de actuar y de enfrentar la vida, se van arraigando manifestaciones en este alguien, lo que le permite a otros indicar o hacer referencias más o menos precisas de las preferencias de este y de cómo estima unas, como más valiosas que otras, me voy dando a conocer.

La libertad es ante todo, una potencialidad espiritual y la elección una actividad del espíritu. Teniendo esto en cuenta, comenzamos a reencontrarnos con la importancia crucial que tiene la libertad para la persona humana y para configurar las manifestaciones que quiere entregar de su intimad al mundo. La libertad es lo que define al hombre, pues está en él la capacidad de elegir y preferir y estimar estos o aquellos bienes por encima de las pasiones, por encima de los instintos, más allá de la pura naturaleza. Ser libre, es darse una orientación conciente, fijarse una finalidad voluntaria, es reconocer que existe una intimidad y que puedo manifestarla a los otros. Solo puedo saber quien soy si es que se lo que quiero y solo podré saber lo que quiero si es que soy libre.

La Libertad moral me permite la elección del máximo y más perfecto bien, implica un uso bueno y responsable del libre albedrío, que perfecciona al hombre mismo. Como hemos visto se conquista con el tiempo, se puede crecer en ella, es requisito que dispone al hombre para la auténtica felicidad. La libertad tiene una clara exigencia: es para el bien, sólo así se perfecciona y un mal uso del libre albedrío, no nos perfecciona moralmente, pues manifiesta un desorden respecto al fin último.

Y por último, para finalizar nuestras reflexiones podemos concluir:

Que la educación es sobre todo educación moral y ésta un perfeccionamiento espiritual,

Que la educación moral se fundamenta en el ejercicio de las virtudes, que perfeccionan las potencias espirituales y sus propiedades (inteligencia, voluntad y libertad), las que permiten ordenar los apetitos en orden a la finalidad propia de la naturaleza humana,

Que la educación moral se hace evidente e imperativa en nuestras sociedades actuales, y no una educación de la información, pues está probado que ésta va cambiando velozmente. Entonces ¿que enseñar?: la respuesta podría ser sabiduría para la vida, pedagogía perenne, fortalecimiento y temple de la voluntad, educación para la libertad, educar moralmente para elegir el bien voluntariamente e intelectualmente y así buscar ardientemente la verdad por su propia bondad y belleza,

Que la educación en virtudes, dispone al hombre a determinarse a sí mismo en sus actos en tanto persona, le permiten elegirse, disponer de sí mismo, autorregularse y poseerse en cuanto tal, lo que en definitiva perfecciona la libertad en tanto rasgo distintivo y fundamental de la educación moral,

Que este estado de perfección integral, al que se debe promover al hombre, (su segunda naturaleza), se traduce en el modelo eterno del que es verdadero maestro, verdadero hombre y verdadero Dios, Jesucristo absolutamente libre.

Para finalizar quisiera citar el primer saludo de Abelardo Lobato como Presidente de la SITA (Sociedad Internacional Santo Tomás de Aquino) en 1998, pues es un saludo que anima a los jóvenes a profundizar en el pensamiento de Santo Tomás de Aquino:

“Sentirse amigo de Santo Tomás de Aquino es una de las pocas cosas serias a las que se puede aspirar en el ámbito de la cultura cristiana, llamada a ser fermento de la humanidad en camino. Todo amigo de Tomás de Aquino se complace en llamarlo “Doctor Humanitatis”, y cada uno a su modo, se esfuerza en ser verdadero discípulo, que apoyado en los robustos hombros del maestro, descubre una nueva región de la verdad (…) Donde quiera que halla un hombre que busque la verdad sinceramente, y con el método adecuado, allí hay un amigo de Tomás”












Comunicación expuesta en las VII Jornadas de Filosofía “Hombre, Individuo y Sociedad”, de la Universidad Católica de la Santísima Concepción, en la ciudad de Concepción el 31 de Agosto de 2007, en el Aula Magna de esta Universidad.

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